La reunión del martes entre el presidente estadounidense Donald Trump y el primer ministro canadiense Mark Carney fue reveladora en dos aspectos.
Primero, los efusivos elogios de Carney hacia el aspirante a dictador estadounidense subrayaron que el conflicto de la burguesía canadiense con Trump se reduce únicamente a la defensa de sus propios intereses depredadores en cuanto a ganancias y geopolítica. No solo es indiferente ante la destrucción de los derechos democráticos por parte de Trump, sino que está dispuesta a colaborar en ella. Como lo demuestra el ataque sistemático al derecho de huelga y la transformación de los conservadores —partido de oposición oficial— en una agrupación de extrema derecha, la propia clase dominante canadiense está recurriendo a métodos autoritarios de gobierno y a una reacción fascistizante.
Segundo, la amenaza reiterada de Trump de convertir a Canadá en el estado número 51, sumada a su declaración de que existe un “conflicto” natural entre los antiguos aliados, revela el agudo deterioro de las relaciones interestatales en el marco de una acelerada competencia entre poderes imperialistas por redividir el mundo y hacerse con el control de los recursos, mercados, redes de producción y territorios estratégicos mediante guerras comerciales, agresiones y conflagraciones militares globales.
Carney visitó la Casa Blanca por segunda vez en menos de seis meses. Sin embargo, se fue sin señales de que se alcanzará pronto un acuerdo para resolver la actual guerra comercial entre las que fueron, durante buena parte del siglo pasado, las más estrechas aliadas imperialistas.
No fue por falta de intentos. Carney comenzó la reunión reverenciando al rey Donald, proclamándolo un presidente “transformador” y un “pacificador” por su plan de convertir Gaza en un protectorado colonial. No dijo ni una palabra sobre la avanzada campaña de Trump para imponer una dictadura fascista, que al día siguiente lo llevaría a celebrar una “mesa redonda” con neonazisy otros admiradores de Hitler para discutir abiertamente la represión interna contra opositores políticos.
Durante su conferencia de prensa televisada en el Despacho Oval, Carney se sentó junto a Trump e intercambió amabilidades mientras el presidente prometía desplegar al ejército en más ciudades estadounidenses y acusaba a sus oponentes demócratas de arrebatar a los hijos de las personas “con cadenas y cambiándoles el sexo”.
“El presidente Trump —declaró Carney— ha demostrado ser un líder transformador y, sí, un pacificador, ya sea en Medio Oriente o al restaurar el equilibrio económico mediante la fortaleza. Canadá respeta ese tipo de determinación”.
Provenientes de Carney, el exbanquero central y gestor político cuidadosamente seleccionado por la oligarquía financiera canadiense, los elogios a la “determinación” de Trump envían una señal inequívoca. Mientras Trump pisotea las normas jurídicas, encierra en masa a migrantes y amenaza a sus opositores políticos con represión brutal, él y el régimen dictatorial que está construyendo sirven como modelo para lo que anhela la élite empresarial canadiense.
Durante sus primeros seis meses en el poder, Carney ya ha impuesto políticas a lo Trump: un masivo aumento del gasto militar, promesas de austeridad presupuestaria, y la criminalización de la huelga de los tripulantes de cabina de Air Canada.
Las fuertes tensiones surgidas entre Washington y Ottawa desde que Trump volvió a asumir en enero no se deben a diferencias en cuanto a sus agendas de guerra de clases, sino a la pugna entre las ambiciones rivales de las dos potencias imperialistas de Norteamérica. Después de más de ocho décadas de estrecha colaboración militar, estratégica y económica, los imperialismos estadounidense y canadiense se ven cada vez más como rivales en el conflicto global por el control de materias primas, mercados, mano de obra e influencia geoestratégica.
La insistencia de Trump de que Canadá debe convertirse en el estado 51 refleja la exigencia de los sectores dominantes de la clase dirigente estadounidense de reorganizar el continente en una cadena de suministro gigante al servicio de las guerras comerciales y militares de EE.UU. contra sus rivales. La estrategia de su administración para debilitar sistemáticamente a Canadá y facilitar su anexión quedó clara con los comentarios del secretario de Comercio, Howard Lutnick. Al día siguiente de la reunión con Carney, dijo en una conferencia organizada por el banco BMO y Eurasia Group que EE.UU. pretende ensamblar todos los automóviles para su mercado internamente. La industria automotriz canadiense, estrechamente integrada con la estadounidense desde los años 60, quedaría relegada a fabricar partes, y, según Lutnick, sería “secundaria” respecto a la estadounidense.
