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Los aranceles de Trump tambalean a la industria automotriz mundial

La industria automotriz mundial ha sido sumida en el caos. Todas las compañías, desde los gigantes hasta las empresas más pequeñas, desconocen cómo les afectará el arancel del 25 por ciento impuesto por Trump a los automóviles supuestamente “fabricados en el extranjero”, son incapaces de planificar para el futuro y no tienen claridad sobre lo que pasará con sus mercados como consecuencia del aumento de precios que implican los aranceles.

Nuevos automóviles estacionados en la Terminal de Contenedores del Puerto de Newark en Newark, Nueva Jersey, el 27 de marzo de 2025. [AP Photo/Ted Shaffrey]

Las grandes automotrices estadounidenses son algunas de las más afectadas, pero cada empresa automotriz del mundo se ve impactada, con graves consecuencias, sobre todo para los trabajadores estadounidenses a quienes Trump, con el apoyo de la burocracia sindical, afirma falsamente estar defendiendo.

Las empresas ya estaban planificando “reestructuraciones” que implicaban despidos masivos antes de que estallara la guerra arancelaria. Ahora se intensificará el ataque a los empleos, las condiciones laborales y los salarios tanto en EE.UU. como en el resto del mundo.

Según una estimación reportada por el Financial Times, la pérdida total para la industria alcanzaría los 110.000 millones de dólares. Bajo el sistema capitalista, las empresas automotrices solo tienen una manera de responder a semejante golpe: realizar despidos masivos y aumentar la explotación de los trabajadores que permanezcan.

Los efectos de la guerra arancelaria hasta ahora, y la amenaza de nuevas medidas, ya han provocado una caída abrupta de las acciones de Ford y GM en Wall Street, esta última con una caída superior al 8 por ciento. Ambas empresas esperan una reducción del 30 por ciento en sus ganancias.

Los aranceles del 25 por ciento impuestos a Canadá y México, y ahora este nuevo arancel del 25 por ciento a los vehículos, significa que el arancel total sobre algunos autos importados a Estados Unidos podría aumentar hasta entre el 40 y 50 por ciento.

La empresa de investigación Cox Automotive ha pronosticado que las interrupciones en las complejas cadenas de suministro que cruzan EE.UU., Canadá y México podrían reducir para mediados de abril la producción en las fábricas estadounidenses en 20.000 vehículos diarios, una caída del 30 por ciento.

El impacto de los aranceles será igual de severo para las empresas japonesas, coreanas y alemanas que exportan vehículos a EE.UU. Casi la mitad de los automóviles de pasajeros vendidos en Estados Unidos en 2024 fueron ensamblados fuera del país.

Toyota vendió el año pasado 2,3 millones de vehículos en EE.UU., de los cuales una cuarta parte provenía de Japón y otra cuarta parte de México y Canadá. El resto fue fabricado en EE.UU.

Pero incluso estos podrían verse afectados por los aranceles, ya que una parte significativa de sus componentes, y en algunos casos una porción considerable, habrá sido fabricada fuera de EE.UU., en Canadá o México. Y esta situación se aplica a todas las demás empresas, incluidas las Tres Grandes —Ford, GM y Stellantis— que ensamblan sus productos finales en EE.UU.

Aproximadamente la mitad de los vehículos vendidos en EE.UU. son importados y el 60 por ciento de los componentes utilizados en las fábricas automotrices del país provienen del extranjero. Por ahora no está claro a qué nivel se fijarán los aranceles sobre estos componentes.

Inicialmente se sugería que la administración consideraría eximir de los aranceles a aquellas partes que cumplieran con el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés), impulsado por Trump en su primer mandato. Pero, como tantas otras cosas en la guerra arancelaria de Trump, esa posición cambió en cuestión de días. Las piezas producidas bajo el marco del USMCA seguirán estando libres de aranceles hasta que el departamento de comercio “establezca un proceso para aplicar aranceles al contenido no estadounidense”.

No es posible calcular plenamente el golpe a lo que alguna vez fueron considerados los “socios comerciales” de Estados Unidos y que ahora son denunciados por “haberlo estafado” durante décadas o, en el caso de la Unión Europea (UE), como una estructura que fue creada para “aprovecharse” de EE.UU. Sin embargo, algunas cifras dan indicios.

La firma financiera japonesa Nomura ha estimado que la guerra comercial estadounidense podría reducir el PIB del país, la cuarta economía más grande del mundo, en un 0,2 por ciento, equivalente a 8.780 millones de dólares. Es una pérdida significativa dado que se espera que la economía japonesa solo crezca en un 0,5 por ciento este año, por lo que los aranceles eliminarían el 40 por ciento de ese crecimiento limitado.

