Mientras la clase dominante neerlandesa se prepara para elecciones anticipadas el 29 de octubre de 2025, la clase trabajadora se enfrenta a un sistema político que se desplaza cada vez más hacia la derecha bajo las presiones combinadas del militarismo, la austeridad y el gobierno autoritario. Desde la extrema derecha fascistoide hasta los desacreditados partidos laboristas y formaciones pseudorreformistas, los partidos oficiales sin excepción han elaborado programas electorales al servicio de la élite política y financiera gobernante, lo que garantiza que cualquier coalición que surja de las elecciones intensificará la guerra en el exterior mientras refuerza la represión en el país.
En medio de masivas protestas contra el genocidio en La Haya, el colapso del gobierno neerlandés en junio —tras la retirada del Partido por la Libertad (PVV), de extrema derecha, liderado por Geert Wilders, de la coalición de cuatro partidos— fue una maniobra calculada por parte de la élite gobernante para ganar tiempo, recalibrar sus métodos de gobierno autoritario y avanzar sus intereses imperialistas. Esto refleja una tendencia más amplia, tanto a nivel internacional como europeo, en la que la burguesía profundiza el militarismo y la autocracia, fusionando la culpabilización nacionalista hacia inmigrantes y refugiados con una salvaje austeridad.
El gobierno interino, encabezado por el exespía y ahora primer ministro no electo Dick Schoof, ha confirmado la contribución de 19.000 millones de euros de Países Bajos a la OTAN, intensificando la guerra contra Rusia en Ucrania y manteniendo el apoyo tácito al genocidio de Israel en Gaza. Estas acciones revelan las prioridades centrales de la clase dominante: guerra en el extranjero y profundización de la guerra de clases en casa.
La crisis política en La Haya se profundizó en agosto cuando todos los ministros del Nuevo Contrato Social (NSC), el segundo partido más grande de la coalición, renunciaron después de que el entonces ministro de Relaciones Exteriores Caspar Veldkamp dimitiera en protesta por la negativa del gobierno a imponer siquiera sanciones mínimas contra Israel. Estas renuncias fueron un intento de desviar y contener la indignación pública ante las atrocidades en Gaza. En toda Europa, desde el Reino Unido hasta Alemania, los gobiernos han ofrecido gestos simbólicos para contener las acciones de Israel, con la esperanza de aplacar a la opinión pública mientras mantienen un apoyo imperialista total.
El resto de la coalición interina, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) y el Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB), ahora cuenta con solo 32 de los 150 escaños—muy lejos de la mayoría parlamentaria. Esto expone tanto la fragilidad del régimen parlamentario neerlandés como la dependencia de la burguesía de gestos simbólicos para encubrir su complicidad en la guerra imperialista y la represión de clase en el país.
A pesar de su posición debilitada, el gabinete interino continúa avanzando en un agresivo presupuesto de guerra. El gasto militar anual es €25.000 millones, reforzado por otros €1.100 millones aprobados en abril de 2025, mientras que los programas sociales están siendo desmantelados: recortes de €1.200 millones en educación, €2.300 millones en salud y €200 millones en cultura y arte. Combinado con una inflación del 4 por ciento y aumentos de hasta un 30 por ciento en las primas de salud, estas medidas agravan la carga financiera sobre los hogares trabajadores, revelando el costo social de priorizar la guerra y el beneficio sobre las necesidades humanas.
La priorización de la guerra imperialista y del militarismo por parte de la clase dominante ha provocado una amplia oposición en Países Bajos, reflejo de una tendencia internacional más generalizada. En mayo y junio, más de 150.000 personas marcharon en las manifestaciones de la “Línea Roja” en La Haya; una tercera protesta está programada para Ámsterdam el 5 de octubre, vinculando la solidaridad con Gaza a demandas de justicia social dentro del país.
