Esta es la tercera de una serie de tres partes. La primera parte se publicó el 11 de enero y la segunda el 12 de enero.
La lucha contra el imperialismo y la guerra
Hoy, un gran grupo de partidos pseudoizquierdistas que representan a las capas acomodadas de la clase media de América del Norte, Europa occidental y Australasia abrazan abiertamente la guerra imperialista, utilizando consignas de “derechos humanos” y despotricando contra el llamado “imperialismo” ruso y chino para legitimar, e incluso apoyar directamente, operaciones militares neocolonialistas. Se han alineado con los EE.UU. y la OTAN y han defendido sus guerras en Yugoslavia, Libia, Siria, Ucrania y Rusia y las provocaciones imperialistas en todo el sudeste asiático contra China.
Otra ala de las tendencias pseudoizquierdistas ha actualizado el “ultraimperialismo” de Kautsky –reivindicando la posibilidad de una regulación pacífica, no violenta y no imperialista de la economía mundial y de las relaciones entre las grandes potencias capitalistas– mediante el concepto de “multipolaridad”. Insisten en que las potencias estadounidenses y europeas pueden aceptar gradual y pacíficamente su eclipse por parte de sus competidores, sobre todo, los dirigidos por China.
Esta es también la política oficial de Estado de los regímenes capitalistas de Rusia y China, que, temiendo nada más que el surgimiento de un movimiento revolucionario en sus respectivos países y en la clase obrera internacional, apelan a otros Estados de todo el mundo para que formen un contrapeso a las potencias imperialistas. Esperan que esto aumente su posición negociadora en la mesa de negociaciones con el imperialismo.
Los políticos capitalistas y estalinistas de todo el continente africano también han abrazado la “multipolaridad”. Un ejemplo es el líder de los Luchadores por la Libertad Económica (EFF) de Sudáfrica, Julius Malema, quien propone a los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como un contrapeso al imperialismo. Define a los BRICS como un grupo “progresista y con visión de futuro” con el mandato de poner fin a la “dominación imperialista del mundo” y “como una alternativa a la alianza bélica del G7 y la OTAN”. Del mismo modo, Booker Ngesa Omole, el líder del Partido Comunista de Kenia-Marxista (CPK-M), ha dicho: “La transición de la unipolaridad a la multipolaridad en la política global presenta una oportunidad para que los revolucionarios reformen el orden mundial en favor de los oprimidos y marginados”.
Semejante perspectiva es fallida. Supone que el imperialismo estadounidense aceptará su degradación natural. La realidad demuestra lo contrario. Washington ha estado en guerras interminables durante las últimas tres décadas en Europa del Este, Oriente Medio y África en un intento de compensar su declive económico. En el prefacio de Un cuarto de siglo de guerra: la campaña estadounidense por la hegemonía global: 1990-2016, David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, escribió:
El último cuarto de siglo de guerras instigadas por Estados Unidos debe estudiarse como una cadena de acontecimientos interconectados. La lógica estratégica de la campaña estadounidense por la hegemonía global se extiende más allá de las operaciones neocoloniales en Oriente Medio y África. Las guerras regionales en curso son elementos componentes de la confrontación en rápida escalada de Estados Unidos con Rusia y China.[1]
Hoy, las potencias de Estados Unidos y la OTAN están intensificando implacablemente su guerra en Ucrania, con el objetivo de infligir una derrota decisiva de Estados Unidos y la OTAN a Rusia, incluido el cambio de régimen y, en última instancia, el robo de sus vastos recursos naturales.
Al mismo tiempo, Washington y sus aliados están preparando un nuevo frente contra China, que es vista por los estrategas del imperialismo estadounidense como la principal amenaza a su hegemonía global.
El genocidio dirigido por Israel contra los palestinos, la invasión del Líbano, el cambio de régimen en Siria y el bombardeo de Yemen respaldado por las potencias de la OTAN son parte de una guerra regional en Oriente Medio, especialmente dirigida contra Irán, un aliado de China y Rusia. El objetivo es controlar la región rica en petróleo.
La nueva lucha por África
Otro frente está surgiendo rápidamente, que toma la forma de una nueva lucha (reparto o carrera) por África. Impulsado por crisis internas y frente al rápido declive de la posición del imperialismo estadounidense y europeo a escala mundial, el continente africano y sus ricos recursos son vistos cada vez más como un medio necesario para sus otros frentes de guerra.