Trump le dijo a Carney que está considerando anular el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá (USMCA o T-MEC), sucesor del TLCAN, lo cual subraya que la cruzada por redefinir las relaciones entre Canadá y EE.UU. apenas comienza. “Podemos renegociarlo, eso estaría bien, o simplemente hacer acuerdos distintos”, es decir, acuerdos separados con Canadá y México, afirmó Trump.
La clase dominante de Canadá se ha visto sacudida por la agresiva implementación de políticas “Estados Unidos Primero” por parte de Trump, en parte porque, desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ha utilizado su estrecha alianza con Washington para hacer valer sus propios intereses imperialistas globales. Incluso ahora, Ottawa prefiere persuadir a Trump y su camarilla fascista de que reconozcan debidamente los “derechos y prerrogativas” de Canadá como socio menor del imperialismo estadounidense, de modo que ambas potencias puedan enfrentar juntas a Rusia, China y otros rivales. De ahí los intentos de Carney de adular a Trump, su insistencia en que, a pesar de todo, Canadá y EE.UU. comparten “intereses comunes” y su oferta de invertir 1 billón de dólares canadienses en EE.UU. durante los próximos cinco años.
En el ámbito interno, la clase dominante canadiense ha aprovechado la guerra comercial de Trump y sus amenazas de anexión para adoptar grandes partes de su agenda de guerra de clases. Esto ha estado acompañado de un brusco giro a la derecha en la política oficial, ya que Carney ha buscado distanciarse de su predecesor “centrista” Justin Trudeau asumiendo muchas políticas exigidas por la derecha conservadora desde hace años, como los oleoductos, la desregulación empresarial y recortes masivos al gasto social en nombre de la austeridad.
El plan de “austeridad e inversión” del gobierno de Carney, que se profundizará en noviembre con el nuevo presupuesto, apunta a aumentar el gasto militar al 5 % del PIB para 2034, expandir la base industrial militar de Canadá, recortar el gasto en salud y programas sociales, y fomentar la rentabilidad del capital financiero y las grandes empresas mediante incentivos. Un anticipo de las condiciones que Carney y compañía preparan para la clase obrera lo ilustra lo que enfrentan los 55.000 trabajadores de Canada Post. El gobierno respalda una reestructuración dictada por la gerencia que eliminaría decenas de miles de puestos de trabajo seguros, expandiría el trabajo precario y serviría como modelo para desmantelar los servicios públicos en beneficio de las ganancias.
En las elecciones federales del pasado abril, Carney logró revertir un enorme déficit en las encuestas de los liberales y ganar las elecciones posando como oponente de Trump. Con la ayuda de los sindicatos y el Nuevo Partido Democrático (NPD), que avivaron la histeria del nacionalismo canadiense al presentar al país como unido contra Trump, Carney explotó las obvias afinidades políticas entre el aspirante a dictador y el líder ultraderechista de los conservadores, Pierre Poilievre.
Además de pivotar después de las elecciones hacia la guerra contra la clase trabajadora, los liberales de Carney han descartado la mayoría de las medidas de represalia contra los aranceles de Trump a las exportaciones canadienses. Esto incluye la eliminación del proyecto de impuesto sobre los servicios digitales, dirigido principalmente a empresas estadounidenses, y la reversión de la mayoría de los aranceles de represalia.
Mientras Poilievre, con retórica belicosa similar a la de la burocracia sindical, critica a Carney por abandonar las “acciones enérgicas” en favor de un enfoque más dócil, los sectores dominantes de la gran empresa canadiense han mostrado su aprobación por este enfoque más conciliador ante Trump. El Consejo Empresarial de Canadá ha insistido en que, dada la retirada de represalias por parte de Japón, la Unión Europea y Reino Unido, y sus acuerdos con Trump, Canadá debe hacer lo mismo.
El gobierno ha respondido mostrando su disposición a aceptar una reducción limitada de los aranceles estadounidenses sobre acero, aluminio, autopartes, madera blanda y otros productos no conformes con el T-MEC —en lugar de su eliminación total—, e incluso la imposición de cuotas de exportación, similares a las negociadas por Trump con otras potencias imperialistas. El objetivo es mantener el acceso preferencial al mercado estadounidense y evitar el colapso total del acuerdo T-MEC.