Estudiantes ocuparon campus universitarios en todo el país, como en Utrecht, Nimega y Ámsterdam, denunciando la militarización de la educación y exigiendo el fin de los subsidios militares. Huelgas ferroviarias a nivel nacional y un paro del personal universitario en junio —aunque limitados y fragmentados por la burocracia sindical— evidenciaron la creciente movilización de trabajadores y jóvenes, tanto neerlandeses como inmigrantes. Como el WSWS ha enfatizado, estas luchas no pueden reducirse a apelaciones morales o presiones reformistas; deben ampliarse y dirigirse a cuestionar el propio sistema capitalista.
Una encuesta reveladora realizada por Motivaction International en septiembre encontró que el 42 por ciento de los encuestados dijo que la guerra en Gaza influiría “un poco o mucho” en su voto en las elecciones generales. En una encuesta separada de Ipsos/I&O, un 58 por ciento quería que el gobierno fuera “más crítico con Israel.” Las cuestiones internacionales de guerra imperialista y genocidio son, por tanto, decisivas para un sector considerable del electorado neerlandés.
Además, al igual que la orden ejecutiva de Trump que designó a Antifa como organización terrorista —autorizando en efecto la criminalización del disentimiento político como “terrorismo”—, la Cámara Baja neerlandesa (Tweede Kamer) adoptó una moción el 18 de septiembre instando al gobierno a hacer lo mismo.
Introducida por el PVV de Wilders y otros partidos de extrema derecha y respaldada por el VVD de Rutte, la moción constituye la primera iniciativa de este tipo en un parlamento europeo. Establece un precedente peligroso para expandir la vigilancia estatal y reprimir el creciente descontento social bajo leyes draconianas, allanando el camino para una mayor represión y criminalización de la oposición izquierdista bajo el pretexto de combatir el “extremismo interno”. La prensa neerlandesa ignoró en gran medida la moción, y los medios internacionales la minimizaron como “aún no vinculante legalmente”.
La fusión entre Izquierda Verde y el Partido Laborista
En esta misma línea, los medios de comunicación juegan un papel crucial al presentar la fusión de GroenLinks (Izquierda Verde) y el PvdA (Partido Laborista) en un solo bloque electoral —GroenLinks–PvdA— como un “avance progresista”.
Del mismo modo que los medios evitan calificar al PVV de Wilders como neonazi, caracterizan al nuevo partido, liderado por Jesse Klaver y Frans Timmermans, como “izquierdista.” Timmermans es un experimentado ministro bajo los gobiernos de Balkenende y Rutte, ex vicepresidente de la Comisión Europea y partidario de la guerra de la OTAN y EE.UU. en Ucrania. Describir esta fusión como “izquierda” otorga legitimidad falsa a dos partidos desacreditados, completamente integrados en el establishment burgués, cuyos intereses se alinean con la élite de clase media alta y carecen de una base obrera genuina y significativa.
El partido fusionado se presenta como el “renacimiento del centro izquierda” para frenar a Wilders. Casi el 90 por ciento de los miembros del partido aprobaron la fusión, invocando la urgencia de contrarrestar la “amenaza populista.” Habiendo ya concurrido juntos a las elecciones de 2023, esta presunta “nueva formación de izquierda” es una trampa política diseñada para relegitimar el orden capitalista y canalizar el creciente descontento popular hacia un callejón parlamentario sin salida. Los burócratas sindicales neerlandeses, como los del FNV, han acogido con entusiasmo reuniones conjuntas con sus líderes, presentándose como socios sociales comprometidos con una “política exterior orientada a la paz.”
Las objeciones de Klaver al aumento de €1.100 millones al presupuesto militar —planteadas como una cuestión de “planificación estratégica”— y los llamados de Timmermans a una “política de seguridad orientada a un Pacto Verde” han sido representadas por los medios como oposición de principios. En realidad, ambos están profundamente integrados en los marcos militares y financieros de la OTAN y la UE. Sus posturas postelectorales sobre migración, además, revelan meras modificaciones procedimentales respecto a sus anteriores “preocupaciones humanitarias”: Klaver cuestionó las prácticas de deportación sin oponerse a las expulsiones masivas; Timmermans abogó por límites a la migración laboral bajo el pretexto de la coordinación de políticas.
