Español

Los orígenes de la desigualdad de riqueza reflejados en el registro arqueológico

Un estudio recién publicado, “Economic inequality is fueled by population scale, land-limited production, and settlement hierarchies across the archaeological record” (La desigualdad económica se ve alimentada por la escala de población, la producción limitada a la tierra y las jerarquías de asentamiento en todo el registro arqueológico (PNAS, 14 de abril de 2025)), ofrece una visión sobre el surgimiento inicial de las sociedades de clases a lo largo del mundo. Usando datos de 1.100 yacimientos arqueológicos en Europa, Asia y América, los investigadores rastrean los inicios de la desigualdad de riqueza hasta más de 10.000 años atrás, milenios antes del surgimiento de las primeras grandes civilizaciones (como Egipto, Mesopotamia y los mayas). El estudio aclara algunos de los factores principales de la transición de grupos igualitarios de cazadores-recolectores hacia sociedades agrícolas tempranas en las que ya se observan señales de diferenciación de riqueza y estatus.

Los procesos iniciales que eventualmente llevaron al surgimiento de las sociedades de clases (aunque el término “clase” no aparece en ningún momento en el artículo de PNAS) comenzaron a manifestarse durante las últimas etapas del Pleistoceno y el inicio del Holoceno (el período postglacial en el que hemos vivido durante aproximadamente los últimos 10.000 años). Dado que no existen registros escritos de esas épocas, los investigadores emplean un conjunto de datos indirectos: las dimensiones de las viviendas, específicamente la huella en el suelo de las estructuras, que constituyen la mayoría de los restos habitacionales hallados, si es que se conserva alguno, en los sitios arqueológicos. No sobreviven edificaciones en pie del período en cuestión. El estudio recopiló datos de más de 47.000 restos de estructuras residenciales documentados en 1.100 yacimientos arqueológicos de todo el mundo. El gran tamaño de la muestra ofrece por sí solo un grado de confianza en los resultados del estudio.

El estudio identifica varias características comunes en el surgimiento inicial de la desigualdad económica:

El crecimiento de las diferencias de riqueza entre hogares ha sido una tendencia de largo plazo, aunque no universal, durante el Holoceno. Los aumentos marcados típicamente sucedieron con un retraso de 1.000 años o más tras la domesticación de plantas y estuvieron estrechamente vinculados con el desarrollo de jerarquías en el tamaño de los asentamientos y con una producción limitada por la disponibilidad de tierras. Inferimos que la expansión social (el crecimiento de las estructuras políticas en población y territorio), que típicamente comenzó entre uno y dos milenios después de que la agricultura fuese común localmente, y que continuó en algunas áreas durante todo el Holoceno, interfirió con los mecanismos tradicionales de igualación, incluyendo la aplicación de normas igualitarias.

En general, en las sociedades igualitarias, las dimensiones de las viviendas de los distintos grupos familiares dentro de un asentamiento tienden a ser similares, lo cual refleja una igualdad económica y social relativa. A medida que se desarrollaban la riqueza y la estratificación social, el estudio halló que comienzan a aparecer diferencias en el tamaño de las viviendas. Conforme las sociedades se tornaban más complejas, aumentaba el número de niveles diferentes en tamaños de viviendas, reflejando así los distintos grados de estratificación social.

Una observación significativa que resulta de este estudio es que el proceso de diferenciación se hace perceptible aproximadamente entre uno y dos milenios después del surgimiento de la agricultura, cuyo ritmo varió entre diferentes regiones del planeta. De ello se deduce que los factores que impulsan la estratificación social no fueron consecuencia inmediata de las formas agrícolas iniciales, que probablemente no eran más que actividades como cuidar, desmalezar y otras prácticas de cuidado para favorecer el desarrollo de determinadas especies de plantas.

De hecho, otros arqueólogos han planteado la hipótesis de que la agricultura se originó en sociedades basadas en lo que se ha denominado “economías de recolección”, caracterizadas por la presencia de múltiples fuentes de alimento naturales ubicadas en estrecha proximidad unas con otras, lo que proveía una dieta completa. Estas condiciones permitieron asentamientos más o menos permanentes en una sola ubicación, o quizá en dos sitios alternos según la estación, en contraste con el patrón más habitual de los cazadores-recolectores de migrar entre varios asentamientos temporales para aprovechar recursos dispersos geográficamente. Este último patrón requería una cultura material ligera, flexible y fácil de transportar.

En las sociedades cazadoras-recolectoras igualitarias, la tecnología relativamente simple y un acceso más o menos igualitario a recursos silvestres de alimento implicaban que cada grupo familiar se encontraba en una posición similar respecto al resto de la comunidad. Por lo tanto, ningún individuo o grupo pequeño podía controlar el acceso a los recursos necesarios para el resto de los miembros del grupo. Las distinciones sociales se basaban principalmente en la edad y el sexo. Los puestos de liderazgo, en la medida en que existían, dependían del consentimiento del resto del grupo social. Como consecuencia, las viviendas de los miembros de un mismo grupo tendían a presentar tamaños semejantes.

