Español
Perspectiva

La descomposición estadounidense: Trump regresa a la Casa Blanca

El presidente electo Donald Trump se pronuncia en un acto antes de la sexagésima inauguración presidencial, 19 de enero de 2025, Washington [AP Photo/Matt Rourke]

Hoy, se está produciendo el evento más degradante en la historia política estadounidense. Un criminal convicto, estafador y mentiroso patológico, un demagogo fascista en el que la ignorancia y la intolerancia compiten con la codicia y la vanidad, se convertirá en el “comandante en jefe” del ejército más poderoso del mundo, armado con suficientes armas nucleares para incinerar toda la vida en el planeta.

Nada marca tan claramente el colapso irredimible de la democracia estadounidense como el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, cuatro años después de intentar derrocar las últimas elecciones por la fuerza e instalarse como presidente-dictador a pesar de su abrumadora derrota en las urnas. Trump será investido como el 47º presidente de Estados Unidos, no por medio de un golpe de Estado, como pretendía llevar a cabo el 6 de enero de 2021, sino gracias a su apoyo en la oligarquía financiera que gobierna Estados Unidos, junto con la postración y ruina de sus oponentes nominales en el Partido Demócrata.

En marzo de 2003, al inicio de la invasión estadounidense de Irak, el World Socialist Web Site escribió que el imperialismo estadounidense, a pesar de su vasto aparato militar, se había embarcado en un curso que conduciría a una “cita con el desastre”. Ahora es posible dar una fecha para esa cita: el 20 de enero de 2025.

Karl Marx declaró que la historia se repite, la primera vez como tragedia, la segunda vez como farsa. En la segunda toma de posesión de Donald Trump, este aforismo podría modificarse: la primera vez como tragedia, la segunda vez como catástrofe. Al elevar a Trump a la presidencia por segunda vez, la clase dominante estadounidense ha perdido toda credibilidad política y moral. Es el comienzo del fin. Ha sembrado el viento, y ahora cosechará el torbellino.

En 2017, se podría haber dicho, aunque erróneamente, que la entrada de Trump en la Casa Blanca fue una aberración, un accidente político o simplemente el subproducto de la incompetencia y la arrogancia del Partido Demócrata. No se puede hacer tal afirmación sobre la repetición de ese evento ocho años después. Ahora está claro que Trump representa la quintaesencia de la clase dominante estadounidense. Sus características personales son una horrible expresión de los principales rasgos de la oligarquía de multimillonarios cuya riqueza y poder han aumentado a dimensiones sin precedentes en las últimas cuatro décadas.

Cuando Trump fue juramentado por primera vez como presidente, el 20 de enero de 2017, el Partido Socialista por la Igualdad (SEP, siglas en inglés) de Estados Unidos emitió una declaración titulada: “La inauguración de Donald Trump: un evento que vivirá en la infamia'. Esto es lo que escribimos hace ocho años:

La inauguración de Donald Trump como el 45º presidente de Estados Unidos es uno de los acontecimientos más abominables en la historia estadounidense. Se gastaron más de $ 100 millones en las celebraciones inaugurales del nuevo presidente, ¡en vano! Ninguna cantidad de dinero puede disipar el hedor nauseabundo que impregna cada aspecto de la inauguración. Las fiestas públicas orquestadas de manera fraudulenta tampoco pueden ocultar la sensación generalizada de que con este nuevo gobierno, el país seguirá un camino que conducirá a desastres de dimensiones inimaginables.

La historia ha alcanzado al capitalismo estadounidense. El proceso prolongado de decadencia económica y social fue oculto durante décadas con frases democráticas que sirvieron para encubrir la brecha entre los mitos políticos oficiales y la realidad subyacente. Pero se ha caído la máscara. Donald Trump personifica la corrupción, la crueldad, el parasitismo y la mentalidad esencialmente fascista de los oligarcas capitalistas que controlan los Estados Unidos. Trump dirigirá un gobierno de los ricos y para los ricos.

El SEP señaló las graves divisiones dentro de la élite gobernante estadounidense, principalmente sobre la política exterior, y si los preparativos estadounidenses para la guerra económica y militar deberían dirigirse primero contra Rusia, o China, o contra sus rivales imperialistas europeos como Alemania. Advertimos.

Por más amargas que sean sus disputas, todos los sectores de la clase dominante están unidos en su convicción de que 1) el imperialismo estadounidense debe promover sus intereses globales, incluso arriesgando la guerra; y 2) el ataque contra los intereses sociales y los derechos políticos de la clase obrera debe intensificarse. Que Trump habla y escribe tweets no sólo por sí mismo sino en nombre de la clase dominante se demuestra por el hecho de que las selecciones para su gabinete de multimillonarios y generales han pasado sus confirmaciones en el senado con una oposición insignificante. En cuanto a Obama, dedicó su última conferencia de prensa el 18 de enero trabajando para garantizarle legitimidad política al nuevo gobierno y declaró que, al haber ganado, 'es apropiado que [Trump] siga adelante con sus visiones y sus valores.”