El nuevo manifiesto del partido, “Een nieuwe start voor Nederland” (“Un nuevo comienzo para Países Bajos”), especialmente sus extensas secciones sobre inmigración y política interna y exterior, demuestra cómo el establishment se ha volcado aún más hacia la derecha, reduciendo el resto a demagogia sobre cuestiones sociales agudas como la vivienda asequible, el aumento del costo de vida y los recortes sociales en salud y educación.
Asimismo, el exmaoísta Partido Socialista (SP) ha abrazado las políticas de extrema derecha promovidas por Wilders. En la primavera de 2024, votó con la coalición por ampliar los poderes policiales para dispersar las protestas campesinas. En septiembre de ese mismo año, respaldó el presupuesto militar como “necesario para la seguridad de Países Bajos y de Europa”. Sobre la migración, plantea la inmigración como “una competencia por el empleo” entre “trabajadores nativos” y “trabajadores extranjeros,” apoyando normas de asilo más estrictas, expulsiones más rápidas y la reducción de beneficios para refugiados ucranianos.
Al respaldar el aumento del gasto militar, la intensificación policial y las restricciones migratorias bajo gobiernos sucesivos de Rutte, el SP ha facilitado una brutalidad policial y vigilancia sin precedentes, especialmente contra manifestantes que se oponen al genocidio en Gaza. Como ha advertido repetidamente el WSWS, el rol del SP ha sido sistemáticamente el de facilitar el ascenso de la extrema derecha neerlandesa. Su manifiesto, “¡Súper social!”, incluye palabras vacías sobre Gaza y aún más promesas vacías sobre las urgentes problemáticas sociales que enfrenta la clase trabajadora neerlandesa y, con ella, la clase trabajadora internacional.
La promoción del establ ishment neerlandés de una “nueva centroizquierda” debe entenderse como parte de un patrón más amplio en toda Europa: pactos electorales que parecen ofrecer una alternativa progresista pero que, en última instancia, desvían la oposición social de vuelta hacia la estabilización de un estado político corrupto y en descomposición. En toda Europa, las formaciones que se presentan como una “nueva izquierda” o una “alternativa progresista” a la extrema derecha han demostrado ser cruciales para dar un respiro al orden capitalista en decadencia.
Estos engendros políticos impiden, fundamentalmente, que la clase trabajadora rompa con el marco capitalista, reprimen huelgas y protestas y legitiman la guerra, el genocidio y la austeridad bajo una apariencia “progresista.”
El bloque GroenLinks–PvdA no es excepción. Timmermans aboga por una “transición climática justa” mientras apoya subsidios multimillonarios para Shell, Heineken y Philips y un aumento del 40 por ciento en gasto militar sustraído de salud, educación y vivienda. Klaver habla de “justicia” pero acepta el Pacto de Estabilidad de la UE. En cuanto a los refugiados, ambos partidos han respaldado “gestionar los flujos” y el “reparto equitativo europeo,” lenguaje que justifica las políticas de la Fortaleza Europa y se adapta a la agenda neonazi de Wilders.
Radicalización de los jóvenes y los trabajadores
Los meses de verano de julio y agosto fueron testigos de una mayor radicalización de los jóvenes y la clase trabajadora, lo que refleja la evolución general en Europa desde entonces, especialmente en Francia e Italia. Las protestas en solidaridad con Palestina, que continuaron con sentadas y manifestaciones en Utrecht, Ámsterdam y Groninga, vincularon la complicidad neerlandesa en el genocidio con la austeridad y la militarización internas. El personal de KLM en Schiphol llevó a cabo repetidas huelgas que siguieron estando aisladas por el aparato sindical. Las marchas de la “Línea Roja” en La Haya fueron solo el comienzo de una movilización masiva más amplia. Sin embargo, sin una dirección revolucionaria, estos movimientos corren el riesgo de ser desviados por organizaciones como GroenLinks-PvdA, que afirma “apoyarlos” mientras defiende las guerras de EE. UU. y la OTAN, los dictados de la UE y la represión.
