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El gráfico de la fiebre bursátil

Una de las preguntas que se plantea en los círculos de medios financieros es cómo, en condiciones de creciente agitación geopolítica y geoeconómica, el mercado de valores estadounidense puede continuar su escalada, alcanzando máximos históricos de forma regular.

Como señalaba recientemente el veterano columnista John Plender del Financial Times (FT): “El comportamiento de los mercados de acciones durante este año extraordinario se ha acercado a la definición de diccionario de la levitación. La guerra comercial de Trump, los déficits fiscales en espiral y la deuda pública, los riesgos geopolíticos generalizados, el desmantelamiento radical del orden internacional de posguerra, las perspectivas de crecimiento global en declive—todo ello no ha logrado frenar el rebote mágico después del pánico inicial de los inversores frente a las rabietas arancelarias erráticas e intermitentes de Donald Trump”.

Personas trabajan en el piso de opciones de la Bolsa de Nueva York en Nueva York, el lunes 24 de marzo de 2025. [AP Photo/Seth Wenig]

Los acontecimientos de abril, cuando Trump anunció su guerra económica contra el mundo mediante aranceles “recíprocos”, revelaron la inestabilidad fundamental del auge bursátil y del sistema financiero capitalista mundial más amplia.

Normalmente, en tiempos de turbulencia hay una tendencia hacia los activos financieros estadounidenses, en particular los bonos del Tesoro, en busca de un “refugio seguro”. En este caso, sin embargo, ocurrió lo contrario. Los bonos del Tesoro, supuestamente los activos más seguros del mundo, fueron vendidos, provocando un aumento de los tipos de interés. Contrario a experiencias anteriores, el dólar fue igualmente vendido en los mercados de divisas internacionales.

Se plantearon dudas sobre su viabilidad como base del sistema monetario global, y comenzó en los mercados financieros el tema de “vender a Estados Unidos”, haciendo que Wall Street cayera.

Pero desde el 8 de abril, el punto más bajo de la caída de Wall Street, el índice S&P 500 ha subido un 29 por ciento en tan solo cuatro meses, y se encuentra ahora un 5 por ciento por encima del anterior récord de febrero. Según Morgan Stanley, el “sentimiento del mercado” ha pasado de la incertidumbre y el miedo al optimismo alcista, y las perspectivas económicas de la recesión a un auge desinflacionario en el gasto de capital.

Sin embargo, este auge, que sufrió un golpe cuando las acciones tecnológicas y de inteligencia artificial cayeron el día de ayer, es profundamente desigual. Está dominado por las acciones tecnológicas, cuyos beneficios del llamado grupo de los “Siete Magníficos” crecen a un ritmo anual del 26 por ciento mientras que apenas han aumentado para las otras 493 empresas del índice.

El carácter profundamente desequilibrado del auge se refuerza aún más con datos sobre las 10 mayores compañías del S&P 500 por capitalización bursátil. Estas están dominadas por empresas tecnológicas encabezadas por Nvidia, la primera empresa cuyo valor de mercado superó los 4 billones de dólares, e incluyendo a Microsoft, Alphabet, Apple, Amazon, Tesla, Meta, Broadcom, Berkshire Hathaway y JPMorgan Chase.

En conjunto, según cifras publicadas por el columnista del FT Robert Armstrong, representan: el 40 por ciento del S&P 500; el 56 por ciento del aumento del S&P desde el 8 de abril; el 31 por ciento del aumento de ingresos de las empresas del S&P en los últimos 12 meses; el 55 por ciento del crecimiento de ingresos netos del índice en el mismo período (pese a una caída de los ingresos netos para Apple, Tesla y Berkshire); y el 69 por ciento del crecimiento del gasto de capital de todo el índice en los últimos 12 meses.

Armstrong señaló un cambio gigantesco ocurrido en la estructura del capitalismo estadounidense en las últimas décadas. Hace unos 30 años, las empresas líderes eran industriales, energéticas, de bienes de consumo básicos y tecnológicas.

Hoy, ocho de las diez compañías más importantes son tecnológicas, y las dos restantes son financieras.

Esta transformación ha provocado un cambio significativo en la composición de los activos y en la forma de acumulación de ganancias.

Los activos de las grandes empresas del S&P antes consistían en activos físicos, como fábricas, equipos e inventarios. Pero hoy, según un artículo del columnista del FT Tej Parikh, “alrededor del 90 por ciento de sus activos son intangibles, desde propiedad intelectual, valor de marca y redes, hasta código, talento de contenido y conocimiento”.

En Estados Unidos, señaló, la inversión en activos intangibles superó a la inversión en activos tangibles como proporción del PBI a fines de los años noventa, y la brecha no ha dejado de ampliarse. “A todos los efectos, Estados Unidos se ha convertido en una economía impulsada por los intangibles”. Esto puede ser algo exagerado, pero apunta a cambios significativos.

Hay un cambio en la forma de acumulación de ganancias en sectores clave de la economía. Las empresas industriales, por ejemplo, buscaban aumentar sus beneficios mediante una mayor inversión en planta y equipamiento. Pero las tecnológicas dependen cada vez más de formas parasitarias de acumulación.

Los beneficios de Apple, por ejemplo, dependen del monopolio que tienen sobre sus sistemas operativos, por los cuales cobran lo que es esencialmente una renta. Si el precio de un iPhone se basara en el costo de sus componentes, su precio de venta se reduciría en cientos de dólares.