En lo que constituye una rama de olivo a Trump, pero también una expresión de las intenciones depredadoras del imperialismo canadiense, el gobierno de Carney está negociando la participación de Ottawa en el escudo antimisiles “Golden Dome”. A pesar de su nombre, este proyecto busca crear las condiciones para que el imperialismo estadounidense lance y “gane” una guerra nuclear contra sus rivales.
Las tensiones que genera tanto la campaña de Trump para anexar Canadá como el intento de las grandes empresas por aplacarlo agudizan las profundas fricciones regionales en el seno de la burguesía canadiense. La premier de Alberta, Danielle Smith, una ultraderechista cuya provincia depende de las exportaciones de petróleo hacia el sur, ha celebrado la política más conciliadora de Carney respecto a Trump, en comparación con la de Trudeau. Hablando en la conferencia del banco BMO y Eurasia Group, dijo: “Nunca creí que las acciones duras nos llevarían a un acuerdo con este presidente en particular, y creo que (Carney) está empezando a ver que… poner créditos en la cuenta bancaria nos llevará mucho más lejos”.
El premier de Ontario, Doug Ford, cuyo gobierno representa a la provincia donde se basa la industria automotriz canadiense, exige una respuesta más confrontativa. Advirtió que Trump no “aniquilará la manufactura en Ontario” y exigió que Canadá le devuelva el golpe “el doble de fuerte” si no hay acuerdo para eliminar los aranceles al sector automotriz.
Los trabajadores no deben tomar partido en estas disputas, que al final del día se reducen a diferencias tácticas sobre cómo defender mejor los intereses contradictorios y en muchos casos hostiles de las distintas facciones del capital canadiense. Los trabajadores saben por experiencia amarga que, independientemente de sus diferencias sobre cómo enfrentar a Trump, tanto Smith como Ford llevan adelante ataques brutales contra la clase obrera en sus respectivas provincias. Lo mismo puede decirse de François Legault y su gobierno derechista y “nacional-autonomista” de la CAQ en Quebec.
La farsa del “equipo Canadá” unido contra Trump queda desacreditada por la brutal guerra de clases en curso dentro del propio Canadá. En los últimos 15 meses, el gobierno liberal ha prohibido repetidamente huelgas obreras utilizando los poderes represivos del Código Laboral de Canadá. Actualmente, hay más de 100.000 trabajadores en huelga por todo el país: carteros, docentes de Alberta, empleados públicos de Columbia Británica y personal de apoyo universitario en Ontario. Todos exigen mejoras salariales importantes y seguridad laboral, mientras la desigualdad social y la pobreza se disparan.
Como el World Socialist Web Site ha enfatizado previamente, los trabajadores en Canadá deben oponerse a Trump y a todo lo que representa. Sin embargo, para hacerlo, deben oponerse de manera implacable a la burguesía canadiense y todas sus facciones rivales, que trabajan para defender sus intereses de clase mercenarios. Como declaramos:
Trump es una amenaza para los trabajadores de Canadá y del mundo. Pero los trabajadores no pueden combatirlo a él y a todo lo que representa —oligarquía, dictadura y guerra imperialista— alineándose con la burguesía canadiense, cualquiera de sus facciones rivales o sus representantes políticos.
Por el contrario, deben afirmar sus intereses de clase independientes mediante la construcción de un movimiento por el poder obrero y luchar por fusionar sus luchas con la oposición de masas contra Trump que comienza a emerger dentro de la clase trabajadora estadounidense. Los trabajadores de Canadá deben ayudar a sus compañeros estadounidenses a romper con el Partido Demócrata, que al igual que los fascistas republicanos de Trump es un partido de Wall Street y la CIA, y con sus aliados sindicales.
Esta perspectiva adquiere una urgencia renovada a medida que las protestas masivas y otras formas de oposición se intensifican en EE.UU. contra la Operación Dictadura de Trump. Los trabajadores en Canadá pueden y deben aportar a este movimiento un apoyo internacional decisivo asumiendo la lucha por la reorganización socialista de la economía en América del Norte y a nivel mundial.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 10 de octubre de 2025)
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