El despliegue de la mitad de la policía neerlandesa en la cumbre de la OTAN celebrada en julio en La Haya fue especialmente revelador. Junto con aviones F-35, drones y controles de carretera, el Gobierno en funciones organizó la mayor operación de seguridad de la historia de los Países Bajos, no para disuadir las amenazas extranjeras, sino para intimidar a la clase trabajadora.
Los hospitales neerlandeses informan de que se enfrentarán a una escasez de personal de 60.000 empleados para 2030; la deuda estudiantil se ha duplicado en una década; 390.000 hogares no pueden pagar el alquiler; el 60 % tiene dificultades para pagar las facturas; el uso de los bancos de alimentos ha aumentado más de un 30 % desde 2022. Sin embargo, el gasto en defensa se dispara y las subvenciones a las empresas permanecen intactas. No se trata simplemente de una elección presupuestaria, sino que refleja que la clase dominante se está preparando para una guerra y un enfrentamiento social más amplios.
Para la clase trabajadora neerlandesa, el principal peligro de las elecciones de este mes radica en dejarse desarmar por la ilusión de votar por un “mal menor”. Los medios de comunicación promocionan al bloque rojo-verde como la “única esperanza” contra Wilders. La historia demuestra que este tipo de alianzas no derrotaron a la extrema derecha, sino que desempeñaron un papel fundamental en su fortalecimiento. La campaña bélica de la coalición entre el SPD y los Verdes en Alemania alimentó el auge de la extrema derecha AfD. Del mismo modo, un gobierno liderado por GroenLinks-PvdA en los Países Bajos no detendrá a Wilders, sino que preparará su regreso sobre una base más fuerte y reaccionaria.
El PVV de Wilders lidera las encuestas, aunque su apoyo es menor que en las últimas elecciones. Su manifiesto, “Dit is jouw land” (“Esta es tu tierra”), expone un programa fascista, galvanizando a los elementos lumpen en su propia versión de las tropas de asalto. Los recientes disturbios neofascistas contra la inmigración en La Haya, en los que se exhibieron banderas coloniales holandesas de la VOC y del notorio partido fascista NSB, subrayan esta trayectoria. Algunos pasajes del programa del PVV fusionan la retórica antiinmigración de línea dura con la pretensión de defender la “identidad holandesa”, al tiempo que exigen una expansión masiva del aparato estatal y un aumento del gasto en defensa.
La alternativa a la agenda de guerra de clases de la burguesía holandesa no se puede encontrar en coaliciones electorales dentro del marco del capitalismo, sino solo en la movilización independiente de la clase trabajadora. Las huelgas ferroviarias, las ocupaciones en las universidades holandesas y las marchas de la “Línea Roja” muestran el potencial de un movimiento unificado que vincule las luchas contra la guerra, la austeridad y el racismo. Pero esto requiere romper decisivamente con GroenLinks-PvdA y todo el aparato del reformismo, sus satélites pseudoprogresistas y las burocracias sindicales. Requiere construir comités de base en los lugares de trabajo, las escuelas y los barrios, coordinados a nivel nacional e internacional.
La perspectiva socialista e internacionalista es clara: redirigir miles de millones de la guerra a las necesidades sociales; expropiar los bancos y las empresas bajo el control de los trabajadores; desmantelar la OTAN; unir a los trabajadores de toda Europa para construir unos Estados Socialistas Unidos de Europa. Solo esta perspectiva puede permitir a la clase obrera hacer frente a la austeridad, resistir al autoritarismo y poner fin a la guerra imperialista y al genocidio. La estratagema de GroenLinks-PvdA es parte del problema, no la solución. Los trabajadores holandeses deben ver más allá de las falsas promesas de la izquierda nominal bautizada por los medios de comunicación, extraer lecciones históricas cruciales y construir una vanguardia revolucionaria políticamente independiente.
La elección es muy clara: o la clase trabajadora defiende sus intereses para tomar el poder, o la élite gobernante —a través de Wilders, Timmermans y otros como ellos— arrastrará a la sociedad aún más profundamente al lodazal de la guerra, la represión y la miseria social.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de octubre de 2023)