Se derivan enormes beneficios de ser el primer actor en el campo tecnológico y de la inteligencia artificial, y de establecer, si no un monopolio, al menos una posición dominante en el mercado. De ahí el impulso para invertir en instalaciones de IA, que ha sido uno de los motores de la subida de las acciones de empresas tecnológicas a medida que fluye financiación especulativa, impulsada por la esperanza de haber apostado por “la próxima gran cosa”.

El FOMO (“fear of missing out” o miedo a quedarse afuera) es una fuerza motriz. Las acciones de una empresa suben no por el valor intrínseco de su producto, sino porque más dinero fluye al mercado para comprar sus acciones, dando al mercado la apariencia de un esquema Ponzi.

También se están produciendo cambios significativos en la financiación de las corporaciones que están teniendo un impacto sobre los precios de las acciones. Las grandes empresas dependen cada vez más de la deuda y el apalancamiento, en lugar de recaudar fondos mediante la emisión de nuevas acciones.

Aquí se han beneficiado de las operaciones de los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal estadounidense, que han bombeado billones de dólares al sistema financiero en respuesta a sus crisis cada vez más profundas, comenzando con el colapso de 2008.

A esto le siguió la crisis de marzo de 2020, cuando el mercado de bonos del Tesoro de Estados Unidos—la base del sistema financiero global y supuestamente el más seguro del mundo—se congeló.

Su colapso sólo fue evitado mediante la inyección de más dinero por parte de la Fed, junto con rescates del gobierno. Pero apenas superada esa crisis, estalló otra con la corrida sobre Silicon Valley Bank y First Republic en marzo de 2023, cuando subieron los tipos de interés y se devaluaron los bonos del Tesoro que tenían en su poder. Esto obligó a la Fed y otras autoridades gubernamentales a intervenir para organizar un rescate, no sólo de los bancos implicados, sino también con una garantía implícita para todos los demás.

Un documento publicado en junio de 2024 por dos economistas de Stanford, John H. Cochrane y Amit Seru, resumió esta experiencia:

El demasiado grande para caer está consagrado. Pero también se rescata a empresas pequeñas, y a sus acreedores. Las empresas industriales, no sólo las financieras, están protegidas. Demasiado apalancadas para caer’ podría ser el resumen de nuestro nuevo régimen. Pero nuestras autoridades subvencionan el apalancamiento, con deducciones fiscales y privilegios para la deuda. Como resultado, existe todo incentivo para asumir riesgos, para endeudarse y para prestar, con la confianza de que el gobierno respaldará la deuda, sostendrá los precios y mantendrá a las empresas a flote si se produce una crisis seria.

La respuesta de las autoridades ante esta serie de crisis no es investigar los problemas sistémicos que revelan ni examinar lo que denominan un enorme fallo institucional.”

Solo se dan una palmadita en la espalda por salvar al mundo con un río de dinero, siguen adelante y a nadie le preocupa que las mismas fragilidades sigan existiendo, que sean aún mayores, y que el próximo rescate también tendrá que ser mayor.

Sin embargo, como señalan Cochrane y Seru, el ciclo de rescates no puede continuar indefinidamente, ya que todo es finito, “incluida la capacidad del gobierno de EE.UU. para endeudarse con recursos reales en una crisis”.

Otro factor en el auge del mercado bursátil—sobre todo en las acciones más importantes—que demuestra su carácter esencialmente parasitario, es la expansión de las recompras de acciones.

Hasta 1982 esta práctica era ilegal, ya que se consideraba manipulación de mercado. Pero desde que la ley cambió bajo el gobierno de Reagan, al inicio de la financiarización de la economía estadounidense, se ha convertido en procedimiento estándar.

Según un informe del Wall Street Journal de la semana pasada, las empresas estadounidenses están recomprando sus acciones a un ritmo récord, habiendo anunciado repurchases por valor de 983.6 mil millones de dólares en lo que va del año, un total que se espera ascienda a 1,1 billón de dólares para fin de año, un récord histórico.

Los principales compradores incluyen a Apple y Alphabet, la empresa matriz de Google, así como a grandes bancos como JP Morgan, Bank of America y Morgan Stanley.

“Las recompras se han concentrado particularmente en lo más alto,” decía el informe del Journal, “con las 20 mayores empresas representando casi la mitad de todas las recompras. Las mayores autorizaciones de recompra de este año provienen de grandes empresas tecnológicas, beneficiarias del auge de las acciones de inteligencia artificial”.

Nada podría ilustrar más claramente la podredumbre que yace en el corazón del auge bursátil.

Se están destinando más de 1 billón de dólares este año, con más por venir en el futuro, no para financiar nuevas inversiones, capacidad productiva ni generar empleo, y mucho menos para abordar los innumerables problemas sociales y económicos que enfrenta la sociedad estadounidense.

Se están utilizando totalmente para inflar los activos de los ultra ricos, incluyendo a los CEO y directivos financieros de las principales corporaciones y bancos, quienes reciben bonificaciones que llegan a decenas o incluso cientos de millones de dólares, basadas en el aumento del precio de las acciones de las empresas que dirigen.

El auge del mercado bursátil, celebrado por Trump y muchos otros como expresión de la salud de la economía capitalista estadounidense, es en realidad un gráfico de fiebre de su carácter enfermo y el presagio de otra crisis financiera más.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de agosto de 2025)

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