Brasil fue escenario de enormes manifestaciones en todo el país el domingo 21 de septiembre, como rechazo a los intentos del establishment político de rehabilitar políticamente y revocar la condena del expresidente Jair Bolsonaro y sus cómplices militares y civiles en el intento de golpe fascista del 8 de enero de 2023.
Las protestas fueron motivadas por la aprobación, la semana pasada, de dos medidas en la Cámara de Diputados exigidas por la oposición política fascista asociada con Bolsonaro, como parte de lo que llaman un “Paquete de Pacificación Nacional”.
El miércoles, por 311 votos contra 163, la Cámara aprobó un procedimiento de votación acelerado para un proyecto de ley que otorga amnistía a quienes fueron condenados o están siendo investigados por el intento de golpe del 8 de enero. Ese mismo día, también se aprobó una enmienda constitucional conocida como la “PEC del Blindaje”, que prohíbe el enjuiciamiento penal de parlamentarios y presidentes de partidos sin la autorización del Congreso.
La oposición masiva está siendo impulsada por la percepción, compartida por amplios sectores de la población brasileña, de que el corrupto sistema político burgués está forjando un compromiso criminal a espaldas del pueblo con el objetivo de preservar el poder de las fuerzas que intentaron derrocar la democracia e imponer una dictadura militar. Estos sentimientos se expresaron ampliamente en las protestas del domingo.
En las manifestaciones, que tuvieron lugar en prácticamente todas las principales ciudades del país, los manifestantes portaban pancartas que señalaban al presidente de la Cámara de Diputados, Hugo Motta, como “enemigo del pueblo” y coreaban: “Ni amnistía ni perdón, quiero ver a Bolsonaro en prisión”.
En São Paulo y Río de Janeiro, donde se realizaron las concentraciones más grandes, más de 40.000 personas salieron a las calles. Reconocidos artistas jugaron un papel destacado tanto en la promoción de las protestas como en discursos y actuaciones musicales, una característica también presente en las históricas movilizaciones contra la dictadura militar respaldada por Estados Unidos (1964-1985).
La protesta en Río contó con la participación de figuras legendarias de la música popular brasileña como Chico Buarque, Caetano Veloso y Gilberto Gil, todos ellos encarcelados y exiliados durante la dictadura y hoy en sus ochenta. Mientras los manifestantes gritaban: “¡Ni amnistía!” y “¡Viva la democracia!”, cantaban la canción “Cálice” (cáliz, en portugués, que se pronuncia igual que “cállate”), compuesta por Gil y Chico, himno de la lucha contra la dictadura militar.
La asistencia a estas protestas superó las expectativas del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), el pseudoizquierdista Partido Socialismo y Libertad (PSOL), y los sindicatos y movimientos sociales que controlan, que convocaron inicialmente a las movilizaciones.
En lo que se consideraron las mayores manifestaciones de carácter de izquierda en los últimos años, de forma espontánea atrajeron a una multitud que superó con creces la de las manifestaciones del 7 de septiembre, Día de la Independencia de Brasil, organizadas por estas mismas fuerzas políticas. Entonces, buscaron subordinar toda oposición política y social a la defensa de la “soberanía nacional” contra los aranceles de Trump y en favor de la llamada “agenda popular” del gobierno de Lula, orientada a revertir la caída de su nivel de aprobación. La agenda incluía exención del impuesto sobre la renta para quienes ganan hasta R$5.000 al mes y la reducción de la jornada laboral.
Más importante aún, las protestas expresaron una profunda insatisfacción social, económica y política, que también impulsa protestas masivas en todo el mundo. En los últimos años, también se ha registrado un número creciente de huelgas, particularmente de trabajadores públicos federales contra las políticas de austeridad del gobierno de Lula.
Frente a este polvorín social y sin ofrecer soluciones reales a los problemas que enfrenta la clase trabajadora brasileña, toda la clase dominante del país observó con preocupación las manifestaciones del domingo. Teme que estas protestas se conviertan en la chispa de un vasto movimiento desde abajo, fuera del control de la izquierda nominal y los sindicatos que dominan, y que amenace el frágil régimen burgués brasileño, del cual el PT es un pilar fundamental.
Ante esta amenaza, el PT hace todo lo posible para evitar que el creciente descontento de la población y la consecuente explosión de protestas y huelgas se salga de control. Busca desviar este movimiento hacia llamamientos para presionar al Congreso a fin de que adopte su “agenda popular” y formar un nuevo “frente amplio” burgués para las elecciones generales del próximo año.
Las negociaciones palaciegas dentro del desacreditado Congreso, la semana pasada, también dejaron al descubierto al PT, que se apresuró a minimizar el daño y evitar que la indignación popular se volcara contra el gobierno de Lula. El jueves, el diario Estado de S. Paulo informó que Lula había defendido una “amnistía suave” en una reunión con partidos aliados, que incluía la posibilidad de reducir las penas de los condenados por el intento de golpe a cambio de una mejor posición para negociar su agenda en el Congreso.
