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Elecciones anticipadas en los Países Bajos 2025: Un reflejo del estancamiento político parlamentario en Europa

Los Países Bajos celebraron elecciones parlamentarias anticipadas el 29 de octubre de 2025, que pusieron de manifiesto la profunda crisis de la democracia burguesa y el estancamiento político generado por el dominio capitalista en toda Europa. Lejos de expresar los intereses urgentes de las masas, la votación representa una etapa más en la redistribución del poder entre las facciones de la élite gobernante, que lidian con una creciente agitación social, económica y geopolítica.

Dos verdades fundamentales emergieron de las recientes elecciones neerlandesas: la clase dirigente en los Países Bajos no tiene nada progresista que ofrecer, salvo guerra y miseria social, y la clase trabajadora neerlandesa sigue sin liderazgo, sin un partido político de vanguardia propio, arraigado en sus intereses y en la historia del movimiento socialista internacional.

Lo que se desprende del resultado electoral no es una renovación de la democracia liberal, sino una reconfiguración controlada de una élite gobernante desesperada por estabilizar un orden burgués en decadencia. Los resultados electorales ponen de manifiesto la incapacidad del dominio capitalista para obtener legitimidad por medios parlamentarios, recurriendo en cambio a mecanismos autoritarios. Bajo la retórica de la gobernabilidad, la clase dominante se está movilizando en torno a un agresivo programa de militarización, austeridad, autoritarismo y guerra: políticas moldeadas por los dictados de la UE, el rearme de la OTAN y la creciente crisis social que enfrenta la clase trabajadora.

El régimen interino —que se mantendrá en el poder hasta la formación del nuevo gobierno— liderado por Dick Schoof, exjefe de inteligencia y contraterrorismo, constituye una clara expresión de este giro. Sostenido con la aprobación real tras la retirada del ultraderechista Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders de la coalición gobernante en junio, el menguante gobierno interino de Schoof contaba en agosto con tan solo 32 de los 150 escaños parlamentarios, lo que lo convertía en un sistema antidemocrático sin precedentes, incluso para los estándares del parlamentarismo burgués. Su nombramiento como primer ministro no electo del que hasta entonces había sido el gobierno más ultraderechista de la historia neerlandesa de posguerra representa el gobierno directo del aparato de seguridad, con el poder consolidado en manos de funcionarios de inteligencia no electos, estrategas de la UE y la OTAN, banqueros y centros de estudios afines.

Esta situación pone de manifiesto la corrupción de todo el sistema político. Los partidos obreros tradicionales y la izquierda nominal, integrados desde hace tiempo en la maquinaria del dominio capitalista, están completamente desacreditados e incapaces de ofrecer ninguna alternativa. Su complicidad en décadas de austeridad, el militarismo de la OTAN en la guerra contra Rusia y el apoyo tácito al genocidio israelí en Gaza han alienado aún más a su base social, dejando un vacío político que la ultraderecha ha aprovechado.

Los Países Bajos reflejan una crisis internacional y europea más amplia: el debilitamiento de las formas democráticas, la fusión del aparato estatal y de seguridad, y los desesperados esfuerzos de la clase dominante por mantener el control en medio de una creciente erosión de la democracia burguesa.

En este contexto político, a nivel internacional, las elecciones neerlandesas fueron consideradas una prueba decisiva para la estabilidad de las coaliciones europeas y el auge populista. The Guardian las planteó como una elección entre un avance populista o el retorno a un gobierno de coalición centrista, mientras que Reuters subrayó que la ventaja inicial del PVV no garantizaba el control debido al cordón sanitario impuesto por los demás partidos tradicionales tras la caída del gobierno en junio. Analistas de los medios y centros de estudios señalaron que el resultado neerlandés podría influir tanto en el impulso populista europeo como en la alineación UE/OTAN.

De hecho, las encuestas revelaron una volatilidad extraordinaria, con la confianza pública en la política oficial en mínimos históricos. En los últimos días, hasta la mitad del electorado permaneció indecisa, reflejando la ausencia de un partido que propusiera un programa anticapitalista, contrario al lucro, antinacionalista y pacifista.

Los resultados, en consecuencia, se consideraron una sorpresa de última hora, poniendo de manifiesto la extraordinaria fragilidad e inestabilidad de la política burguesa neerlandesa: un empate entre los llamados Demócratas 66 (D66), de centro-liberales, liderados por Rob Jetten, de 38 años, y el PVV, de extrema derecha, liderado por Geert Wilders. El D66 experimentó un ascenso inesperado, para su propia sorpresa, pasando de nueve a 26 escaños. El PVV perdió aproximadamente un tercio de sus votos y obtuvo 26 escaños, el 17 por ciento del total.

