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80 años después de la liberación de Auschwitz: regresa la barbarie imperialista

El portón en Auschwitz con la inscripción, "El trabajo te libra"

Hace ochenta años, el 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo soviético liberó el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Los soldados se encontraron con una escena de horror indescriptible. Auschwitz, el nombre alemán de la pequeña ciudad de Oświęcim en el sur de Polonia, llegó a simbolizar crímenes más allá del alcance de la imaginación humana.

El régimen nazi asesinó entre 1,1 y 1,5 millones de personas en el complejo de campos de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. El noventa por ciento de ellas eran judíos, pero también murieron polacos, sinti y roma, así como prisioneros de guerra soviéticos.

Lo que hace a Auschwitz tan terrible no es solo el número gigantesco de víctimas, sino también la fría eficiencia con la que decenas de miles de miembros de las SS, funcionarios estatales y líderes empresariales trabajaron juntos para hacer posible el asesinato en masa. Nunca antes el aparato de un estado industrializado moderno se había utilizado de manera tan sistemática para llevar a cabo un genocidio.

Funcionarios municipales en Alemania y en los territorios ocupados por los nazis identificaban a las víctimas como judíos, la policía los detenía y los ferrocarriles los transportaban en vagones de carga como si fueran ganado hasta Auschwitz. Allí eran seleccionados en la rampa. Aquellos incapaces de realizar trabajos forzados—principalmente niños, mujeres y ancianos—eran dirigidos a cámaras de gas, asesinados y sus cuerpos quemados. Tan solo en los tres meses entre mayo y julio de 1944, alrededor de 400.000 judíos húngaros murieron de esta manera en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau.

Judíos húngaros llegan al campo de exterminio Auschwitz [Photo: Anonymous Auschwitz photographer]

Aquellos que podían trabajar eran forzados a hacerlo en el mismo campo o para empresas alemanas hasta morir de hambre y agotamiento o ser llevados eventualmente también a las cámaras de gas. Algunos fueron utilizados como cobayas para experimentos médicos. Empresas alemanas, como IG Farben, construyeron fábricas específicamente para este propósito en el enorme complejo de Auschwitz, que comprendía tres campos principales y 50 subcampos. Los nazis se esforzaron en exprimir hasta el último gramo de “beneficio” de las víctimas, incluso utilizando su cabello y dientes de oro para obtener ganancias comerciales.

Auschwitz fue solo uno de muchos campos de exterminio alemanes. Millones más fueron asesinados a tiros o de otras formas bestiales mientras las tropas alemanas avanzaban por Polonia y la URSS.

Solo unos pocos de los responsables del asesinato en masa fueron llevados ante la justicia. En Europa del Este, en particular, que quedó bajo control soviético después de la guerra, se llevaron a cabo juicios, algunos de los cuales condujeron a sentencias de muerte. En Núremberg, entre 1945 y 1946, los aliados de la guerra celebraron 13 juicios contra representantes destacados del régimen nazi. Sin embargo, los resultados fueron modestos: 24 penas de muerte y 118 penas de prisión, que pronto fueron reducidas. El principal significado de los juicios de Núremberg radicó en que sentaron nuevas bases para el derecho internacional.

También se celebraron juicios en Núremberg contra líderes empresariales que apoyaron a los nazis y se beneficiaron del trabajo esclavo. Solo recibieron penas de prisión cortas, que sirvieron principalmente para su propia protección. Se les permitió conservar la mayor parte de las riquezas que habían acumulado mediante el robo y el asesinato en masa, e incluso gestionar sus empresas desde la prisión. Hasta el día de hoy, las fortunas de muchas familias alemanas multimillonarias se remontan a la complicidad de sus padres y abuelos con el régimen nazi.

Con el comienzo de la Guerra Fría, el enjuiciamiento de los perpetradores nazis en Occidente se descontinuó en gran medida. Oficiales militares, agentes secretos, jueces, altos funcionarios, profesores y líderes empresariales fueron declarados “desnazificados” y regresaron a sus antiguos puestos. La Cancillería, donde se tomaban las decisiones más importantes sobre personal, fue encabezada por Hans Globke, coautor de las Leyes Raciales de Núremberg.

