Voces sin rostro es una nueva serie de artículos publicada por el World Socialist Web Site. Nuestro propósito es dar voz a los trabajadores inmigrantes, aislados de otros trabajadores y fuera del enfoque tanto de la burguesía mediática como de la población trabajadora, al presentar sus condiciones reales de vida y abordar cuestiones políticas urgentes. Invitamos a los lectores y trabajadores a participar. Tu anonimato está garantizado.
La semana pasada, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) anunció que más de 2 millones de “extranjeros ilegales” habían sido expulsados o se habían “autodeportado” desde el 20 de enero de 2025, incluyendo más de 400.000 deportaciones formales.
Aunque sus objetivos iniciales eran los trabajadores inmigrantes, la militarización de Portland confirma que el gobierno está intensificando sus ataques de carácter fascista con el fin de establecer una dictadura. Aterrorizada por la inmensa oposición de la clase trabajadora a sus políticas, la élite gobernante responde con represión.
Las redadas masivas, detenciones y deportaciones que han devastado a miles de familias inmigrantes ahora van de la mano con ataques generalizados contra los derechos democráticos. Cualquiera que se oponga al régimen es calificado de “terrorista”, mientras que a los inmigrantes se les retrata como “criminales”.
Los demócratas, por su parte, se niegan a librar una lucha contra el fascismo. Están tan asustados como Trump y los republicanos por los niveles explosivos de desigualdad social que amenazan la estabilidad del dominio capitalista.
En Los Ángeles, María, una inmigrante indocumentada, y Jacinto, un residente permanente de Estados Unidos, hablaron con el World Socialist Web Site sobre sus vidas, sus luchas y lo que comprenden de la situación política más amplia. Sus historias revelan no solo las enormes dificultades que enfrentan las familias inmigrantes, sino también el entendimiento de que las luchas que se avecinan entre los trabajadores requieren estrategia, solidaridad y unidad internacional.
Cruzar la frontera en 1995
María recuerda el peligroso trayecto que hizo junto a su madre para cruzar la frontera entre México y EEUU en 1995:
“No le dijimos a la familia exactamente cuándo, solo la semana”, explica. “Los coyotes se mantenían en contacto, pero en cierto momento quedamos atrapados en las montañas. Estaba oscuro, hacía un frío terrible. Éramos como ocho personas, incluida una mujer embarazada. Nos acurrucamos unos juntos para calentarnos”.
Caminaron durante horas, cruzaron un río y pasaron una noche helada. “Mi mamá se resbaló y se lastimó el brazo”, cuenta María. “Era tan peligroso. Y costoso. Mi mamá tuvo que pedir prestado para poder pagar el cruce”.
Sin familia ya en México —todos sus hermanos estaban en Estados Unidos—, María sabía que este sería su hogar. “Sentía que ya no teníamos nada en México”, dice.
María: luchando por el futuro de sus hijos
María crió a tres hijos mientras cuidaba a su madre enferma. A pesar de la pobreza y el miedo constante, estaba decidida a darles la mejor educación posible:
“Siempre estaba en la escuela,” dice. “Quería asegurarme de que mis hijos tuvieran oportunidades que yo nunca tuve. Yo no pude ir a la universidad. Quería aprender a usar una computadora, a crear una cuenta de correo, solo para entender este nuevo mundo”.
María empezó a organizarse junto con otros padres para crear un espacio destinado a las familias inmigrantes. “Era un lugar donde los padres podían reunirse, hablar de nuestros hijos y aprender”, recuerda. “Teníamos acceso a computadoras, clases de inglés, clases de manejo. Aprendimos a organizarnos, escribir cartas, asistir a reuniones de las juntas escolares y exigir nuestros derechos”.
Lo que comenzó con un grupo pequeño de padres creció hasta incluir cerca de 200, la mayoría indocumentados, muchos sin hablar inglés. “Queríamos asegurarnos de que nuestras voces fueran escuchadas”, dice.
En Estados Unidos, María trabajó donde fuera posible. “Al principio, medio tiempo en una tintorería, ganando menos del salario mínimo”, recuerda. “Después en una fábrica de juguetes. Luego en un salón de videojuegos en Redondo Beach hasta la una de la mañana. A veces caminaba de regreso. Otras, pagaba taxis que no podía costear”.
Sus salarios nunca fueron suficientes para sostenerse a ella y a su madre, quien sufría de insuficiencia renal. “La acompañaba al hospital a las tres de la madrugada para hacerle diálisis,” dice María. “La carne era un lujo. A veces no teníamos nada”.
Su madre murió tras serle negado un trasplante por no tener seguro ni ahorros. “Ella pudo haber vivido”, dice con amargura María. “Pero como era indocumentada, la dejaron morir”.