Países como la República Democrática del Congo suministran cobalto, vital para las baterías de iones de litio utilizadas en hardware militar avanzado, mientras que los elementos de tierras raras de Sudáfrica y Madagascar son indispensables en la fabricación de electrónica, láseres y sensores utilizados en aplicaciones militares. De manera similar, los depósitos de uranio en naciones como Níger y Namibia son cruciales tanto para la energía nuclear como para el armamento. Metales como el tantalio, abundante en todo el continente, son vitales para los sistemas de guía de misiles. Además, las abundantes reservas de petróleo y gas natural de África en países como Nigeria y Angola son clave para alimentar operaciones militares en todo el mundo.
Estados Unidos, que considera a África una región geopolítica importante para su campaña por la hegemonía global, ha lanzado guerras en todo el continente durante las últimas tres décadas. Entre 1992 y 1994, Washington desplegó tropas para ocupar Somalia. Tras su retirada, apoyó la invasión de Somalia por parte de Etiopía en 2006, a la que siguió la de Kenia en 2011. Estas intervenciones, destinadas a controlar el estrecho de Bab el-Mandeb, uno de los puntos de estrangulamiento marítimo más críticos del mundo, han provocado la muerte de decenas de miles de somalíes.
Durante la década de 1990, Estados Unidos y las potencias europeas también respaldaron al Frente Patriótico Ruandés (FPR) liderado por los tutsis contra el gobierno Hutu profrancés en el poder, que estalló en un genocidio en 1994. A esto le siguió el respaldo de Estados Unidos al FPR ruandés y las invasiones ugandesas de Zaire (hoy República Democrática del Congo), un país rico en minerales, para instalar un régimen pro estadounidense, que condujo a la Primera y Segunda Guerra del Congo en las décadas de 1990 y 2000, que dejaron más de 5 millones de muertos.
En 2006, Estados Unidos creó el AFRICOM con la misión de ejercer una mayor influencia militar sobre África para mantener y facilitar la explotación por parte de Washington de los vastos recursos económicos del continente y de sus masas trabajadoras. Desde entonces, Washington ha librado guerras en todo el continente, utilizando las docenas de puestos avanzados del AFRICOM y trabajando con fuerzas locales delegadas para lanzar incursiones de comandos, ataques con aviones no tripulados y programas secretos de asesinatos. Entre 2013 y 2017, las fuerzas de operaciones especiales estadounidenses combatieron en al menos 13 países africanos.
En 2011, Estados Unidos y las potencias europeas lanzaron una operación de cambio de régimen contra Libia, un país rico en petróleo, que mató a 50.000 personas y dejó al país sumido en el caos, sin un gobierno central funcional y con un panorama apocalíptico de inestabilidad. Surgieron facciones tribales rivales que competían por el dominio de las vastas reservas petroleras del país. Hasta el día de hoy, varias potencias globales siguen compitiendo por el control, aprovechando a representantes locales para promover sus intereses.
La principal preocupación de Washington en la región es el ascenso de su principal competidor, China. Con un volumen comercial de 204.000 millones de dólares, Beijing ya es el mayor socio comercial de África. A través de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, China ha invertido miles de millones en proyectos de infraestructura a gran escala, incluidos ferrocarriles, puertos e instalaciones energéticas, al tiempo que ha otorgado préstamos sustanciales a los estados africanos, socavando la influencia del Banco Mundial, dominado por Estados Unidos, y del Fondo Monetario Internacional. Las empresas estatales de Beijing han conseguido contratos clave para la extracción de recursos naturales, lo que garantiza el acceso a minerales críticos y suministros de energía. En los sectores de las telecomunicaciones y la tecnología, empresas chinas como Huawei son cada vez más dominantes en la construcción de redes 5G.
Washington ha dejado claro que no permitirá que África caiga en manos de China. Estados Unidos ha firmado cientos de acuerdos por valor de 14.200 millones de dólares con países africanos en un intento inicial de contrarrestar su creciente influencia. En diciembre, el presidente saliente Joe Biden visitó Angola, donde dijo: 'Estados Unidos está totalmente comprometido con África'. Un enfoque central de Biden fue el proyecto ferroviario del Corredor Lobito financiado por Estados Unidos, cuyo objetivo es facilitar el transporte de minerales críticos desde la República Democrática del Congo y Zambia a través de Angola hasta los mercados globales.