El impacto en la UE podría ser aún mayor. La industria automotriz representa el 7 por ciento de su producción total. En Alemania, donde el sector automotor es la columna vertebral de su base industrial, las exportaciones de vehículos a EE.UU. representan alrededor de medio punto porcentual del valor agregado anual de su economía.

Una de las principales automotrices alemanas, BMW, ha declarado que espera perder 1.000 millones de euros por el efecto combinado de los aranceles estadounidenses a México, los aranceles al acero en EE.UU. y las tarifas impuestas por la UE a los vehículos eléctricos chinos.

Tanto Canadá como la UE han anunciado que tomarán represalias contra Estados Unidos, imponiendo aranceles a una gama de productos de exportación estadounidenses.

Esto podría llevar a nuevas medidas por parte de EE.UU.

En una publicación en su plataforma de redes sociales este jueves, Trump declaró: “Si la Unión Europea trabaja con Canadá para perjudicar económicamente a EEUU, se impondrán aranceles a gran escala, mucho mayores que los que actualmente están planificados, para proteger al mejor amigo que esos dos países hayan tenido jamás”.

Es probable que la UE y Canadá respondan que con amigos así, ¿quién necesita enemigos?

Sería un grave error, sin embargo, ver la erupción de esta guerra económica como el resultado del “malvado” Donald Trump.

Sus acciones son solo la expresión más violenta de un proceso mucho más amplio: el colapso completo de las relaciones económicas y comerciales establecidas tras la Segunda Guerra Mundial para evitar precisamente el estallido de conflictos comerciales, monetarios y arancelarios como los que contribuyeron a crear las condiciones para ese conflicto global.

El uso de aranceles por parte de todas las principales economías ha aumentado rápidamente desde la crisis financiera mundial de 2008. Tras esa crisis, las potencias del G20 se reunieron en Londres en 2009 y prometieron que, sin importar la gravedad de la situación, no volverían a recurrir a las guerras arancelarias y económicas devastadoras de los años treinta. ¿Qué demuestra la realidad?

Según Global Trade Alert, con sede en Suiza, que rastrea las políticas comerciales, existen actualmente 4.650 restricciones a la importación —incluyendo aranceles, cuotas, medidas antidumping y otras limitaciones— en vigor dentro del G20.

Esto representa un aumento del 75 por ciento desde que Trump ganó las elecciones en 2016 y casi 10 veces más que las restricciones vigentes al final de 2008.

Trump sin duda está acelerando este proceso con todas sus consecuencias desastrosas. Pero no es su causa fundamental. Esta se encuentra en la contradicción inherente de la economía mundial entre el carácter global de la producción —ya sea de autos o cualquier otra mercancía— y la división del mundo en naciones rivales y potencias enfrentadas, base del sistema de lucro.

Cada una de estas potencias, lideradas por EE.UU., busca resolver esta contradicción a expensas de sus rivales, resultando en una lucha de todos contra todos.

Ahora es ampliamente reconocido en todos los círculos gubernamentales, financieros y económicos que el orden económico surgido tras la posguerra ha desaparecido y no hay perspectiva de que sea restaurado.

Tras la disolución de la URSS en 1991, los ideólogos de las clases dominantes capitalistas promovieron la tesis del “fin de la historia”. Se afirmaba que los mercados libres, la paz y la democracia serían permanentes.

Pero como apuntó Neil Shearing, economista jefe de Capital Economics, en un comentario al Wall Street Journal: “La narrativa en los años noventa era que la integración hacía a Europa y EE.UU. estar mejor y que los desafíos globales serían enfrentados conjuntamente. Eso ya no existe”.

El economista de la Universidad de Cornell y ex alto funcionario del FMI, Eswar Prasad, hizo una observación similar al Journal .

“Parece que estamos al umbral de una guerra comercial mucho más amplia, si no total”, dijo. En este entorno hostil, “cada país está por su cuenta”.

Eso es cierto hasta cierto punto. Pero la cuestión crucial para la clase obrera en Estados Unidos y a nivel internacional es ir más allá y considerar con seriedad las implicaciones de esta nueva situación. Cada país por su cuenta significa que todos los gobiernos deben armarse, rearmarse y volver a armarse, a fin de estar en condiciones de luchar por su posición en esta lucha despiadada.

En ausencia de cualquier perspectiva de reforma, las guerras arancelarias implican que se está gestando una nueva guerra mundial. La cuestión central para la clase obrera frente a este peligro claro y creciente es desarrollar su propia perspectiva política independiente.

El punto de partida para los trabajadores en todos los países debe ser el rechazo y la hostilidad intransigente hacia el nacionalismo de su propia clase dominante y, a partir de ello, la lucha activa por la única resolución progresista de la crisis histórica del capitalismo: la unificación de la clase obrera internacional en la lucha por el socialismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de marzo de 2025)