Voces sin rostro es una nueva serie de artículos en el World Socialist Web Site . Nuestro objetivo es centrarnos en los trabajadores inmigrantes que están aislados y fuera de la vista de otros trabajadores y de la prensa capitalista, al exponer sus condiciones reales de vida y, lo que es igualmente importante, cuestiones políticas. Invitamos a los lectores y trabajadores a participar. Se garantiza el anonimato.
Al menos 23 estados estadounidenses con gobernadores republicanos han anunciado el despliegue de tropas de la Guardia Nacional para respaldar al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en el manejo de migrantes detenidos.
Para mediados de 2025, el segundo mandato de la administración Trump va camino a superar las 400.000 deportaciones antes de finalizar el año, un ritmo que no se había visto desde el “deportador en jefe”, Barack Obama. La administración ha intensificado las redadas masivas en centros laborales y los operativos militarizados, utilizando una retórica fascistoide sobre “violadores peligrosos” y “criminales” para justificar lo que en realidad es un ataque contra la clase trabajadora.
Estas expulsiones masivas forman parte de un golpe de Estado en curso en Washington D.C., donde se están desmontando los derechos democráticos para consolidar un régimen autoritario. A medida que los inmigrantes son arrestados, encarcelados y deportados, el gobierno envía un mensaje claro: quienes trabajan en los campos, almacenes, restaurantes y hogares de Estados Unidos son prescindibles.
Patricia, una beneficiaria de DACA que fue traída a Estados Unidos de niña, compartió su historia con el World Socialist Web Site. Su experiencia revela la realidad del capitalismo: décadas de trabajo duro, sacrificio y solidaridad, enfrentadas a un miedo constante, explotación y amenazas de deportación.
La elección imposible de una madre
La historia de Patricia comienza con una decisión que ningún padre debería tener que tomar: confiar la vida de su hija a un desconocido.
“Mi mamá era joven cuando cruzó”, recuerda Patricia. “Tuvo que darme a los coyotes para que yo cruzara. Ella no pudo venir conmigo porque la atraparon la primera vez.”
Su madre logró cruzar en un segundo intento, atravesando el río Bravo en plena noche. “Me dijo que pensó que se iba a ahogar”, dice Patricia en voz baja. “Nunca ha querido hablar de eso desde entonces. Ninguno de nuestros padres lo hace.
“Para que una madre tome ese riesgo—entregar a su bebé a extraños—eso significa que ya no queda nada donde estás. La gente no se va por diversión. Se va porque no tiene otra opción”.
De cochera en cochera
Una vez reunida la familia, sus primeros años en Estados Unidos estuvieron marcados por la inestabilidad y comienzos muy humildes.
“Vivíamos de cochera en cochera”, dice Patricia. “A veces cinco o seis personas en un solo cuarto. Tuve pesadillas durante años después del cruce—imágenes de correr, esconderme, ahogarme. Ni siquiera entendía de dónde venían esos sueños hasta que crecí”.
El trauma del cruce de su padre fue igualmente profundo. “Una vez, [su padre y otros] iban escondidos en un camión,” explica. “El conductor pasó los topes muy rápido y fueron aventados como muñecos. Cuando finalmente llegó a casa, era un zombi. No podía ni hablar durante una semana. No sabía si iba a sobrevivir”.
Su padre arriesgó todo por la posibilidad de ver a su madre una última vez en México. “Tenía terror de que fuera la última vez que la veía”, dice Patricia. “Cada vez que alguien se va, no sabes si va a regresar”.
Valores familiares en un clima de odio
Mientras la retórica de Trump pinta a las familias inmigrantes como criminales, la historia de Patricia revela lo contrario: sacrificio, humildad, productividad y un amor profundo.
“Mis padres trabajaron todos los días, nunca se quejaron y lo dieron todo por nosotros”, dice. “Siempre valoramos a la familia ante todo. Nos cuidamos unos a otros”.
Como la mayor, Patricia asumió un rol parental con sus hermanos menores, ayudando con tareas, comida y responsabilidades del hogar. “No era una carga”, dice. “Es lo que se hace. Ayudas a tu familia a sobrevivir”.
Todos estos valores contrastan fuertemente con la caricatura usada para justificar las deportaciones. “Hablan de nosotros como si fuéramos criminales”, dice Patricia. “Pero trabajamos más que nadie. Amamos a nuestras familias. Contribuimos. Pertenecemos aquí”.
Vivir bajo DACA: “No es protección. Es una correa.”
Patricia obtuvo el estatus de DACA cuando era adolescente. En su momento, pareció una forma de libertad—pero pronto comprendió sus limitaciones.
“DACA no es seguridad”, afirma. “Es una correa. Saben dónde vives, dónde trabajas, todo. En cualquier momento te lo pueden quitar”.
Hoy, mientras los tribunales se arman con procedimientos de deportación, los riesgos son mayores que nunca. “Si pierdo DACA en mi próxima renovación, podrían detenerme allí mismo en la corte”, dice Patricia. “Es una trampa.”
Sus hermanos menores, todos ciudadanos estadounidenses, viven con el mismo miedo. “Crecieron sabiendo que ICE podría llevarme. Aprendieron que la ciudadanía no siempre te protege. No cuando el gobierno decide otra cosa”.