Esta evaluación no solo fue reivindicada por los acontecimientos; se aplica a la situación política actual, solo exponencialmente. El presidente saliente Joe Biden personifica el estado decrépito del Partido Demócrata y el liberalismo estadounidense. A pesar de reconocer, brevemente, que Trump es un fascista, ha prometido la “transición más fluida” posible. Y, de hecho, gran parte del programa fascista de Trump solo será una extensión e intensificación de las medidas ya emprendidas por la Administración de Biden-Harris: las deportaciones masivas de inmigrantes; los ataques a los derechos democráticos, particularmente contra aquellos que se oponen a las políticas del imperialismo estadounidense en el país o en el extranjero; la guerra económica, subversión política y agresiones militares contra países en la mira de Washington.

Como declaró el SEP hace ocho años, la alternativa a Trump vendrá solo de la clase obrera estadounidense e internacional. El registro de la administración Biden es una confirmación incontestable de esta evaluación. La historia condenará sus cuatro años en la Casa Blanca de la misma manera que ha juzgado al régimen alemán de Weimar: como un interludio durante el cual se permitió a las fuerzas fascistas superar sus fracasos iniciales y resurgir como un peligro aún mayor para los derechos democráticos y sociales de los trabajadores, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo.

Además, con su enfoque en la escalada de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania, su compromiso inquebrantable de permitir el genocidio israelí en Gaza y sus preparativos para guerras aún más amplias contra Irán y, en última instancia, China, la Administración de Biden ya ha comenzado las primeras etapas de una guerra mundial que ahora entrega a los militaristas enloquecidos de la Administración de Trump, incluidas figuras como el defensor de los crímenes de guerra, Pete Hegseth, nominado para dirigir el Pentágono.

Hay muchos otros que comparten la responsabilidad de la resurrección de Trump. Los procesos socioeconómicos que han dado lugar a la oligarquía multimillonaria operan no solo a través de individuos, sino también a través de instituciones como los medios corporativos y las organizaciones políticas de la clase media acomodada, incluida la pseudoizquierda.

Figuras como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y otros han promovido un patético pseudorreformismo, promoviendo la ficción de que es posible impulsar un cambio significativo dentro del establishment político, cuando solo buscan fortalecer el dominio del Partido Demócrata. Las organizaciones de la pseudoizquierda han trabajado incansablemente para dividir a la clase trabajadora a través de la política de raza, género y orientación sexual, y bloquear el desarrollo de un movimiento socialista de masas contra el capitalismo estadounidense.

Los medios corporativos han abandonado cualquier pretensión de un enfoque crítico hacia la Administración entrante de Trump, retratando a Trump como la elección del pueblo estadounidense con apoyo popular masivo. Los matones, charlatanes y otros aliados fascistas de Trump son tratados como sabios políticos, como en la respetuosa entrevista del domingo de ABC News con Steve Bannon, condenado y encarcelado por desafiar una citación del Congreso para testificar sobre su papel en el intento de golpe del 6 de enero de 2021.

Cuando el New York Times escribió ayer que “la tensión erizada y el desafío enojado han dado paso al acomodo y la sumisión”, estaba hablando de sí mismo y el Partido Demócrata. Como observó una vez Trotsky, la fuerza no solo vence, sino que convence.

El llamado “movimiento obrero”, personificado por sindicatos como la confederación AFL-CIO y el UAW, es cómplice de esta degradación. En una columna publicada el domingo, Shawn Fain, presidente del UAW, quien fue promovido por toda la pseudoizquierda, se comprometió a “trabajar con” el Gobierno entrante, particularmente en la política económica nacionalista, siguiendo el ejemplo del presidente del sindicato Teamsters, Sean O’Brien, y otros. Todo el aparato sindical funciona como auxiliar de la patronal y el Estado.

El regreso de Trump a la Casa Blanca marca una nueva y peligrosa fase en la crisis del capitalismo estadounidense. La Administración de Trump refleja el esfuerzo desesperado de la clase dominante estadounidense por resolver sus contradicciones insolubles y abordar la profundización de la crisis económica y las crecientes tensiones geopolíticas a través del autoritarismo y la guerra. Esto es parte de un fenómeno global, que es evidente en todos los principales países capitalistas.

Pero el regreso de Trump no significa la consolidación del fascismo en Estados Unidos. Trump llegó al poder sobre la base de mentiras, sacando partido de la desilusión y la ira de amplios sectores de la población. Entre la instalación del nuevo régimen y la implementación de sus políticas se encuentra la resistencia de la clase trabajadora, que está emprendiendo inmensas luchas sociales.

Esta vasta contradicción define la situación actual. Mientras que la clase dominante se está desplazando violentamente hacia la derecha, el movimiento general de las masas se dirige a la izquierda, hacia la radicalización social y política, en los Estados Unidos e internacionalmente. Y mientras que la clase dominante ha abandonado los ideales democráticos encarnados en la Declaración de Independencia, y reafirmados por Lincoln durante la Guerra Civil, la clase trabajadora no lo ha hecho. Permanecen profundamente arraigados en la conciencia de las masas estadounidenses. Estos ideales de igualdad, libertad y justicia encuentran hoy su verdadera expresión en el programa del socialismo internacional.

El movimiento revolucionario se basa en esta profunda verdad. La clase trabajadora, que enfrenta condiciones cada vez peores de explotación y desigualdad, es la única fuerza social capaz de enfrentar y derrocar a la oligarquía que representa Trump.

A medida que Estados Unidos y el mundo entran en el período del segundo mandato de Trump, la tarea esencial es construir una dirección socialista y revolucionaria dentro de la clase trabajadora.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de enero de 2024)

Loading