Tras ellos, la Llamada Demócrata Cristiana (CDA) repuntó de cinco a 18 escaños, beneficiándose del derrumbe de su escisión, el Nuevo Contrato Social (NSC), que pasó de 20 a cero escaños. La coalición “progresista” GroenLinks-Partido Laborista (GL-PvdA) cayó de 25 a 20 escaños; el antiguo Partido Socialista (SP) maoísta se redujo de cinco a tres; el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), de derecha liberal, bajó de 24 a 22; y el Movimiento Agrario-Ciudadano (BBB), de corte populista y agrario, pasó de siete a cuatro. Las facciones de extrema derecha JA21 y Foro por la Democracia (FvD) ganaron nueve y siete escaños, respectivamente.

Todos los partidos de la antigua coalición perdieron votos y escaños en comparación con 2023. Con 76 escaños necesarios para la mayoría, se prevén meses de negociaciones secretas para la formación de una coalición, si bien los sindicatos han solicitado la rápida formación de un gabinete para abordar el creciente descontento social. Los resultados iniciales revelan un marcado giro a la derecha en la política neerlandesa, si bien el inesperado auge del D66 entre jóvenes y trabajadores urbanos refleja un voto de rechazo al fascismo.

El análisis internacional destacó que la verdadera prueba no reside en el recuento de votos, sino en la formación de coaliciones. Las negociaciones se limitan a partidos comprometidos con presupuestos de guerra, austeridad y regímenes autoritarios, lo que demuestra que las elecciones parlamentarias neerlandesas, tres en cinco años, funcionan como una herramienta de gestión para el gran capital y el lucro derivado de la pandemia y la guerra.

Aunque aún no se dispone de un desglose demográfico exacto de los patrones de votación, los primeros datos de las encuestas a pie de urna indican que los jóvenes trabajadores y los votantes primerizos han impulsado principalmente el inesperado ascenso del D66. Se cree que el voto de la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) compensó la ventaja que se preveía para la extrema derecha, reduciendo los escaños del PVV en un tercio, de 37 en 2023. El D66 obtuvo su mayor apoyo en centros urbanos industriales como Ámsterdam, Róterdam y Utrecht, mientras que la base del PVV siguió siendo mayoritariamente de mayor edad y rural. Este patrón refleja una tendencia europea e internacional más amplia: los jóvenes votan por partidos “progresistas”, pero en esencia de derecha —oportunistas políticos disfrazados— ante la ausencia de una alternativa real.

Todos los programas electorales revelaron un consenso fundamental hacia prioridades autoritarias y militaristas, si bien con diferencias en tecnicismos y semántica. El D66, aunque se autodenomina “liberal-progresista”, reproduce las políticas del PVV desprovistas de la retórica etnonacionalista de “primero los Países Bajos”. En materia de inmigración, el D66 propone procedimientos de asilo más estrictos, preselección en alta mar y priorización de los “casos vulnerables”, un eco de la agenda de deportaciones masivas del PVV. En defensa y seguridad, el D66 apoya el gasto militar del 2 por ciento del PIB, la expansión de las capacidades cibernéticas y una mayor vigilancia interna: militarismo alineado con la OTAN bajo un lenguaje liberal. En política social, sus propuestas de vivienda y bienestar siguen sujetas a la “disciplina fiscal”, haciéndose eco de la línea de austeridad del PVV. Lo que antes era política de extrema derecha se ha normalizado en el ámbito parlamentario, diferenciándose solo en el tono y la presentación.

Los medios neerlandeses y los analistas internacionales señalaron que la vivienda, la sanidad y la inmigración dominaban las prioridades del electorado. En las semanas previas a las elecciones, más del 56 por ciento de los votantes consideraba la vivienda su principal preocupación, por encima de la inmigración, con un 42 por ciento. Esta última fue una campaña impulsada principalmente por la extrema derecha en los últimos años, que culpa a los trabajadores inmigrantes y refugiados de la creciente crisis social.

Los medios de comunicación hicieron hincapié en el aumento desorbitado de los alquileres, la escasez crónica de viviendas asequibles y la relación entre las exageradas afirmaciones sobre la llegada de inmigrantes y la presión sobre el mercado inmobiliario. Los escasos reportajes de periodistas de investigación intentaron desmentir el discurso antiinmigrante, demostrando que los trabajadores inmigrantes, especialmente los procedentes de Europa del Este, crónicamente mal pagados y sin una protección laboral básica, sufren de forma desproporcionada el peso de los alquileres elevados y la explotación por parte de propietarios privados y empresas, a la vez que pagan millones en impuestos a cambio de unos ingresos ínfimos.

El sector sanitario sigue enfrentándose a recortes presupuestarios, falta de personal y la persistente presión de la pandemia, factores que influyen en la opinión pública. La complicidad de los Países Bajos en el genocidio de Gaza, a través de la logística crucial y la exportación de armas, también se incluyó en el debate electoral, lo que revela una creciente conciencia de la interrelación entre la política exterior neerlandesa y la política interna.

