A menos de un mes de asumir el cargo, el nuevo gobierno de derecha de Bolivia se encuentra sumido en una grave crisis interna que amenaza con derrocarlo. El enfrentamiento entre el presidente Rodrigo Paz Pereira y su vicepresidente, Edman Lara —ex capitán de policía y predicador evangélico—, ha dejado al descubierto profundas fisuras en la élite gobernante del país y ha generado temores de un estallido social.
Paz y Lara ganaron las elecciones gracias a la desintegración del Movimiento al Socialismo (MAS), que gobernó Bolivia durante las dos décadas anteriores. El partido, otrora abanderado de la 'Marea Rosa' burguesa-nacionalista latinoamericana, obtuvo un humillante 3,2 por ciento de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y conservó tan solo un escaño legislativo.
El MAS, empleando una retórica pseudosocialista y antiimperialista, mantuvo intacto el estado capitalista y su represivo aparato policial-militar. Cumplió con los pagos de las deudas del país con la banca internacional, incluso cuando el crecimiento económico nacional se desplomó y la inflación superó el 23 por ciento. Ante la caída del apoyo popular, el partido se dividió en facciones personalistas fuertemente opuestas que apoyaban al expresidente Evo Morales y a su sucesor, Luis Arce.
Durante la campaña electoral, Lara declaró: 'Soy la garantía; si [el presidente] Rodrigo Paz no cumple, lo confrontaré'. Fiel a su palabra, se ha vuelto contra el presidente, denunciándolo como 'mentiroso' y 'cínico' por ceder ante el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Lara ahora acusa a Paz de traicionar a los votantes al adoptar las mismas políticas de austeridad que atribuyó a su rival electoral, aún más derechista, el expresidente boliviano Jorge Tuto Quiroga. Paz ha ordenado el recorte de gastos, exenciones fiscales para los ricos y ayudas muy por debajo de lo prometido para los pobres. El nuevo presidente también ha solicitado un préstamo de US$9.000 millones para estabilizar una economía que se tambalea por la alta inflación, un déficit creciente y una escasez crónica de dólares estadounidenses.
Paz basó su campaña en el lema demagógico de 'capitalismo para todos' y apeló a los antiguos votantes del MAS con la promesa de mantener los limitados programas de asistencia social que fueron posibles gracias al auge de las materias primas que terminó hace una década y que desde entonces han sido prácticamente destruidos por la inflación.
La alianza entre Paz, descendiente de las dinastías políticas más prominentes de Bolivia, y el policía populista de derecha Lara se formó sobre la base de 'alquilar' un partido político al que ninguno de los dos pertenecía. Lara, además de demostrar su habilidad en el uso de las redes sociales, contribuyó a asegurar una base para la candidatura presidencial mediante sus llamados a los cristianos evangélicos, que representan entre el 16 y el 19 por ciento de la población.
Intenta usar su tóxica mezcla de dogma religioso y populismo de derecha —una fórmula empleada por el expresidente brasileño fascista, ahora encarcelado, Jair Bolsonaro— contra el nuevo presidente de Bolivia. 'Si Rodrigo Paz sigue el camino del mal' (en el fanático sentido bíblico), advirtió, 'seré el primero en denunciarlo'.
El nuevo presidente insiste en que las medidas de austeridad son necesarias para restaurar la confianza del mercado. Sin embargo, los críticos las consideran un modelo familiar de ajuste estructural inspirado por el FMI que castiga a los bolivianos comunes mientras satisface las demandas de los acreedores internacionales y los intereses capitalistas nacionales y extranjeros.
La ruptura entre Paz y Lara ha paralizado la toma de decisiones. Sin consultar al presidente, Lara convocó al Congreso para nombrar jueces y denunció a ministros del gabinete por corrupción. Ofendido por la creación unilateral por parte de Paz de un Viceministerio de Coordinación Legislativa, un organismo que usurparía funciones previamente delegadas a los vicepresidentes, advirtió que ninguna política importante avanzaría sin su aprobación. En efecto, Bolivia ahora tiene dos centros de autoridad en pugna.