Igualmente escandaloso fue el voto de 12 diputados del PT (alrededor del 20 por ciento de su bancada en la Cámara) a favor de la “PEC del Blindaje”. En múltiples manifestaciones a lo largo del país, fueron denunciados como supuestos “traidores del PT”.
Explicando las espurias negociaciones entre bastidores en la Cámara, Gleide Andrade, secretaria de finanzas del PT, señaló el jueves: “Lo primero que tenemos que hacer es ser justos con la historia y con el pueblo. Los 12 que votaron [a favor del blindaje] lo hicieron porque siguieron instrucciones. Y a mitad del camino, algunos de ellos, al ver la reacción en las redes sociales, cambiaron de opinión. Esos 12 están siendo crucificados”.
Y continuó: “Yo seguí todo de cerca, y el presidente nacional del PT [Edinho Silva] lo dijo. Entonces sí, hubo un acuerdo. Y, debido a la ruptura de este acuerdo, la Cámara votó una amnistía amplia e irrestricta”.
A pesar de todo ello, el PT y la pseudoizquierda a su alrededor vieron en las protestas del domingo un “punto de inflexión” para el gobierno Lula, con una clara intención de canalizarlas hacia la política burguesa. El propio presidente del PT saludó las protestas del domingo en X (antes Twitter), escribiendo: “Estoy del lado del pueblo brasileño” y que “el Congreso Nacional debe centrarse en medidas que beneficien al pueblo brasileño”.
De forma similar, el dirigente del PSOL, Guilherme Boulos, dijo en la protesta en São Paulo que “hoy es un día histórico” porque “la izquierda brasileña ha recuperado su protagonismo en las calles”. También exigió que el presidente de la Cámara ponga en la agenda esta semana los proyectos del gobierno de Lula.
Revelando hacia dónde quiere desviar las protestas, Boulos dijo que uno de los resultados de que “el pueblo brasileño recupere las calles” será “elegir nuevamente a Luiz Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil el próximo año”. El otro, según él, es “elegir el mayor bloque de izquierda en el Congreso brasileño. Hacer todo el trabajo: elegir a Lula y ganar en el Congreso”.
Con los aranceles de Trump contra Brasil, el PT y el PSOL también intentan establecer un vínculo fracasado entre las “agendas populares” y la defensa reaccionaria del nacionalismo. Boulos repitió que en las manifestaciones del domingo estuvieron presentes “quienes realmente defienden a Brasil. Nosotros somos los verdaderos patriotas.” En São Paulo, la protesta también contó con una enorme bandera brasileña, en contraste con la bandera estadounidense presente en el acto de los partidarios de Bolsonaro el 7 de septiembre.
Sin embargo, la defensa del nacionalismo no tiene nada que ver con la defensa de los intereses de la clase trabajadora brasileña, que comparte intereses económicos y políticos comunes con la clase trabajadora internacional, incluida la de Estados Unidos.
Con su defensa de la soberanía nacional, el PT, el PSOL y los sindicatos que dominan promueven los intereses del capitalismo brasileño. Su respuesta a la crisis es promover la “unidad nacional” de la burguesía brasileña y una fracasada solución “multipolar” a la crisis del imperialismo. Como dejó claro el PT en un documento de finales de agosto:
La lucha contra el imperialismo, aliado con la extrema derecha bolsonarista, el fascismo y el neoliberalismo, debe darse en dos frentes complementarios: mediante movilizaciones populares, en las calles y en las redes sociales, y mediante la construcción de amplias alianzas nacionales e internacionales, también articuladas a nivel institucional y diplomático.
Frente a esta situación, es imperativo colocar en el centro de nuestras acciones la construcción de una amplia alianza en defensa de la soberanía y la democracia, bajo el liderazgo del presidente Lula. En cada estado de Brasil, trabajaremos para formar poderosas coaliciones que fortalezcan la campaña de reelección del presidente Lula, garanticen una mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados y respalden el proyecto de desarrollo nacional que ya está en marcha.
El fracaso de esta perspectiva no podría ser más claro. A nivel nacional, ese frente amplio incluye, como ya lo ha dejado claro el presidente del PT Edinho Silva, a los mismos partidos que votaron en masa a favor tanto de la PEC del Blindaje como de la ley de amnistía. A nivel internacional, el PT quiere reforzar sus relaciones con los gobiernos imperialistas de Europa y con el Partido Demócrata de Estados Unidos, cuyas políticas de austeridad, represión y apoyo al genocidio en Gaza han abierto el camino al ascenso de la extrema derecha en todo el mundo.
Como subrayó la declaración del sábado pasado del Partido Socialista por la Igualdad (SEP) en Estados Unidos, “la clase trabajadora no puede defender sus empleos e intereses apoyando el nacionalismo económico, que es totalmente reaccionario en una época de integración global de la producción”.
La promoción de ilusiones nacionalistas reaccionarias por parte del PT solo lleva a la derrota. En todo el mundo, la profunda corrupción del orden político capitalista, el agravamiento de las políticas de austeridad y el impulso de la clase dominante hacia la dictadura y la guerra son características fundamentales de un sistema capitalista global marcado por crisis cada vez más profundas.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de septiembre de 2025)
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