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Perspectiva

El “Führer” Trump declara la guerra al mundo y a la clase trabajadora

El vicepresidente JD Vance y el presidente Donald Trump hacen un saludo mientras Christopher Macchio canta el himno nacional tras la juramentación de Trump en la sexagésima inauguración presidencial, Rotonda del Capitolio en Washington D.C., 20 de enero de 2025 [AP Photo/Saul Loeb]

La toma de posesión de Donald Trump será recordada en la historia como un espectáculo fascista obsceno, en el que el presidente entrante pronunció una vil diatriba llena de odio contra la Administración saliente, los inmigrantes, amplios sectores de la población estadounidense que él ve como enemigos, los pueblos de América Latina y, finalmente, la población mundial más allá del hemisferio occidental.

En una imitación grotesca de la ficción política, el propio Trump se mostró como la encarnación del presidente Buzz Windrip, el brutal estafador mediático y demagogo imaginado por el gran escritor estadounidense Sinclair Lewis en su novela antifascista It Can 't Happen Here (Eso no puede pasar aquí).

La novela distópica de Lewis fue publicada en 1935 y fue pensada como una advertencia contra el ascenso del fascismo en los Estados Unidos. En defensa de un capitalismo desgarrado por crisis y en busca de ganancias y riqueza ilimitada, la clase dominante estadounidense colocaría en el poder a su propia versión nacional del Hitler alemán. Noventa años después, la grotesca ceremonia inaugural del 20 de enero de 2025 ha confirmado la advertencia de Lewis.

Trump no hizo ningún intento de ocultar la inspiración fascista de su diatriba inaugural. El discurso se inspiró explícitamente, tanto en el tono como en el contenido, en el primer discurso radiofónico pronunciado por Hitler el 1 de febrero de 1933, dos días después de ser elevado al cargo de canciller alemán. El discurso de Hitler estuvo dedicado a hacer una denuncia venenosa de la República de Weimar y sus líderes, a quienes acusó de traicionar al mítico “Volk” alemán. Todos los traidores serían castigados, y Alemania sería restaurada a la grandeza.

Trump se ha apropiado de la perspectiva de Hitler del “Reich de los Mil Años” y lo ha rebautizado como su prometida “Edad de Oro” estadounidense. Sin embargo, será “dorado” solo para Trump y los otros oligarcas multimillonarios que asistieron a su toma de posesión, incluidos Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, los tres estadounidenses más ricos. A ellos se unieron los aliados fascistas internacionales de Trump, como la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, y el presidente de Argentina, Javier Milei. 

Los líderes anteriores y actuales del Partido Demócrata, incluidos el presidente saliente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris, los expresidentes Clinton y Obama, y los líderes del Congreso como Charles Schumer, Bernie Sanders y Hakeem Jeffries también asistieron a la ceremonia. Escucharon en silencio y con respeto mientras Trump los reprendía y denunciaba públicamente. Ninguno de ellos tuvo el coraje político, ni mucho menos el sentido histórico o el compromiso con los principios democráticos, de retirarse y denunciar públicamente la instalación de un presidente fascista. En cambio, se unieron para aplaudir la “transferencia pacífica del poder” al Gobierno más reaccionario de la historia de Estados Unidos.

Trump reiteró sus planes de expansionismo estadounidense, diciendo que su Gobierno “recuperaría” el Canal de Panamá. Dijo que emitiría una orden ejecutiva que designaría a las bandas criminales en México, El Salvador y Venezuela como “organizaciones terroristas extranjeras”, un estatus similar al del Estado Islámico y Al-Qaeda, lo que proporcionaría una justificación pseudolegal para los ataques estadounidenses contra esos países.

Trump elogió el historial del presidente William McKinley (1897-1901), quien se apoderó de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas en la Guerra Hispanoamericana, y prometió restaurar el nombre de McKinley a Denali en Alaska, la montaña más alta de América del Norte. También pidió cambiar el nombre del golfo de México por el de “golfo de América”, al tiempo que dejó sin decir (aunque estaban implícitos) sus llamamientos en las últimas semanas a apoderarse de Groenlandia y anexar Canadá como el estado número 51.

Trump anunció que firmaría inmediatamente órdenes ejecutivas que declararían una “emergencia nacional” en la frontera entre Estados Unidos y México y desplegaría al ejército para repeler lo que ha descrito repetidamente como una “invasión” de los Estados Unidos por parte de un enemigo extranjero. Esto es parte de un paquete de órdenes antiinmigrantes que incluirán el restablecimiento de la política de “Permanecer en México”, que viola el derecho internacional al expulsar a todos los solicitantes de asilo, y el fortalecimiento del aparato policial-militar para llevar a cabo una serie de redadas contra barrios y sitios de trabajo de inmigrantes. Esto podría llevar a la detención de cientos de miles y, en última instancia, de millones de trabajadores.

Este asalto a los derechos democráticos pronto se extenderá a toda la clase trabajadora, afectando tanto a los ciudadanos como a los inmigrantes. Trump busca proscribir toda oposición, ni hablar de la resistencia, a sus drásticos recortes sociales para financiar tanto una extensión de sus recortes de impuestos de 2017 para los ricos, que expirarán este año, como una nueva expansión masiva de la maquinaria militar estadounidense.