Los Países Bajos siguen siendo un Estado clave en la fase de despliegue militar de la OTAN contra Rusia y en apoyo a la guerra y ocupación israelí en Gaza. El gobierno saliente incrementó el gasto en defensa por encima del 2 por ciento del PIB y amplió las exportaciones de armas a pesar de las multitudinarias protestas contra la guerra conocidas como la 'Línea Roja'. D66 y GroenLinks-PvdA adoptan plenamente la agenda de seguridad europea de la OTAN, demostrando que, más allá de la retórica, el militarismo y la alineación con las prioridades estratégicas imperialistas europeas son bipartidistas.

La aritmética de la coalición, sea cual sea su configuración, garantiza que no se producirá ningún cambio significativo en la orientación política. Tanto si se trata de un gobierno de coalición 'centrista' formado por D66, CDA, GL, PvdA y VVD, como de una coalición de extrema derecha liderada por el bloque PVV, BBB, CDA y JA21, ambos intensificarían la represión migratoria, el militarismo y una severa austeridad. Sea cual sea el escenario que surja en los próximos meses, implicará fronteras más estrictas, recortes en el gasto social y una mayor militarización. El barniz “progresista” del D66, arraigado en gran medida en un entorno acomodado, “amigable con la comunidad LGBTQ+” y con un “estilo de vida alternativo”, no ofrece una oposición seria a la agenda de la extrema derecha; simplemente la reformula y la suaviza.

La presencia continua de la extrema derecha no es, por lo tanto, una aberración, sino un síntoma de la decadencia de todo el orden político. La clase dominante, enfrentada al creciente descontento entre los trabajadores y la juventud, depende cada vez más de fuerzas autoritarias y fascistas para contener la radicalización política. El PVV funciona tanto como ariete como válvula de escape. Su posible exclusión del gobierno no significaría su derrota, sino su papel continuo en empujar a todos los partidos hacia la derecha. Mientras tanto, aunque el voto joven y urbano ha demostrado ser una fuerza contraria, esta se encuentra confinada al sistema parlamentario y ligada a la frágil aritmética de las coaliciones.

En una demostración reveladora, Frans Timmermans no tardó en anunciar su dimisión como líder de la recién formada alianza GL-PvdA, pocas horas después de que los primeros sondeos a pie de urna mostraran que su bloque no alcanzaba las previsiones y quedaba por detrás del D66 de Rob Jetten. Su rápida marcha simbolizó la bancarrota política de la llamada alianza de la 'izquierda progresista', que durante años había apoyado el militarismo y la austeridad de la OTAN mientras se presentaba como el contrapeso moral a la creciente extrema derecha. El vacío dejado por su derrota electoral fue aprovechado por Geert Wilders, quien, a pesar del revés electoral de su partido, declaró desafiante a la prensa que se quedaría y que 'se prepararan, porque esto es solo el principio'. Sus palabras resumieron tanto el envalentonamiento de la extrema derecha como la traición política de la 'centroizquierda' neerlandesa, bautizada por los medios, que allanaba el camino a los fascistas.

La clase trabajadora y la juventud neerlandesas no deben confiar ni un ápice en partidos y organizaciones satélite atadas por innumerables hilos a un sistema nacional corrupto. Deben construir sus propios órganos independientes de organización y lucha política: comités de base en centros de trabajo, escuelas y barrios urbanos con comunidades inmigrantes, vinculando la lucha contra la austeridad, los recortes en vivienda, sanidad y educación con la lucha más amplia contra la guerra imperialista y el racismo. Hay que defender a los inmigrantes y refugiados, no convertirlos en chivos expiatorios; la unidad de los trabajadores y jóvenes neerlandeses e inmigrantes es la condición fundamental para una auténtica transformación social.

Sea cual sea su configuración final, las elecciones del 29 de octubre no restaurarán la «estabilidad». Más bien, marcan una nueva etapa en la desintegración de un orden político que ya no goza de legitimidad y que no reclama ninguna expresión de dignidad social, cultural y humana. Como se ha visto en Francia, Alemania y Gran Bretaña, a medida que se desmorona el establishment gobernante, el vacío lo llena la reacción política. La respuesta no puede ser un retorno a los antiguos o nuevos partidos “progresistas” del capitalismo, sino la construcción de un movimiento socialista políticamente independiente, arraigado en el internacionalismo, con la clase trabajadora como su fuerza revolucionaria motriz.

Las elecciones neerlandesas se erigen, pues, como un espejo para el continente: una Europa atrapada entre la guerra imperialista, la deriva autoritaria y el colapso social. Ningún llamamiento a sus secuaces, ni ilusiones sobre la aritmética de las coaliciones, ni una gestión “pragmática” detendrán el descenso a un abismo político que beneficia a los fascistas. Solo un movimiento obrero independiente, que rompa decisivamente con el Estado-nación capitalista y sus instrumentos políticos de lucro, puede abrir un camino hacia el futuro. ¡Es urgente construir una sección neerlandesa del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)!

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de octubre de 2025)

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