El primer juicio de Auschwitz en Alemania no tuvo lugar hasta 1963, 18 años después de que las tropas soviéticas pusieran fin a las matanzas allí. Esto se debió principalmente a los incansables esfuerzos del fiscal jefe del estado de Hesse, Fritz Bauer, quien tuvo que luchar contra innumerables obstáculos y ataques personales. También en este caso, el número de condenas fue bajo. Sin embargo, los juicios de Auschwitz en Frankfurt tuvieron un gran valor educativo. Abrieron los ojos de la generación más joven que había crecido después de la guerra y contribuyeron significativamente a su radicalización y a las protestas masivas de 1968-1969.

En la década de 1970, la confrontación con el régimen nazi también llegó a las escuelas. Muchos viejos nazis ya se habían retirado y fueron reemplazados por jóvenes profesores influenciados por el movimiento de 1968. El lema “¡Nunca más!” quedó profundamente grabado en la conciencia de una generación, aunque esta no comprendiera del todo qué había llevado a la catástrofe. Pero la gran mayoría estaba convencida de que un crimen tan atroz contra la humanidad no debía ni podía repetirse jamás.

Ochenta años después de la liberación de Auschwitz, esto ya no es el caso. El genocidio, la persecución y el asesinato de poblaciones enteras por su origen nacional o religión, la “guerra total” que apunta tanto a civiles como a soldados, e incluso el posible uso de armas nucleares, vuelven a considerarse “normales”. Esto también caracteriza la ceremonia oficial de conmemoración que se lleva a cabo hoy a las 4 p.m. en el sitio del antiguo campo de concentración de Auschwitz.

La lista oficial de invitados incluye a numerosos jefes de Estado y de Gobierno de Europa. El presidente francés Emmanuel Macron, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier y el canciller Olaf Scholz, así como el rey Carlos de Gran Bretaña, viajan al evento.

Rusia, el principal Estado sucesor de la Unión Soviética, que liberó Auschwitz a un coste enorme, no estará representada. El motivo es que Alemania está librando de nuevo la guerra en el Frente Oriental, la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania. Desde el comienzo de la guerra hace tres años, las potencias imperialistas han apoyado a Ucrania con armas, municiones y ayuda financiera por un total de 213.000 millones de euros. Ya se han prometido otros 147.000 millones de euros.

La afirmación de que esta guerra es en defensa de Ucrania contra una guerra de agresión rusa es simplemente una mentira. En realidad, la OTAN provocó la guerra expandiéndose cada vez más hacia Rusia, en contra de los compromisos que había contraído anteriormente.

El régimen de Putin, que debe su poder a la disolución de la Unión Soviética y al saqueo de la propiedad social por parte de oligarcas multimillonarios, no tuvo ninguna respuesta progresista a esto. Incapaz de apelar a la clase obrera ucraniana e internacional, respondió con una guerra reaccionaria. Sin embargo, la responsabilidad de la guerra recae en la OTAN, que persigue los objetivos de controlar Ucrania y desintegrar Rusia, así como explotar los vastos recursos naturales de ambos países.

Es significativo que no haya ningún representante ucraniano en la lista oficial de invitados a la ceremonia de Auschwitz. Puede que esto cambie, ya que Polonia es uno de los aliados más cercanos de Ucrania en la guerra contra Rusia.

Sin embargo, también hay buenas razones para que Polonia no invite a Ucrania a la conmemoración de Auschwitz. El régimen de Kiev rinde homenaje a los colaboradores nazis y cómplices del Holocausto. En la ciudad ucraniana de Lviv, a menos de 400 kilómetros de Auschwitz, hay un enorme monumento a Stepan Bandera, cuya OUN no sólo apoyó el Holocausto, sino que asesinó a decenas de miles de polacos para crear una Ucrania occidental étnicamente pura. El culto oficial a Bandera ha provocado repetidos conflictos entre Varsovia y Kiev.

Israel está representado por el ministro de Educación, Yoav Kisch. El primer ministro Benjamin Netanyahu no viaja a Auschwitz porque el Tribunal Penal Internacional ha emitido una orden de detención contra él por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. En Polonia hubo un largo debate sobre si debía ignorarse la orden de detención, que está legalmente obligada a ejecutar.

Las acciones de Israel contra los palestinos, que guardan espantosos paralelismos con los métodos de los nazis, son quizá la ilustración más clara de hasta qué punto el genocidio ha vuelto a convertirse en una “normalidad” oficialmente aceptada.

