Español

Trump y Kennedy lanzan una histriónica diatriba anticientífica en rueda de prensa sobre el autismo

Trump habla en la Casa Blanca, lunes 22 de septiembre de 2025. Lo acompañan, de izquierda a derecha: el director de los NIH Jay Bhattacharya, el comisionado de la FDA Marty Makary, el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., el administrador del CMS Dr. Mehmet Oz, la secretaria adjunta de salud en funciones Dorothy Fink y Jackie O’Brien. [AP Photo/Mark Schiefelbein]

El presidente Donald Trump realizó el lunes una rueda de prensa en la Casa Blanca que representa el ataque más frontal contra la ciencia y la salud pública por parte de un presidente en funciones, quizá solo comparable con la infame comparecencia que hizo en abril de 2020 sobre el coronavirus, cuando alentó a los estadounidenses a inyectarse desinfectante y utilizar luz ultravioleta dentro del cuerpo. Este nuevo espectáculo implica una peligrosa escalada en la guerra más amplia de la administración Trump contra la ciencia, la medicina y la política sanitaria.

Los paralelismos con el episodio del desinfectante en 2020 son inconfundibles. Como observó el Boletín Socialista Mundial en un artículo de abril de ese año, “Rasputín en la Casa Blanca”, aquella rueda de prensa reveló “la elevación de una personalidad especialmente despreciable e incluso depravada a un alto cargo en el Estado”, una característica de “sistemas políticos condenados” a lo largo de la historia. Así como las recomendaciones de Trump sobre la lejía expusieron la absoluta indiferencia de la oligarquía hacia la vida humana en su afán por reabrir la economía en el punto más álgido de la pandemia, el anuncio del lunes sobre el autismo muestra la disposición del gobierno a aterrorizar a mujeres embarazadas y familias con niños autistas para avanzar en su agenda anticientífica.

Durante la hora que duró la rueda de prensa, Trump mostró perturbadores signos de deterioro neurológico, repitiendo decenas de veces variantes de las frases “no tomen Tylenol”, “no le den Tylenol a su hijo después de nacer” y “separen las vacunas”, en un patrón incoherente y obsesivo que sugiere demencia u otra forma de degeneración neurológica. Sus declaraciones divagantes e incoherentes incluyeron esta afirmación textual:

Hagámoslo ahora. No puede pasar nada malo, solo podría pasar algo bueno. Pero con el Tylenol, no lo tomen. ¡No lo tomen! Y si no pueden vivir, si la fiebre es tan fuerte, tienen que tomar uno, porque tristemente no hay alternativa. Primera pregunta: ¿qué se puede tomar en su lugar? En realidad, no hay alternativa. Y como saben, otros medicamentos han sido absolutamente probados como malos. Me refiero a que se ha demostrado que son malos, con las aspirinas y los Advil y otros, ¿cierto? Y se ha demostrado que son malos.

El centro de la rueda de prensa del lunes fueron varias afirmaciones evidentemente falsas y peligrosas que contradicen décadas de ciencia médica consolidada.

Trump declaró que “tomar Tylenol no es bueno” y anunció que la FDA notificaría a los médicos que “el uso de acetaminofén durante el embarazo puede estar asociado con un riesgo muy elevado de autismo”. Esta afirmación contradice extensas investigaciones, incluyendo un importante estudio sueco de 2024 con casi 2,5 millones de niños que no encontró conexión entre el uso prenatal de acetaminofén y trastornos del neurodesarrollo.

En cuanto a mujeres embarazadas con fiebre, Trump insistió repetidamente: “No hay perjuicio, solo hay que resistirlo”. Al hacerlo, minimizó deliberadamente los riesgos bien documentados de la hipertermia materna, que se ha vinculado con defectos del tubo neural, malformaciones congénitas del corazón y otros defectos graves cuando la fiebre ocurre durante fases críticas del desarrollo fetal.

La comunidad médica reaccionó de inmediato con alarma ante las afirmaciones sin sustento de Trump. Arthur Caplan, jefe fundador de la división de ética médica de la Escuela de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York, declaró a la periodista del New York Times, Christina Jewett:

El anuncio sobre el autismo fue la muestra más triste de falta de evidencia, rumores, reciclaje de viejos mitos, malos consejos, mentiras descaradas y consejos peligrosos que jamás haya presenciado por parte de cualquier persona con autoridad en el mundo que pretenda saber algo de ciencia.

Trump lanzó una clásica diatriba contra la vacunación infantil, afirmando que los niños “reciben estas vacunas masivas como las que se les darían a un caballo” y asegurando que llegan a contener “a veces hasta 80 vacunas diferentes”. Esta grotesca exageración (el CDC recomienda en realidad 12 vacunas desde el nacimiento hasta los seis años) revela la hostilidad fundamental del gobierno hacia las medidas de salud pública comprobadas.

Sus afirmaciones reiteradas de que “no hay inconveniente” en espaciar las vacunas durante cinco años ignoran la amplia evidencia de que los calendarios de vacunación retrasados dejan a los niños vulnerables a enfermedades prevenibles durante períodos prolongados y aumentan significativamente el riesgo de no estar completamente vacunados.

Trump sugirió retrasar la vacuna contra la hepatitis B hasta los 12 años, diciendo ignorantemente: “yo esperaría hasta que el bebé tenga 12 años” para “darle la hepatitis B”, olvidándose incluso de decir “vacuna”. Esta recomendación revertiría más de tres décadas de política de salud pública exitosa que ha virtualmente erradicado la hepatitis B entre los niños estadounidenses, reduciendo los casos en un 99 por ciento entre 1990 y 2022.

