El Gobierno de Trump ha llevado al máximo las tensiones de guerra con Venezuela tras el último ataque a una pequeña embarcación en el Caribe el viernes que presuntamente mató a tres pasajeros. Una flotilla estadounidense se ha reunido en el sur del Caribe, incluidos barcos de asalto y submarinos nucleares, acompañados por aviones de combate F-35 y drones asesinos.
En una escalada alarmante, el domingo por la noche la Sociedad Astronómica del Caribe informó del avistamiento de una prueba de misiles Trident con capacidad nuclear disparada desde un submarino frente a Florida. Sin reconocer oficialmente el lanzamiento del misil balístico, la Casa Blanca está amenazando en su forma mafiosa habitual el uso de armas nucleares contra Venezuela, recordando la amenaza de Trump en 2017 de hacer llover “fuego y furia” sobre Corea del Norte.
El hundimiento de la lancha el viernes, el tercero en dos semanas, fue otra masacre extrajudicial bajo el pretexto de la lucha contra el “narcoterrorismo” y la intercepción de drogas. Como lo reconoce la mayoría de los expertos, solo una pequeña parte del contrabando de drogas tiene lugar en el sur del Caribe.
Las acciones del Pentágono equivalen a piratería estatal —el hundimiento de buques con pasajeros no identificados sin ofrecer ninguna evidencia creíble de que estuvieran involucrados en narcotráfico—. En cualquier caso, no hay justificación alguna bajo el derecho estadounidense o internacional para asesinar a personas desarmadas en aguas internacionales.
Los pasajeros, según los residentes de la península de Paria de Venezuela entrevistados por AP, eran probablemente pescadores, algunos de los cuales han adaptado sus barcos para el contrabando de migrantes, vida silvestre y “otros negocios” como resultado del agotamiento de las pesquerías.
Las pruebas de misiles y la acumulación militar, además, marcan un peligroso punto de inflexión con profundas ramificaciones políticas, lo que indica que la Administración de Trump está recurriendo a niveles irrestrictos de violencia para derrocar al Gobierno venezolano y afirmar el dominio estadounidense en el hemisferio.
En su respuesta, el presidente venezolano Nicolás Maduro ha combinado acercamientos serviles con militarismo. Durante el fin de semana, Caracas desplegó 2.500 soldados y aviones de combate de fabricación rusa armados con misiles antibuque en la isla caribeña venezolana de La Orchila. Allí, los ejercicios militares denominados “Caribe Soberano 200” involucraron 12 buques, 22 aviones y 20 embarcaciones pequeñas en una demostración de fuerza contra la presencia naval estadounidense en las cercanías. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino, presentó los simulacros como una respuesta directa al despliegue “amenazante y vulgar” de buques de guerra por parte de Washington.
A pesar de esta bravuconería militarista, Reuters reveló que el 6 de septiembre, cuatro días después del primer ataque estadounidense a una lancha venezolana, Maduro envió una carta personal al presidente Trump solicitando más negociaciones. En la carta, Maduro absurdamente intenta convencer a Trump que está siendo engañado por las “noticias falsas” sobre Caracas.
Esta apertura se produjo incluso después de que la Casa Blanca ofreciera una recompensa de $50 millones por la cabeza de Maduro. Esta solicitud, similar a rogarle a Hitler antes de la invasión de Polonia, se encontró solo con misiles balísticos de Trump. El sábado, además, Trump deshumanizó a los migrantes venezolanos en redes sociales llamándolos “monstruos” y emitiendo un escalofriante ultimátum a Caracas para que los recibiera de regreso: “SÁQUENLOS DE NUESTRO PAÍS, AHORA MISMO, O EL PRECIO QUE PAGARÁN SERÁ INCALCULABLE”.
El legislador republicano estadounidense Mario Díaz-Balart resumió la campaña de terror imperialista desde Washington: “Esto no es un show, no es un espectáculo. En el caso de Nicolás Maduro, solo tiene tres opciones: si se larga ya, quedar como Noriega, quedar en una cárcel norteamericana por el resto de su vida, quedar como Soleimani, en polvo en una bolsa plástica”. La clara implicación: exilio, cadena perpetua en los Estados Unidos o una muerte violenta, no hay espacio para alternativas políticas pacíficas.