Incluso el Gobierno estadounidense sólo está representado en el acto conmemorativo por un miembro de tercera fila, el enviado multimillonario a Oriente Próximo Steve Witkoff. El presidente Donald Trump alberga simpatías apenas disimuladas por Hitler, y sus políticas —deportación de millones de migrantes, recortes sociales masivos, establecimiento de un Estado policial, amenazas de violencia contra rivales y aliados— muestran fuertes paralelismos con las de los nazis.

Elon Musk, el hombre más rico del mundo y hombre de confianza de Trump, habló en una pantalla gigante en el acto de inicio de la campaña electoral de la ultraderechista Alternativa para Alemania en Halle el fin de semana anterior al servicio conmemorativo en Auschwitz. Pidió a los 4.500 animosos seguidores del partido de extrema derecha que dejaran atrás “demasiado enfoque en la culpa del pasado”. Musk afirmó que los niños no deben ser culpables de los pecados de sus bisabuelos. “Es muy importante que la gente en Alemania esté orgullosa de ser alemana”, subrayó Musk. La conmemoración de Auschwitz no puede sino perturbar esto.

Ochenta años después de la liberación de Auschwitz, ya no puede afirmarse que la barbarie nazi fuera un accidente histórico. Fue la expresión concentrada de la bancarrota del sistema social capitalista. Durante la Primera Guerra Mundial, el imperialismo alemán intentó sin éxito controlar Europa y expandirse hacia el Este. Bajo los nazis, hizo un segundo intento. Necesitaba a Hitler para aplastar al movimiento obrero y convertir toda la economía a la producción de guerra.

La clase obrera podría haber detenido a Hitler en su momento. Los dos principales partidos obreros, el Partido Socialdemócrata (SPD) y el Partido Comunista (KPD), tenían más seguidores que los nazis y ocupaban una posición incomparablemente más fuerte en el corazón de la economía alemana. Pero ni los dirigentes del SPD ni los del KPD estaban dispuestos a luchar. El SPD confiaba en el Estado de Weimar y en el presidente del Reich, Hindenburg, que en última instancia ayudó a Hitler a llegar al poder. El KPD, que estaba bajo la perniciosa influencia de Stalin, ocultó su falta de voluntad de luchar tras ataques verbales radicales contra el SPD.

El genocidio de los judíos fue el resultado de este fracaso de la dirección de la clase obrera. Hitler instrumentalizó el antisemitismo para canalizar las tensiones sociales contra una minoría. Lo había aprendido en Viena del alcalde antisemita Karl Lueger. La guerra de aniquilación contra la Unión Soviética creó entonces las condiciones para llevar a cabo sus planes asesinos.

Hoy en día, los ataques contra los inmigrantes, especialmente los de confesión musulmana, desempeñan un papel similar al que desempeñó el antisemitismo en el pasado. Pero que nadie se equivoque: Donde hay extremistas de derechas y fascistas, también prolifera el antisemitismo.

El mundo se enfrenta ahora no solo a la erupción del imperialismo alemán, sino también al imperialismo estadounidense. Trump no es más un accidente histórico que Hitler. Su regreso a la Casa Blanca significa, como ha declarado el WSWS, “el violento realineamiento de la política estadounidense con su realidad social subyacente”. La enorme desigualdad social y el declive relativo de la economía estadounidense en comparación con sus rivales, especialmente China, no pueden conciliarse con la democracia y la paz.

Esto también se aplica a Alemania y Europa. Los partidos de extrema derecha ya están en el poder en Hungría, Italia, Países Bajos y pronto en Austria. En Alemania, la AfD es el segundo partido más fuerte, con un apoyo de alrededor del 20 por ciento en las encuestas preelectorales. El próximo gobierno alemán quiere duplicar o triplicar el gasto en defensa. Todos los partidos establecidos están de acuerdo en esto. Esto sólo puede lograrse utilizando métodos fascistas.

Si hay una lección que aprender de Auschwitz, es ésta: El fascismo y la guerra sólo pueden detenerse con la intervención de la clase obrera. Ésta debe defender todos los derechos democráticos y sociales, unirse internacionalmente, expropiar a los oligarcas y construir una sociedad socialista. Para ello, necesita su propio partido: el Partido Socialista por la Igualdad en Alemania y sus partidos hermanos en todo el mundo, secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(El artículo fue publicado originalmente en inglés el 27 de enero de 2025)

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