Trump declaró que haría uso de la Ley de Enemigos Extranjeros, una infame medida promulgada en 1798, como marco para sus planes de detenciones y deportaciones masivas, retratando a millones de inmigrantes que huyen de las guerras y la pobreza como si fueran un ejército invasor. La ley se invocó por última vez durante la Segunda Guerra Mundial para violar los derechos democráticos de los inmigrantes alemanes, italianos y japoneses que residían en los Estados Unidos. En virtud de la ley, estas personas fueron sometidas a registros, vigilancia, reubicación o internamiento, dependiendo del nivel de amenaza percibido.

El propósito es aterrorizar a las comunidades inmigrantes y dividir a la clase trabajadora, creando las condiciones para una mayor represión contra toda oposición.

El carácter dictatorial de este programa está detrás de cómo Trump se describe a sí mismo en términos explícitamente mesiánicos, afirmando que esquivó la bala de un asesino el verano pasado porque había sido “salvado por Dios para hacer a Estados Unidos grande de nuevo”. La pompa de la inauguración estuvo impregnada de retórica y símbolos religiosos y militaristas, en consonancia con la presentación de Trump como un nacionalista cristiano elegido por Dios.

Trump incluso proclamó el “destino manifiesto” de Estados Unidos para enviar a los primeros astronautas a Marte y plantar la bandera estadounidense en otro planeta. No hay duda de que los Gobiernos de todo el mundo tomarán nota de este lenguaje, particularmente en América Latina y Canadá.

El lema del “Destino Manifiesto”, que sugiere un derecho otorgado por Dios de los Estados Unidos para expandirse a expensas de los vecinos más débiles, fue presentado por primera vez por el Partido Demócrata, luego dominado por los esclavistas del Sur, en las elecciones de 1844. El “Destino Manifiesto” fue la justificación de una posición agresiva de Estados Unidos en la disputa fronteriza con Canadá en el noroeste del Pacífico, luego la anexión de Texas en 1845 como estado esclavista y, finalmente, la guerra de 1846-1848 en la que Estados Unidos se apoderó y anexó la mitad de México. Abraham Lincoln repudió esa consigna, describiéndola como el grito de guerra del esclavismo expansionista. Trump lo abraza como el grito de guerra de la oligarquía capitalista.

El carácter pedante del discurso inaugural del Führer Trump era inconfundible. Se presentó como el poder gobernante, anunciando medidas radicales que se implementarán unilateralmente bajo la apariencia de declaraciones de emergencia nacional. A diferencia de los “100 días” de Roosevelt, que consistieron en propuestas al Congreso de las leyes que se conocerían como el “Nuevo trato”, Trump promulga “100 órdenes”, emitidas por bajo su propia autoridad. Su discurso no hizo referencia al Congreso ni siquiera al Partido Republicano, enfatizando en cambio su papel único y singular.

Pero a pesar de todas las bravatas nacionalistas y la cobardía y complicidad de los demócratas, el discurso de Trump sobreestimó enormemente el poder del imperialismo estadounidense y subestimó la resistencia que provocará el programa fascista de Trump y los republicanos, tanto dentro de los Estados Unidos como a escala global.

Trump puede saludar a William McKinley, pero McKinley fue presidente de 1897 a 1901, al comienzo de la época imperialista, cuando Estados Unidos era una potencia mundial en ascenso. La presidencia de Trump se produce cuando el capitalismo ha llegado a un callejón sin salida, tanto en Estados Unidos como a nivel internacional. 

Si algún otro líder mundial hubiera pronunciado un discurso en 2025 prometiendo un programa tan grandioso de agresión internacional y dominio global, sus comentarios serían vistos como un cuestionamiento no solo de su juicio sino de su cordura. 

La perspectiva de Trump es una ilusión, pero no por eso es menos peligrosa. Su Gobierno responderá despiadada y violentamente, tanto contra la inevitable oposición que encontrará por parte de otros Gobiernos capitalistas que persiguen los intereses de sus propias clases dominantes como, sobre todo, contra la resistencia de las masas de trabajadores en el país y en el extranjero.

Los demócratas son muy conscientes de los peligros. En sus últimas horas en el cargo, el presidente Biden emitió indultos a miembros de su propia familia y figuras como el general retirado Mark Milley, el exfuncionario de salud pública, el Dr. Anthony Fauci, así como para los miembros y el personal del comité de la Cámara de Representantes que investigó el intento de golpe de Estado de Trump del 6 de enero de 2021. Expresó su preocupación de que la Administración Trump llevaría a cabo sus amenazas de enjuiciamientos vengativos contra sus oponentes políticos.

Los demócratas están preocupados sobre protegerse de la ira de Trump, pero no han movido un dedo para proteger a millones de inmigrantes y otros en la clase trabajadora que ahora enfrentan el ataque de un presidente fascista. Ni lo harán.

Trump está regresando a la Casa Blanca como representante de una oligarquía obsesionada por el dinero, cuya asombrosa riqueza está en proporción inversa a su base de apoyo social real. La selección de la Rotonda del Capitolio para la ceremonia, en lugar de afuera del edificio frente al público, ejemplificó el verdadero aislamiento de la élite gobernante.

Elon Musk, incapaz de controlarse, celebró la instalación de Trump con dos salvajes saludos de Hitler. Pero el entusiasmo del oligarca hacia una dictadura no es compartido por la clase trabajadora. El verdadero significado del 20 de enero de 2025 es que ha inaugurado una era de incontenible conflicto de clases de una magnitud e intensidad sin precedentes en la historia de Estados Unidos.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de enero de 2024)

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