Por el contrario, el patrón más sedentario de ocupación en las economías de recolección hacía que fuese económicamente rentable invertir trabajo en mejorar las condiciones de las especies vegetales preferidas, así como desarrollar tecnologías especializadas para explotar esos recursos de manera más eficiente. Entre estas últimas destacan las técnicas de procesamiento y almacenamiento de alimentos, que permitían disponer de mayores cantidades de alimentos más allá del tiempo inmediato de cosecha.

Además, el asentamiento más estable de los grupos con economías de recolección, junto con la mayor fiabilidad de los recursos alimentarios almacenados, favorecía el crecimiento demográfico. Esto dio lugar a un bucle de retroalimentación positiva (es decir, que se autorefuerza). A mayor población, era necesario producir más alimentos, lo cual promovía la expansión e intensificación de la agricultura, y con ello el desarrollo de plantas domesticadas, mejoras tecnológicas y, con el tiempo, la emergencia de una división del trabajo.

Como apuntan los autores del estudio, un factor limitante clave para estos grupos agrícolas emergentes era la disponibilidad de tierras cultivables. La competencia por los derechos sobre ese recurso limitado impulsaba tanto la innovación para intensificar la producción —como el riego, el drenaje y los sistemas de terrazas— como también conflictos y tensiones sociales que hacían necesaria la intervención de una “autoridad superior”. La creciente complejidad de estas tecnologías y la necesidad de organizar grandes fuerzas de trabajo para su construcción, incluyendo individuos con conocimientos especializados, conllevaban la necesidad de funciones administrativas.

Otra necesidad de tipo administrativo era el control y la asignación de los alimentos y otros recursos almacenados. La combinación de estos factores tendía, en zonas donde dicha intensificación era posible, a una mayor necesidad de roles administrativos, usualmente desempeñados por los líderes de grupos de parentesco. Dado que no toda la tierra es igualmente productiva, eventualmente comenzarían a surgir diferencias de prosperidad y riqueza. Esto condujo al surgimiento de relaciones jerárquicas dentro y entre los grupos de parentesco. En otras palabras, diferencias de clase.

Tikal—Una antigua ciudad maya en América Central. Se cree que la sociedad maya colapsó por una combinación de estrés ambiental y conflicto de clases.

Otro factor relevante en el ritmo desigual con que se desarrolló la desigualdad económica entre distintas regiones, sugerido por los autores del estudio, aunque difícil de verificar arqueológicamente, es la resistencia de parte de los miembros de una comunidad frente a la pérdida de su autonomía y frente al control emergente por parte de quienes ocupaban los niveles superiores de la jerarquía. En ciertas sociedades, incluso en tiempos recientes, comportamientos conocidos como “mecanismos de igualación”, tales como la redistribución o el ostracismo, sirvieron para contener la estratificación social incipiente.

En las sociedades igualitarias, un método de control social era la expulsión de miembros que transgredían las normas (es decir, el ostracismo). A medida que crecía la diferenciación de riqueza en las sociedades agrícolas, esas expulsiones se volvían más difíciles de realizar. En algunas sociedades, la presión social derivada de las relaciones de parentesco imponía ciertas obligaciones a quienes ocupaban posiciones de liderazgo, quienes debían distribuir parte de los alimentos y recursos que controlaban hacia los niveles inferiores del grupo para validar su autoridad. A medida que aumentaba la desigualdad, hacer cumplir esas prácticas se tornaba más difícil.

El artículo ofrece también un análisis estadístico detallado de algunos factores que permiten explicar las variaciones regionales en el ritmo y las características específicas del desarrollo de jerarquías sociales.

En términos generales, el estudio concluye que “en todo el mundo hay evidencia generalizada —aunque no universal— de un aumento de la desigualdad económica unos 1.500 años después de que la domesticación de plantas se hiciera común localmente (algo más tarde en Europa, algo más temprano en Asia)”. Y, además: “Presentamos evidencia sólida de una reestructuración generalizada de la organización de los asentamientos, impulsada parcialmente por, pero también acompañada de, cambios hacia estrategias de subsistencia cada vez más intensivas en el uso del suelo, lo que en conjunto contribuyó al aumento mundial de la desigualdad de riqueza. Estos procesos comenzaron y tuvieron su mayor impacto sobre la desigualdad mucho antes de la invención de la escritura”.

El gran valor de este estudio reside en que demuestra que, a pesar de las importantes diferencias culturales existentes en distintas partes del mundo, los factores materiales subyacentes que impulsan este proceso son en gran medida constantes, donde sea que se manifiesten. En última instancia, la evolución social está determinada por procesos objetivos y regulares que pueden ser descubiertos y comprendidos científicamente.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de mayo de 2025)

Loading