En respuesta, Paz presentó un proyecto de ley para destituir a Lara. Los ministros respaldan públicamente al presidente, pero las divisiones dentro del gobierno siguen siendo profundas.
La admisión de Paz de que Bolivia heredó más de mil millones de dólares en deudas impagas subraya la vulnerabilidad del país. Los acreedores ahora imponen las condiciones, exigiendo disciplina fiscal y la extracción de recursos para garantizar el pago. Según el diario español El País, el gobierno planea abrir las regiones de la Amazonía y el Chaco a nuevos proyectos de petróleo y gas, flexibilizando las protecciones ambientales y pisoteando los derechos territoriales de los indígenas.
Estas medidas reflejan una orientación más amplia: la subordinación de la soberanía de Bolivia y el bienestar de su pueblo a los imperativos capitalistas y la necesidad de generar ganancias para mantenerse solvente.
El legado político del MAS ha sido el desarme político de la clase trabajadora y las masas oprimidas frente al nuevo gobierno de derecha. Los movimientos sociales que sirvieron de base para la creación del partido se convirtieron en instrumentos corruptos y clientes obedientes del gobierno.
De igual manera, la Central Obrera Boliviana (COB), la principal federación sindical del país, subordinó los intereses de los trabajadores que pretendía representar al gobierno a cambio de beneficios como obsequios y nombramientos. Los escándalos de corrupción han envuelto a la COB tras la detención el mes pasado de su veterano líder, Juan Carlos Huarachi, por enriquecimiento ilícito mediante sobornos de contratistas del gobierno.
Mientras tanto, el expresidente Evo Morales —prófugo debido a una orden de arresto— ve una oportunidad en el caos y propone el diálogo con Paz como una forma de restablecer la estabilidad y proteger sus propios intereses. Los dos hombres, a pesar de sus diferencias políticas, comparten un objetivo común: evitar un malestar popular que podría descontrolarse.
Tras la disputa personal entre el nuevo presidente y vicepresidente de Bolivia se esconde algo más profundo: el agotamiento del régimen burgués boliviano. La clase dominante, atrapada entre las exigencias del capital financiero global y la resistencia de la clase trabajadora y las masas oprimidas, es incapaz de gobernar como antes.
La victoria de la fórmula Paz-Lara fue celebrada en Washington. El objetivo primordial del imperialismo estadounidense en la región es revertir, mediante la presión política y la fuerza bruta, la creciente influencia económica de China.
Sin embargo, esto parece particularmente difícil en Bolivia. Estados Unidos ni siquiera figura entre los diez principales mercados de exportación del país y representa solo el 6,8 ´por ciento de sus importaciones. La inversión extranjera directa estadounidense es insignificante, mientras que empresas estatales de China y Rusia, así como de Brasil, han invertido miles de millones de dólares, la mayor parte en el desarrollo de la explotación de las estratégicamente cruciales reservas de litio del país, las mayores del planeta.
Aún más desalentadora para Washington y sus aliados de la oligarquía gobernante boliviana es la resistencia de la clase trabajadora y las masas oprimidas. Se rebelaron contra el MAS no por rechazo al socialismo, sino por su incapacidad para superar el atraso histórico del país y su subordinación al imperialismo, y por su alianza con los representantes más derechistas de la burguesía boliviana en nombre de la 'unidad nacional'.
La historia ha demostrado —desde los levantamientos mineros de la década de 1950 hasta las guerras del gas y el agua de principios de la década de 2000— la capacidad de los trabajadores y oprimidos de Bolivia para rebelarse contra el orden capitalista existente. Las mismas fuerzas se están movilizando una vez más en respuesta a las políticas reaccionarias del régimen de Paz-Lara. Para que este movimiento prevalezca y no caiga víctima una vez más de una dictadura policial, la clase obrera debe movilizar sus fuerzas independientemente del MAS, los sindicatos y todas las fuerzas políticas de la burguesía, sobre la base de un programa revolucionario, socialista e internacionalista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 4 de diciembre de 2025)
