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Elecciones en Noruega devuelven al Partido Laborista al poder, mientras el ultraderechista Partido del Progreso duplica su cuota de voto

Votantes depositan sus papeletas en las elecciones parlamentarias de Noruega, en Oslo, Noruega, lunes 8 de septiembre de 2025.

El gobernante Partido Laborista (AP) de Noruega emergió como la fuerza más votada en las elecciones generales del lunes, obteniendo el 28,0 por ciento del voto y 53 escaños en el parlamento de 169 miembros (Storting). Aunque el bloque de partidos de la “izquierda” obtuvo un total de 88 escaños —la mayoría necesaria para reelegir al líder del AP, Jonas Gahr Støre, como primer ministro—, el mayor avance en votos fue logrado por el ultraderechista Partido del Progreso (FRP), que duplicó su apoyo hasta alcanzar alrededor del 24 por ciento.

Støre iniciará ahora conversaciones con los demás integrantes del bloque “rojo” para formar un gobierno de coalición o, al menos, asegurar apoyo externo para un gobierno minoritario del AP. Los cuatro partidos más pequeños son: el Partido del Centro (SP), con base en zonas rurales; la Izquierda Socialista (SV); el Partido Rojo; y el Partido Verde (MDG). Aunque existen diferencias entre estos partidos —en especial sobre la explotación continua del petróleo noruego, a la que MDG y SV se oponen formalmente—, todos coinciden en invertir enormes sumas para reforzar la posición de Noruega como base militar para la guerra y en apoyar al régimen ultraderechista ucraniano en la guerra respaldada por EEUU y la OTAN contra Rusia.

El año pasado, los nueve partidos representados en el Storting se unieron para aprobar un plan de gasto militar a 12 años que duplicará efectivamente el presupuesto de defensa, con una inversión adicional de 600.000 millones de kroners (unos 50.000 millones de euros). Uno de esos gastos, la compra de cinco fragatas por 136.000 millones de kroners, fue anunciado por Støre en las últimas semanas de campaña electoral. Esta compra fue acompañada por el lanzamiento de una nueva estrategia para el Ártico, titulada “Noruega en el Norte”, que reclama una mayor presencia militar de Noruega y la OTAN para enfrentar a Rusia y China.

Los partidos también aprobaron unánimemente un fuerte aumento de la financiación al régimen ucraniano de extrema derecha a principios de este año, elevando el apoyo financiero total de Oslo a Kiev en 2025 a 85.000 millones de kroners. Dado que todo el gasto militar se financia mientras el gobierno noruego mantiene su compromiso de no gastar más del 3 por ciento del Fondo Global de Pensiones del Gobierno (GPFG, por sus siglas en inglés), también conocido como el Fondo Petrolero, cada corona invertida en la guerra se extrae a expensas de los servicios públicos y programas sociales. El GPFG tiene un valor estimado de 1,7 billones de euros, siendo el fondo soberano de riqueza más grande del mundo.

El respaldo unánime del establishment político noruego al militarismo de la OTAN y la guerra significa que, independientemente de las diferencias que surjan sobre la composición del nuevo gobierno, se intensificarán los ataques a las condiciones de vida y los derechos de la clase trabajadora. En los últimos tres años, los precios de la energía han aumentado drásticamente como resultado del apoyo de los imperialistas europeos a la guerra con Rusia, lo cual redujo drásticamente las importaciones de gas ruso barato. Noruega incrementó sustancialmente sus exportaciones de gas natural a Europa, y la demanda por su energía hidroeléctrica aumentó fuertemente al integrarse su red a las cadenas de suministro energéticas del continente.

Con los precios interiores de la energía en niveles récord en diciembre de 2024, la popularidad del Partido Laborista se desplomó hasta solo el 14 por ciento en las encuestas. En enero, el SP abandonó la coalición de gobierno, criticando al AP por ceder el control nacional sobre la política energética de Noruega a la Unión Europea. Este avivamiento del nacionalismo benefició directamente al FRP, cuyos avances en muchas regiones del país se lograron a expensas del SP. El SP perdió más de la mitad del 13 por ciento que obtuvo en las elecciones de 2021, logrando solo un 5,6 por ciento esta vez.

Støre respondió a la crisis de precios energéticos persuadiendo al exsecretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a regresar a la política nacional como ministro de Finanzas. También introdujo un “precio noruego” para la electricidad doméstica, limitando el coste a 0,4 kroner por kilovatio-hora. Esta medida entra en vigencia el 1 de octubre, menos de un mes después de las elecciones, y desempeñó un rol importante en la recuperación del Partido Laborista.

La Confederación de Sindicatos de Noruega (LO), que cuenta con más de un millón de afiliados en un país de poco más de 5 millones de habitantes, celebró el resultado electoral del lunes. “Nuestro modelo social se basa en la libertad, la igualdad y la solidaridad”, declaró la líder del LO, Kine Asper Vistnes. “Ha demostrado estar bien equipado para afrontar crisis y transiciones. Ahora debemos cuidarlo”.

Sin embargo, el llamado “modelo noruego” o “escandinavo” hace mucho que pasó a la historia. En su apogeo durante el periodo de posguerra, descansaba sobre un conjunto extremadamente transitorio de factores económicos y geopolíticos globales que permitieron a los gobiernos de la región nórdica realizar concesiones sustanciales a la clase trabajadora mientras mantenían vínculos estrechos con el imperialismo estadounidense. La estabilización del capitalismo mundial por parte de Washington tras la Segunda Guerra Mundial —durante la cual la burguesía noruega colaboró de buen grado con la ocupación nazi del país— creó una breve ventana de, tal vez, 25 o 30 años en la que los programas reformistas nacionales adquirieron nueva vida, permitiendo una disminución significativa de la desigualdad social y la expansión del Estado de bienestar. Pero desde la década de 1980, este proceso ha sido revertido de forma constante. Las privatizaciones, las dádivas a los ricos y el control estricto del gasto han incrementado la brecha entre ricos y pobres en Noruega, Suecia y Dinamarca.