El Pentágono aún no está posicionado para una invasión a gran escala comparable a Irak. Esta realidad ha sido demostrada por algunas fisuras en la Casa Blanca, con el enviado de Trump a Venezuela, Richard Grenell, indicando su disposición a negociar la salida de Maduro.
Sin embargo, el Gobierno de los Estados Unidos se ha mostrado decidido a reafirmar su hegemonía hemisférica, particularmente para contrarrestar la creciente influencia de China en América Latina, a cualquier costo. Beijing sigue siendo uno de los aliados más cercanos de Maduro y un socio comercial clave.
James G. Stavridis, exjefe del Comando Sur del Pentágono, proporcionó una evaluación contundente al New York Times:
La masiva flotilla naval frente a las costas de Venezuela y el envío de cazas F-35 de quinta generación a Puerto Rico tienen poco que ver con la intercepción de drogas: representan una exageración operativa... Más bien, son una clara señal para Nicolás Maduro de que esta Administración está tomando en serio lograr un cambio de régimen o de comportamiento desde Caracas. La diplomacia de las cañoneras está de vuelta, y bien puede funcionar.
Asimismo, Franklin Mora, un exfuncionario del Pentágono, dijo a CNN que las fuerzas actuales desplegadas en el Caribe “aún no son suficientes para una invasión”. Añadió:
Se trata más bien de una operación psicológica que trata de intimidar e incentivar a los militares a través del miedo a que saquen a Maduro del poder… con los equipos desplegados por EE UU en el Caribe se podrían hacer operaciones quirúrgicas para la destrucción de pistas usadas por narcotraficantes, en vez de interceptar barcos, pues la vía aérea es la principal salida de drogas de Venezuela.
El cálculo de que una “operación quirúrgica” no provoque una guerra abierta que potencialmente implique bajas masivas entre las tropas estadounidenses es imprudente.
Como parte de la intimidación militar estadounidense, el 15 de septiembre iniciaron los ejercicios militares multinacionales UNITAS 2025, que se extienden al Caribe e incluirán a 8.000 soldados de 25 países, incluidos Argentina, Brasil, Colombia, México y Perú. Estos ejercicios significan no solo una muestra de solidaridad con la agresión estadounidense, incluso entre Gobiernos aparentes de “izquierda” alineados con Maduro, sino una indicación inquietante de que América Latina corre el riesgo de verse arrastrada a un conflicto directo más amplio con China.
Por su parte, la acumulación militar venezolana en La Orchila mostró capacidades militares avanzadas, incluidos aviones de combate Su-30 de fabricación rusa armados con misiles antibuque Kh-31 Krypton, y una gama de maniobras aéreas, terrestres y marítimas que involucran fuerzas especiales, drones, guerra electrónica y aterrizajes anfibios.
A nivel nacional, Trump ha tratado de combinar su impulso a la agresión militar extranjera con el establecimiento de una dictadura de estado policial. Las amenazas de su administración de desplegar tropas en ciudades estadounidenses como Chicago, Memphis, St. Louis y Nueva Orleans se enmarcaron como parte de una “guerra” contra una clase trabajadora urbana mezclada con “asesinos, asesinos, traficantes de drogas”. Del mismo modo, sus órdenes ejecutivas fascistas para desmantelar los derechos constitucionales básicos se han dirigido tanto a los inmigrantes como a los opositores políticos como “terroristas”. Esta fusión de una guerra total extranjera e interna establece un precedente para las ejecuciones extrajudiciales en cualquier lugar.
Las maniobras militares y políticas de la Administración de Trump contra Venezuela representan una doble crisis: el peligro inminente de guerra en América Latina y un asalto total a los derechos democráticos y sociales dentro de los Estados Unidos. La clase obrera internacional debe reconocer la inseparabilidad de estas luchas y unirse más allá de las fronteras en un movimiento para detener la marcha del imperialismo estadounidense hacia otro frente catastrófico de una tercera guerra mundial en ciernes.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de septiembre de 2025)