El 23 de agosto, el Senado de Texas aprobó un nuevo mapa electoral congresual a mitad de década diseñado para consolidar la hegemonía republicana y afianzar el poder político de Donald Trump y sus aliados de extrema derecha. La medida, previamente aprobada por la Cámara de Representantes estatal el 20 de agosto y que se espera sea firmada en cualquier momento por el gobernador republicano Greg Abbott, podría añadir hasta cinco distritos inclinados hacia el Partido Republicano a la delegación texana en la Cámara de Representantes federal, reforzando los esfuerzos republicanos por mantener el control en las elecciones legislativas de 2026.
Trump ordenó a los republicanos texanos, encabezados por el fascistoide gobernador Abbott, que ejecutaran esta manipulación electoral. Implementada cinco años antes del próximo censo nacional, es el último ataque en una guerra electoral en ascenso entre los dos partidos del gran capital. Los demócratas de California han propuesto su propio plan para redibujar los distritos congresuales con el fin de crear cinco escaños favorables al Partido Demócrata, iniciando una batalla de represalias a nivel nacional que amenaza con sumir al sistema electoral en el caos.
Lo que se presenta como una disputa política sobre líneas distritales y estrategias legislativas es, en realidad, una señal del profundo y acelerado colapso de los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa en Estados Unidos. Las tremendas contradicciones del capitalismo estadounidense, en particular los niveles sin precedentes de desigualdad social, son incompatibles con formas democráticas de gobierno. La superestructura política se está adecuando a las relaciones sociales subyacentes.
Mientras estallan estas guerras de redistribución distrital, Trump continúa llevando a cabo un golpe de Estado en Washington, intensificando redadas del ICE contra inmigrantes, y utilizando el aparato estatal —mediante las fuerzas armadas y la policía— para reprimir la oposición y establecer una dictadura. En junio, su administración desplegó tropas de la Guardia Nacional y marines estadounidenses en Los Ángeles. Ha dejado en claro su intención de expandir el control militarizado a ciudades importantes como Nueva York, Chicago y Los Ángeles.
La ausencia de cualquier oposición significativa por parte del Partido Demócrata y los medios liberales al avance dictatorial de Trump y al estado policial, que están minimizando sistemáticamente la toma militar de las principales ciudades, desmiente el relato demócrata que intenta presentar su respuesta a la manipulación electoral en Texas como una defensa de la democracia.
El plan de redistribución distrital aprobado por los republicanos de Texas está diseñado para asegurar la hegemonía del Partido Republicano durante los próximos tres ciclos electorales. La medida desmantela distritos con inclinación demócrata y poblaciones minoritarias numerosas, y fractura bloques electorales urbanos, con el objetivo de consolidar el control republicano en uno de los estados más diversos y de mayor crecimiento del país.
La respuesta de los demócratas texanos ha sido una patética muestra de cobardía política e impotencia. A principios de agosto, protagonizaron una teatral retirada de dos semanas, huyendo a Illinois y California en una maniobra sin sentido para retrasar la aprobación del proyecto de ley. Desde el principio, fue una maniobra orientada no a movilizar a los trabajadores y demás votantes contra el ataque a los derechos democráticos, sino a hacer teatro para las cámaras y justificar su sumisión.
Cuando los demócratas regresaron sigilosamente a Austin el 18 de agosto, aceptaron dócilmente las humillantes medidas policiales impuestas por los republicanos. Obligados a firmar “permisos” para abandonar el pleno de la Cámara y sometidos a vigilancia constante por agentes del Departamento de Seguridad Pública —quienes los siguieron incluso a sus hogares—, los demócratas se sometieron sin protestar. Su capitulación aseguró el quórum, entregando la victoria a los republicanos.
Horas después, trece residentes de Texas —los “demandantes Gonzales”— interpusieron una demanda federal alegando que el plan viola la Ley de Derecho al Voto y la Cláusula de Igual Protección al diluir deliberadamente el poder de voto de latinos y afroamericanos.
Pese a los desafíos legales, Trump y Abbott desestimaron toda oposición como mero teatro político. Con los republicanos manteniendo una ajustada mayoría de 219–212 en la Cámara de Representantes federal, el mapa de Texas es clave para asegurar el control legislativo en las elecciones de 2026 y avanzar la agenda cada vez más autoritaria de Trump.
El gobernador de California, Gavin Newsom, ha encabezado un contraataque ante la manipulación republicana. El 21 de agosto, la legislatura californiana aprobó la Propuesta 50, que suspende oficialmente la comisión independiente de redistribución de distritos —creada por los votantes en 2010— y reemplaza su mapa con uno elaborado por legisladores demócratas para arrebatar cinco escaños a los republicanos.
Si los votantes aprueban la medida en una elección especial el 4 de noviembre de 2025, el nuevo mapa regiría las elecciones de 2026, 2028 y 2030. Posteriormente, se restablecería la autoridad de la comisión.
Newsom justificó el plan como una respuesta necesaria ante los ataques republicanos, declarando: “Intentamos tomarnos de las manos… No basta con pensar distinto, hay que actuar distinto”.
En otras palabras, Newsom inicialmente expresó su disposición a colaborar con los republicanos en cuanto a la consolidación del poder de la clase dominante. En la realidad, los demócratas están replicando los métodos del Partido Republicano, descartando el proceso independiente de redistribución del estado —establecido precisamente para evitar la manipulación partidista— con el fin de afianzar su propio poder.
Las tensiones se intensificaron el 14 de agosto, cuando decenas de agentes fuertemente armados de la Patrulla Fronteriza irrumpieron en el Museo Nacional Japonés Americano en el barrio Little Tokyo de Los Ángeles. Su despliegue coincidió con una conferencia de prensa de Newsom y otros dirigentes demócratas promoviendo la iniciativa de redistribución, subrayando la creciente militarización de la política estatal.
A pesar de que las encuestas indican que casi dos tercios de los californianos se oponen a eludir la comisión, los líderes demócratas siguen empeñados en ignorar la voluntad popular. Al igual que en Texas, ambos partidos están utilizando el aparato estatal para consolidar el poder político y corporativo. Ambos mantienen leyes de acceso a las papeletas que bloquean sistemáticamente a candidatos socialistas, independientes y de terceros partidos, asegurando que la élite financiera siga dominando todo el sistema político.
Las batallas de manipulación electoral en Texas y California están provocando una ola nacional de maniobras similares. Estados como Illinois, Nueva York, Indiana, Misuri y Carolina del Sur ya han dado señales de que planean redibujar mapas antes de 2030. Se espera una avalancha de litigios en los próximos meses: republicanos demandando a demócratas en California, demócratas demandando a republicanos en Texas, y ambos partidos maniobrando para obtener ventajas en otras partes del país.
El colapso de las normas democráticas y el creciente golpe de Estado de Trump demuestran una realidad fundamental: los derechos democráticos no pueden ser defendidos ni a través de ninguno de los dos partidos controlados por las corporaciones ni sobre la base del sistema capitalista que ambos defienden.
Ninguna de las instituciones oficiales del régimen burgués —ni el Congreso, ni los tribunales, ni los dos grandes partidos del capital, ni la burocracia sindical— ha hecho, ni hará, nada para detener la marcha de Trump hacia un estado policial. La fuerza social que debe y podrá detener la ofensiva dictatorial es la clase trabajadora, que entrará en conflicto explosivo con todo el aparato del capitalismo. Lo que se impone es la movilización independiente de la clase trabajadora, organizada mediante comités de base y con un programa socialista que aborde la causa raíz de la crisis: el propio sistema capitalista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 26 de agosto de 2025)
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