Trump, el secretario de Salud Kennedy y el jefe de la FDA Marty Makary promovieron también la afirmación largamente desacreditada de que la comunidad amish no tiene casos de autismo porque no se vacunan. Ante la pregunta de si los diagnósticos mejorados podrían explicar el aumento de los casos, Kennedy desestimó este consenso científico como “uno de los embustes que la industria ha promovido durante años”. Existe abrumadora evidencia de parte de investigadores que el aumento observado de diagnósticos de autismo en las últimas décadas se debe a criterios diagnósticos ampliados, mayor conocimiento y mejores métodos de detección.

En uno de sus momentos más disparatados, Trump afirmó: “Hemos aprendido algunas cosas bastante buenas sobre ciertos elementos del genio que se le pueden dar a un bebé, y el bebé puede mejorar, y en algunos casos, quizás mucho”.

Bajo el disfraz de un avance médico, la Casa Blanca presentó esta “cura del genio” para el autismo, la leucovorina, con el estilo de un espectáculo de curanderismo, flanqueado por algunos de los charlatanes más notorios de la vida pública estadounidense. El Dr. Mehmet Oz, cuya carrera televisiva y negocio de suplementos ganó millones vendiendo remedios no probados y diagnósticos engañosos, encarnó la vulgar comercialización subyacente al evento.

Es totalmente plausible, incluso probable, que funcionarios presentes en esa tribuna puedan beneficiarse directamente del bombardeo publicitario y las maniobras regulatorias en torno a esta línea de productos, dadas sus historias de monetizar afirmaciones sobre el “bienestar”, libros, marcas mediáticas y litigios.

En realidad, la leucovorina es un fármaco contra el cáncer que se utiliza desde hace décadas, típicamente para proteger a los pacientes de la toxicidad del metotrexato durante la quimioterapia, que ahora ha sido cínicamente reformulado como cura para el autismo sin ninguna evidencia que lo sustente.

Según señaló la epidemióloga Dra. Ellie Murray en su Substack, toda la base de investigación de este supuesto avance consiste en nueve ensayos clínicos pequeños registrados en la base de datos federal, casi todos realizados por el mismo grupo de investigadores en la Universidad de Arkansas. De estos nueve estudios, la mayoría permanecen inconclusos o fallaron por completo, y uno fue cancelado porque no pudieron reclutar ni un solo paciente.

El único ensayo completado con resultados publicados involucró solo 12 niños durante apenas dos semanas y no encontró ninguna mejoría significativa en los síntomas, comportamiento ni calidad de vida relacionados con el autismo. El estudio fue tan mal ejecutado que reclutaron solo a 12 de los 40 participantes planeados, y sin embargo, este fracaso científico sirve ahora como fundamento para una proclamación presidencial de cura del autismo.

Esto reproduce episodios anteriores de charlatanería relacionada con el autismo, como la administración de Lupron, un fármaco de castración química, a niños autistas por David Geier, quien se basaba en teorías igual de fraudulentas sobre el mercurio y la testosterona. La leucovorina se ha convertido en la hidroxicloroquina del autismo: una “cura milagrosa” de presidente desesperado, sin evidencia que la respalde, promovida por los mismos estafadores que se benefician del miedo y la desesperación.

El anuncio del lunes debe entenderse dentro del contexto más amplio del desmantelamiento sistemático de la política de vacunación impulsado por Kennedy mediante su control del Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP). Después de que Kennedy eliminara a los 17 miembros titulares del ACIP y los reemplazara con escépticos de las vacunas y teóricos de conspiración, la semana pasada el comité votó restringir la vacuna MMRV para niños menores de 4 años, cuestionó la importancia de las vacunas contra el COVID en jóvenes y ha estado trabajando para retrasar la aplicación de la hepatitis B al nacer.

Significativamente, Trump declaró: “Ellos lo dirán después, pero yo lo digo ahora”, en referencia a las recomendaciones oficiales de agencias del HHS y del ACIP. En efecto, Trump estaba admitiendo que el comité de Kennedy aún no le había brindado la justificación pseudocientífica para sus posiciones más extremas, pero que aun así él emitiría estas peligrosas declaraciones.

Estos ataques a la ciencia y la salud pública no pueden separarse del rumbo fascistizante más amplio del gobierno de Trump. La adopción por parte de la oligarquía de posiciones anticientíficas refleja su entendimiento de que las verdaderas medidas de salud pública entran en contradicción con sus intereses de clase. La eliminación de la protección vacunal, el aterrorizamiento de las embarazadas con afirmaciones médicas falsas y la promoción de charlatanismo peligroso sirven todos a la agenda más amplia de la oligarquía de aumentar las tasas de mortalidad y reducir los gastos sanitarios.

La rueda de prensa del lunes no representa únicamente una vuelta al charlatanismo médico previo de Trump, sino una profundización de lo que solo puede calificarse como una política de asesinato social deliberado que ha evolucionado a lo largo de la pandemia de COVID-19. La clase obrera debe comprender que la defensa más básica de la ciencia y la salud pública exige nada menos que el derrocamiento del sistema capitalista que ha elevado a estos personajes al poder. Solo mediante la movilización independiente de la clase trabajadora sobre la base de un programa socialista podrá la humanidad defenderse contra la barbarie que Trump y sus patrocinadores oligárquicos representan.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de septiembre de 2025)

Loading