Su padre sigue yendo diariamente al área donde trabaja pese al temor constante de redadas. “Está todo el día en redes sociales, siguiendo cada alerta”, explica Patricia. “Se mantiene en contacto con nosotros todo el tiempo, preguntando dónde estamos, asegurándose de que estemos bien”.
Esta constante vigilancia—rastrear puntos de control de ICE, compartir ubicaciones de redadas, alertar a vecinos—se ha convertido en parte de la rutina diaria. “Hemos aprendido a sobrevivir así”, dice Patricia, “pero no debería tener que ser así”.
La ilusión del santuario
California se presenta como un “estado santuario” y ciudades como Los Ángeles se promueven como refugios seguros para inmigrantes. Patricia no está convencida.
“Dicen que California es un santuario, pero ICE sigue viniendo aquí”, dice. “Hacen redadas en centros laborales, escuelas, vecindarios. Se coordinan con la policía local. No es protección—es una falsa sensación de seguridad”
La operación militarizada del 14 de agosto en Los Ángeles subraya su punto. Ese día, decenas de agentes de la Patrulla Fronteriza fuertemente armados y con equipo táctico irrumpieron en el Museo Nacional Japonés Americano en Little Tokyo—coincidiendo precisamente con una conferencia de prensa del gobernador Gavin Newsom promoviendo una iniciativa de redistribución electoral demócrata para las elecciones de medio término de 2026.
“Montan un espectáculo”, dice Patricia con amargura. “Los demócratas actúan como si fueran nuestros defensores, pero nos usan como fichas políticas mientras permiten que ocurran las redadas.”
Raza, clase y división
Patricia está profundamente frustrada con el establishment político —incluyendo a los demócratas y el creciente número de funcionarios latinos que dicen representar a las comunidades inmigrantes pero no logran realizar cambios reales.
“La comunidad inmigrante no tiene una voz auténtica”, explica. “Tenemos tantas organizaciones, tantos abogados, tantas personas con buenas intenciones que quieren apoyarnos. Pero es realmente realmente frustrante ver identidades latinas en el gobierno mientras las conversaciones verdaderas que deben tenerse, no se tienen”.P.atricia enfatiza que incluso el lenguaje utilizado para enmarcar estos debates se ha convertido en una herramienta de exclusión y confusión, diseñada para ocultar las cuestiones de clase que están en juego.
“Se usa mucho lenguaje para disfrazar esta conversación”, dice. “Para muchos indocumentados que no tienen la educación o el vocabulario, se vuelve difícil de seguir. Pero entendemos las ideas. Las sentimos en nuestras vidas.
“Y lo que entendemos es que ya no es solo miedo por nosotros mismos, sin importar la ciudadanía, la raza o la nacionalidad. La clase es definitivamente una conversación muy, muy importante que se debe tener.”
Para Patricia, la promoción de la política identitaria se ha convertido en una distracción deliberada de esa conversación. “Ponen en el poder a personas que se parecen a nosotros, pero no luchan por nosotros”, dice. “Mientras tanto, todos los trabajadores—blancos, negros, latinos, asiáticos—estamos enfrentando la misma explotación. Eso es lo que no quieren que veamos”.
Una lucha de toda la clase trabajadora
Patricia ve a su comunidad, compuesta en su mayoría por familias inmigrantes y obreras, como prueba viva de supervivencia colectiva.
“Donde vivimos, la gente se cuida entre sí”, dice. “Si a alguien le falta dinero para la renta, los vecinos ayudan. Si ICE anda cerca, todos se mandan textos. Eso es comunidad”.
Rechaza la obsesión capitalista con el individualismo, en la que las personas compiten unas con otras para sobrevivir. “Nos enseñan a competir en lugar de cooperar”, dice Patricia. “Pero sobrevivimos porque estamos unidos. Sin los demás, no tendríamos nada”.
La voz de Patricia se vuelve más firme al abordar el contexto político más amplio. “Vinimos aquí a trabajar. Mis padres se partieron el lomo trabajando. Yo trabajo desde que era adolescente. No somos criminales—somos la fuerza laboral que mantiene vivo a este país”.
La máquina de deportaciones de la administración Trump, afirma, no se trata de “proteger la seguridad pública”, sino de consolidar el poder de la élite gobernante. “Están criminalizando a los trabajadores”, dice. “Primero a los inmigrantes, luego a cualquiera que proteste, luego a cualquiera que alce la voz”.
La historia de Patricia es una entre millones—pero arroja luz sobre lo que está en juego para toda la clase trabajadora. A medida que se aceleran las deportaciones y se destrozan los derechos democráticos, la alternativa no puede ser seguir confiando en ninguno de los dos partidos controlados por las corporaciones.
“Hemos aprendido que nadie va a salvarnos”, dice. “Ni los demócratas, ni los republicanos. Tenemos que protegernos entre nosotros”.
La lucha contra las deportaciones y los ataques a los inmigrantes debe estar ligada a la lucha de todos los trabajadores—nativos e inmigrantes—por el poder político y el control sobre la riqueza que ellos generan.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 25 de agosto de 2025)