“Ahora es peligroso hasta salir a comprar”
Pero las condiciones han cambiado radicalmente desde entonces. “Antes podías salir y exigir tus derechos”, dice María. “Ahora, se siente peligroso incluso solo ir de compras”.
Recientemente, trató de ir a una tienda a dos cuadras de su casa. “Había agentes de inmigración por todas partes”, dice. “Yo no manejo, así que camino. Pero tuve demasiado miedo. Mi hermana, que sobrevivió al cáncer, tiene miedo de ir al hospital. Piensa que la van a detener”.
El clima de terror ha obligado a miles de personas a esconderse. “La gente no sale. No va a trabajar, no va al médico”, dice María. “Vivimos como prisioneros”.
Jacinto: “Nosotros no cruzamos la frontera—la frontera nos cruzó a nosotros”
Jacinto nació en Sinaloa, México, donde cursó su educación básica. Desde muy joven, fue consciente del dominio estadounidense. “En la escuela aprendimos cómo Estados Unidos nos quitó las tierras”, dice. “Texas, California, Colorado—todos esos nombres son mexicanos. Nosotros no cruzamos la frontera. La frontera nos cruzó a nosotros. No venimos a América—América vino a nosotros”.
Hizo alusión a la conciencia actual. “Hoy los jóvenes ondean banderas mexicanas en las protestas”, explica Jacinto. “Conocen sus raíces aztecas, mayas, olmecas. Entienden que la pobreza de México está ligada al imperialismo estadounidense, basado en el saqueo, la explotación, el despojo indígena y la esclavitud”.
Posteriormente, Jacinto estudió historia en UCLA, lo que profundizó aún más su comprensión del imperialismo. “Ningún presidente estadounidense, demócrata ni republicano, ha mejorado las condiciones para los inmigrantes”, afirma. “Avanzan en temas como el aborto o los derechos LGBTQ, pero para los trabajadores e inmigrantes no cambia nada. Seguimos explotados y reprimidos”.
Hace énfasis en la pobreza comparativa. “Ser pobre en México es peor que ser pobre aquí”, dice Jacinto. “En Estados Unidos, incluso los pobres a menudo tienen electrodomésticos básicos, cierto apoyo social. En México, la pobreza es más absoluta. Por eso la gente aguanta la explotación aquí—lo comparan con lo peor de allá. Pero eso nos hace vulnerables ante el capitalismo”.
Para Jacinto, el estereotipo del mexicano trabajador no es ningún estereotipo. “Es la realidad,” dice. “La riqueza de este estado descansa en el trabajo de los latinos”.
Recuerda a su suegro, quien trabajó en una fábrica en Vernon durante 40 años sin faltar un solo día. “Cuando le dio cáncer por exposición a químicos, se negó a recibir tratamiento,” cuenta Jacinto. “Dijo que ya había hecho suficiente por su familia. No quería ser una carga. Esa es la ética—trabajar hasta el final, aunque te mate”.
Esta ética, sin embargo, es usada por el sistema como un arma de explotación. “Pagamos impuestos, contribuimos, pero recibimos poco a cambio,” explica Jacinto. “Pero los medios nos llaman flojos, dicen que nos aprovechamos. Es una mentira diseñada para dividir a la clase trabajadora”.
Vivir con “green card”: vulnerabilidad permanente
Como residente permanente, Jacinto sabe que su estatus no le proporciona verdadera seguridad. “Te la pueden quitar en cualquier momento”, dice. “Siempre es un riesgo. Nunca dejas de mirar por encima del hombro”.
A pesar de esto, ha dedicado su vida a la educación. “He trabajado como maestro para ayudar a los trabajadores inmigrantes”, dice. “Porque nuestra fuerza está en el conocimiento y la solidaridad.”
El poder de la solidaridad
Tanto María como Jacinto coinciden: la clase dominante le teme a la unidad de los trabajadores. “Por eso mandan tantos policías a las manifestaciones,” dice Jacinto. “Saben que producimos la riqueza. Saben que tenemos poder si nos unimos”.
María agrega: “No podemos sobrevivir solos. Nos necesitamos unos a otros. El futuro de nuestros hijos depende de que los trabajadores luchemos todos juntos”.
Las experiencias de María y Jacinto exponen la brutal realidad de la vida inmigrante en Estados Unidos: explotación, pobreza, represión y miedo. Pero sus historias también afirman el inmenso poder potencial de la clase trabajadora.
“Tenemos que construir solidaridad—cruzando fronteras, idiomas, todo lo que nos divide”, insiste Jacinto. “Solo así podremos defendernos y cambiar la sociedad”.
María respalda este llamado: “Nuestras voces están silenciadas porque somos indocumentados, pero juntos somos fuertes”, dice. “No podemos esperar a los políticos. Tenemos que luchar los unos por los otros”.
(Artículo originalmente publicado en inglés el 30 de septiembre de 2025)
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