En vista de la disminución de la capacidad de Estados Unidos para competir económicamente con China, hay voces dentro del establishment norteamericano que exigen una estrategia militar más agresiva. Como dijo recientemente el subsecretario de Estado norteamericano, Kurt Campbell: “Tenemos que hacer más y tenemos que impugnar las acciones chinas, no sólo en términos de su estrategia de bases avanzadas, sino también de su deseo de ir en busca de tierras raras de África, que serán fundamentales para nuestras capacidades industriales y tecnológicas”.
Estados Unidos es la más agresiva de las potencias imperialistas del continente, pero la misma dinámica que lleva a Washington a la guerra también opera entre los estados imperialistas europeos. Acosados por las mismas enfermedades políticas y económicas que afligen a Washington, poseen aún menos recursos financieros para hacerles frente.
Francia lleva más de una década librando guerras en la zona del Sahel, en un intento de mantener su menguante influencia en toda África. París intervino en Libia (2011) y Mali (2013), seguidas de intervenciones en Níger, Burkina Faso, Chad y Mauritania en 2014. En Burkina Faso, Francia desempeñó un papel clave en la destitución del presidente Blaise Compaoré en 2015. A pesar de ello, las protestas masivas han obligado a las tropas francesas a abandonar Mali, Níger y Burkina Faso, ya que los nuevos regímenes buscaron una ayuda militar más estrecha de Rusia y vínculos económicos con China. Senegal, Chad y Costa de Marfil están planeando hacer lo mismo ahora.
Alemania, que nunca perdonó la pérdida de sus colonias en manos de Gran Bretaña y Francia en África tras la Primera Guerra Mundial, ha intervenido en Mali y Níger. Durante los últimos dos años, el canciller Olaf Scholz ha realizado una gira agresiva por África con representantes empresariales de alto rango para anunciar inversiones de miles de millones de euros. Berlín está tratando de asegurarse el acceso a la energía y las materias primas africanas, a mercados de venta lucrativos y a mano de obra barata.
El imperialismo británico, que en su día fue la potencia dominante en África, está tratando de restablecer su influencia. El ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy, dijo que “sería un gran error que el Partido Laborista pasara por alto la importancia de África”. El Reino Unido tiene la base BATUK en Kenia, la mayor base africana del Reino Unido. Sus tropas han librado guerras en Mali y Sudán del Sur, y entrenan regularmente a fuerzas africanas como representantes en todo el continente. Los datos sobre la posición de la inversión extranjera directa (IED) británica en África de 2004 a 2019 muestran que la IED en África alcanzó un máximo en 2019 de 50.500 millones de libras, casi el doble con respecto a 2004.
La presencia permanente de ejércitos europeos en el continente demuestra que estas potencias no dependen únicamente de fuerzas delegadas y de la burguesía africana para hacer valer sus intereses en África, sino que se están preparando para una escalada masiva de la guerra en todo el continente.
La elección de Donald Trump acelerará aún más esta militarización en el continente, ya que las capitales europeas, ante la amenaza de medidas comerciales adicionales de Washington y una mayor competencia de China, buscan agresivamente nuevos mercados, materias primas, oportunidades de inversión y mano de obra barata.
Socialismo versus nacionalismo burgués
Los regímenes capitalistas y nacionalistas de Rusia y China, que representan los intereses de los oligarcas engendrados por la restauración estalinista del capitalismo, no tienen una respuesta progresista. No representan un camino para el desarrollo pacífico de las masas africanas. Más bien, alternan entre el ruido de sables y los llamados fallidos a la “coexistencia pacífica” con el imperialismo.
En cuanto a las élites gobernantes africanas, nada expone más su bancarrota que ellas mismas ofreciéndose como títeres del imperialismo. El presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, es un aliado militar clave del imperialismo estadounidense y está desempeñando un papel crucial en el genocidio palestino. El presidente de Ruanda, Paul Kagame, ha desplegado tropas para aplastar una insurgencia liderada por islamistas en el norte de Mozambique, con el fin de proteger las inversiones de miles de millones de dólares en gas del gigante energético francés Total. El presidente de Uganda, Yoweri Museveni, ha enviado tropas a Sudán, Sudán del Sur, Ruanda, la República Democrática del Congo y Somalia para promover los intereses estadounidenses. Y el presidente de Kenia, William Ruto, se ha humillado ante Washington para convertirse en un aliado no perteneciente a la OTAN, mientras que la policía keniana está desplegada en Haití para aterrorizar a la población y lograr su sometimiento en nombre del imperialismo estadounidense y canadiense.