Que Vistnes presente las actuales condiciones políticas de Noruega como una muestra del éxito del “modelo noruego” constituye, de hecho, una de las refutaciones más devastadoras a todas aquellas fuerzas políticas en el mundo que afirman que el capitalismo puede ser “humanizado” mediante presión “desde abajo” y los consejos de burócratas sindicales bien remunerados y bien posicionados. El país es un estado en primera línea en la guerra de la OTAN dirigida a subyugar a Rusia al estatus de semicolonia, y todo el establishment político ha hipotecado el futuro en la construcción del ejército en alianza con el imperialismo estadounidense y europeo. Aunque, en términos comparativos, muchos trabajadores noruegos aún disfrutan de empleos mejor remunerados y protecciones laborales más fuertes que sus homólogos europeos, estos derechos están bajo un ataque constante. Además, los cientos de miles de millones invertidos en la guerra serán extraídos, de una u otra forma, de los trabajadores y de los servicios públicos de los que dependen.

Además, la configuración política tradicional de Noruega está en proceso de descomposición. Los trabajadores noruegos no viven en una burbuja nacional, sino que enfrentan cada vez más los mismos problemas políticos fundamentales que confronta la clase obrera internacionalmente. A pesar de la victoria del Partido Laborista, su nivel de apoyo está muy por debajo del más del 35 por ciento que solía lograr regularmente en las elecciones hasta los años 1980. Además, los partidos oficiales de derecha están colapsando ante el crecimiento de la extrema derecha, que recibe un apoyo financiero significativo de sectores de la gran patronal. Hoyre, el tradicional partido conservador, quedó en un distante tercer lugar el lunes con solo el 14,6 por ciento del voto, mientras que el liberal Venstre cayó por debajo del umbral del 4 por ciento requerido para formar grupo parlamentario y solo contará con tres diputados.

La líder del FRP, Sylvi Listhaug, quien propone eliminar los impuestos a los ricos, una ofensiva estatal contra los “criminales” y una intensificación de la ya restrictiva política migratoria noruega, será la líder de la oposición durante los próximos cuatro años. En la vecina Suecia, el gobierno derechista gobierna con el apoyo de los Demócratas de Suecia, formación de origen neonazi.

En su discurso de victoria, Støre tendió la mano a los partidos de derecha, incluido el FRP de Listhaug. Tras señalar que había hablado con la líder de Hoyre, Erna Solberg, y con Listhaug, y aceptar sus felicitaciones por la victoria, Støre añadió: “En Noruega tenemos adversarios políticos, pero no enemigos”. Se ha sugerido que, si no logra acuerdo con los partidos menores del bloque “rojo”, Støre podría apoyarse en los partidos de derecha en el parlamento para aprobar algunas de sus medidas.

Los partidos a la “izquierda” del AP, sobre todo el SV y el Partido Rojo, justifican su disposición a apoyar a Støre como primer ministro con la amenaza de que Listhaug llegue al poder. En su discurso la noche electoral, tras el leve aumento del Partido Rojo del 4,7 por ciento al 5,3 por ciento, su líder Marie Sneve Martinussen subrayó que su partido estaba dispuesto a trabajar con Støre para lograr “cambios prácticos”.

Tanto el Partido Rojo, fundado en 2007 como sucesor del maoísta Partido Comunista de los Trabajadores de Noruega, como el SV, una alianza creada en los años 70 por una facción del partido comunista estalinista y una escisión del AP, intentaron capitalizar durante la campaña electoral el horror generalizado por el genocidio en Gaza. Ambos pidieron que el Fondo Petrolero desinvierta en empresas israelíes y que Oslo —uno de los primeros países europeos en reconocer al Estado palestino— “haga más por Palestina”. También exigieron aumentos de impuestos a los ricos para reducir la desigualdad y financiar los servicios públicos. Mientras el apoyo al Partido Rojo creció ligeramente, el SV cayó de más del 7 por ciento en 2021 al 5,6 por ciento en esta ocasión.

Pensar que una reedición del gobierno de Støre, cualquiera sea su composición final, hará algo para revertir la tendencia al incremento de la desigualdad social y la integración cada vez más estrecha de Noruega en los planes de guerra de las potencias imperialistas es una completa fantasía. Con Stoltenberg por continuar como ministro de Finanzas, tras rechazar dirigir la Conferencia de Seguridad de Múnich, el nuevo gobierno profundizará la colaboración de Oslo en la guerra contra Rusia e impondrá una mayor restricción del gasto.

Aunque algunos de los sectores más derechistas de la élite empresarial expresaron su frustración ante el resultado electoral, la actitud relativamente relajada del grueso del establishment se resumió en las declaraciones del director de la Confederación Empresarial Noruega (NHO), Ole Erik Almlid, quien dijo a NRK: “Estoy seguro de que se puede hallar la manera de cooperar bien tanto con el Storting como con el gobierno en el futuro”.

Cuando se le preguntó: “¿Puede la NHO cooperar igual de bien con un gobierno de Støre o uno de Solberg/Listhaug?”, respondió: “Siempre cooperamos bien con el Storting y el gobierno en funciones, y así lo hemos demostrado en varias áreas”.

(Artículo originalmente publicado en inglés el 11 de septiembre de 2025)

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