En África occidental, Nigeria amenazó el año pasado con lanzar una intervención militar contra el vecino Níger, tras el derrocamiento del presidente profrancés Mohamed Bazoum por parte de los militares. La amenaza tenía como objetivo preservar la influencia de Washington y París sobre la nación empobrecida pero rica en recursos. Sin embargo, Nigeria finalmente se abstuvo, temerosa de que una intervención de ese tipo pudiera provocar un malestar social generalizado dentro de sus propias fronteras.
En el sur de África, los antiguos movimientos burgueses de liberación nacional que libraron una lucha armada contra las colonias de Portugal y los estados colonizadores de Rhodesia del Sur (Zimbabwe) y Sudáfrica, apoyados por Estados Unidos y Gran Bretaña, se han transformado en instrumentos clave para que el imperialismo mantenga su dominio sobre la región rica en minerales.
El Congreso Nacional Africano (ANC) gobierna Sudáfrica desde 1994; el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y el Frelimo controlan Angola y Mozambique respectivamente desde 1975; la Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF) gobierna Zimbabwe desde 1980; y la Organización Popular del África Sudoccidental (SWAPO) está en el poder en Namibia desde 1990.
En todos los casos, han desmantelado los servicios sociales, despedido a los trabajadores del sector público, devaluado sus monedas y privatizado las industrias nacionales para recibir préstamos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La pobreza y la desigualdad social sólo han aumentado después de la independencia, ya que las llamadas “reformas de libre mercado” han garantizado que los que están en la cima hayan acumulado una inmensa riqueza.
En última instancia, la lucha por África no se resolverá solo a través de la economía, sino que estará impulsada por consideraciones militares. La renovada agresión militar y el peligro de una Tercera Guerra Mundial solo se pueden evitar mediante la movilización de la clase trabajadora internacional sobre la base de un programa socialista y revolucionario.
En todo el mundo, se está desarrollando una oleada de oposición de la clase trabajadora a la desigualdad y la explotación capitalista en forma de huelgas y protestas. África se está convirtiendo rápidamente en un polvorín social.
Entre 2016 y 2023, el número de protestas en las naciones africanas aumentó más del doble. Los datos del Proyecto de Datos sobre la Ubicación y los Eventos de los Conflictos Armados (ACLED, por sus siglas en inglés) indican que, entre enero de 2016 y mayo de 2023, hubo aproximadamente 7.164 protestas relacionadas con cuestiones como los alimentos, los salarios y los precios; 5.039 de ellas ocurrieron después del estallido de la pandemia de COVID-19 en marzo de 2020. El África subsahariana también ha experimentado la tasa de crecimiento más rápida de las protestas políticas masivas a nivel mundial, con un aumento anual del 11,5 por ciento entre 2009 y 2019.
En Kenia, lo que comenzó como protestas a nivel nacional contra las subidas de impuestos a los trabajadores rápidamente se convirtió en una insurgencia. En el norte de África, solo este año los trabajadores marroquíes han realizado más de 100 protestas por los salarios y el aumento del coste de la vida. Han estallado protestas contra las medidas de austeridad del FMI en Nigeria y Ghana, y ha aumentado la oposición contra los regímenes autoritarios respaldados por Estados Unidos en Zimbabue, Uganda y Mozambique.
El movimiento de los trabajadores de toda África, en alianza con los trabajadores de los centros imperialistas, tiene el poder de detener la guerra imperialista y la nueva lucha por África, y de redistribuir la riqueza mundial para satisfacer las necesidades sociales de la clase obrera. La tarea fundamental es incorporar a estas luchas una comprensión de la crisis del capitalismo en su conjunto, que encuentra su expresión más peligrosa en la guerra imperialista. Es necesario desarrollar una dirección política en la clase obrera que pueda unificar las luchas separadas y sentar las bases para el derrocamiento de todo el sistema socioeconómico mediante la revolución socialista mundial.
Los trabajadores y los jóvenes de toda África necesitan un partido que sea completamente independiente de todas las facciones de la burguesía africana, las potencias imperialistas y China y Rusia, y que luche por los intereses históricos de la clase obrera internacional. Sólo el movimiento trotskista mundial, encarnado en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, representa un partido de ese tipo. Su construcción es, por tanto, la tarea más urgente en la lucha por unir a los trabajadores a nivel internacional en torno al programa de la revolución socialista mundial.
Conclusión
(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de enero de 2025)
David North, Un cuarto de siglo de guerra: la campaña estadounidense por la hegemonía global, (Oak Park: Mehring Books, 2016), pág. xix.