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Perspectiva

Charlie Kirk y el legado oculto del nazi estadounidense George Lincoln Rockwell

Charlie Kirk durante el evento Student Action Summit 2025, Tampa, Florida [Photo by Gage Skidmore / CC BY-SA 4.0]

En los días transcurridos desde el asesinato de Charlie Kirk, el Gobierno de Trump y sus aliados han desatado un torrente de amenazas contra la “izquierda radical”, calificando la disidencia como “terrorismo interno” y declarando efectivamente que los educadores, los enfermeros y los trabajadores federales son enemigos potenciales del Estado. Las corporaciones se han unido a la purga: han despedido a empleados de aerolíneas, maestros, periodistas y otros trabajadores simplemente por hacer comentarios críticos sobre Kirk. 

Todo esto se está haciendo mientras se eleva, a la estatura de un héroe nacional, a un individuo cuyas posiciones políticas eran innegablemente fascistas. La figura más comparable a Kirk en términos de presentación y tácticas políticas es George Lincoln Rockwell, el líder del Partido Nazi Estadounidense en los años sesenta. Si bien su nombre ha sido olvidado por el público en general, Rockwell sigue siendo una fuente de inspiración para la extrema derecha.

George Lincoln Rockwell (izquierda) con miembros del Partido Nazi Estadounidense, 1961

Creó el libro de jugadas que Kirk siguió más tarde: viajar a las universidades, con traje y corbata en lugar de su uniforme nazi, para “debatir” ideas con los estudiantes y hacerse pasar por un defensor de la “libertad de expresión”. Rockwell, fumando una pipa siempre presente, se presentó como un filósofo político, intelectual reflexivo y hombre de ideas, sin miedo a discutir con sus enemigos. Aunque era un racista salvaje, Rockwell incluso asistió a una manifestación de los musulmanes negros en 1961. Utilizó tales eventos mediáticos para atraer la atención y reclutar a su organización nazi. 

Rockwell finalmente fue asesinado a tiros por un miembro descontento de su propio partido en agosto de 1967. Aunque el asesinato fue noticia de primera plana, la cobertura se centró en exponer su política. Las banderas no se bajaron a media asta ni los senadores, incluso los de derecha del sur, pronunciaron elogios para el Hitler estadounidense en potencia. El presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson, no tomó nota oficial de la muerte de Rockwell. 

Eran otros tiempos. Poco más de dos décadas habían pasado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y la política racista y los crímenes del Tercer Reich todavía estaban frescos en la memoria de la gente. 

Ahora, facilitado por la cobardía del Partido Demócrata y la estricta censura corporativa de los medios de comunicación, se está prohibiendo la identificación de Kirk como fascista. En lugar de exponer el fraude de su artimaña de “libertad de expresión”, Kirk está siendo celebrado como un guerrero valiente que defendió el intercambio saludable de ideas. La adaptación del Partido Demócrata al mito de Kirk fue resumida por la declaración del columnista liberal del New York Times Ezra Klein: “Kirk estaba practicando la política exactamente de la manera correcta”.

Los medios del establishment guardan un silencio engañoso sobre la oposición de Kirk a la Ley de Derechos Civiles, su denuncia del supuesto “control judío” sobre la política y la cultura, su desprecio por la democracia y su promoción de la teoría neonazi del “Gran Reemplazo”, según la cual los judíos y otros buscan sumergir a los blancos bajo un mar de inmigrantes. 

La canonización de Kirk por parte de la Administración de Trump coincide con el ataque al Instituto Smithsonian por enfatizar “lo mala que era la esclavitud” y con la rehabilitación de los generales confederados. En Kirk, las facciones más reaccionarias de la clase dominante han encontrado un símbolo para la ofensiva que están montando: un renacimiento de la ideología de la esclavocracia al servicio de la oligarquía moderna. 

No existe un precedente moderno en la historia de Estados Unidos para el lenguaje de una dictadura de Estado policial como el de la Casa Blanca y sus principales propagandistas. Los principios democráticos más básicos, desde la libertad de expresión y la separación de la iglesia y el Estado hasta la garantía constitucional del derecho de ciudadanía por nacimiento, están siendo repudiados. El Gobierno de Trump está ondeando la bandera de la Confederación y proclamando que quiere volver a combatir la Guerra Civil. 

Si bien retórica violenta del Gobierno de Trump ha producido una sensación de conmoción entre millones de personas que, si hubieran oído hablar de Kirk, despreciarían todo lo que representaba, es inevitable que surja una oposición indignada al impulso de la Casa Blanca para legitimar el fascismo, no solo de palabra sino en la práctica. El desarrollo de esta oposición en un movimiento político capaz de oponerse al creciente asalto a los derechos democráticos requiere una comprensión clara de las causas sociales y políticas subyacentes. 

Las palabras y acciones del Gobierno de Trump no pueden reducirse a la personalidad fascista del actual ocupante de la Casa Blanca. En última instancia, Trump es el representante de una oligarquía capitalista, cuyas políticas y acciones son una respuesta a las crisis interrelacionadas que enfrenta el capitalismo estadounidense.

La posición económica del capitalismo estadounidense es cada vez más insostenible. Estados Unidos tiene una deuda pública de casi $40 billones, y hay crecientes signos de recesión, el aumento de la inflación y amenazas a la posición global del dólar estadounidense. A nivel internacional, la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania y el genocidio en Gaza son componentes de una guerra global en escalada, incluidos los preparativos avanzados para el conflicto con China. La magnitud de la violencia imperialista que se está preparando no es compatible con las formas democráticas de gobierno.

Lo más significativo es que la élite gobernante teme el crecimiento de la oposición dentro de los propios Estados Unidos. El crecimiento extremo e históricamente sin precedentes de la desigualdad social ha producido enormes niveles de ira social y política. Se concentran unos pasmosos $6.6 billones en manos de milmillonarios estadounidenses, solo uno de los cuales, Larry Ellison de Oracle, aumentó su riqueza en más de $100 mil millones en un solo día la semana pasada. 

La oligarquía estadounidense se siente asediada, percibiendo en cada esquina el espectro de la revolución y una amenaza existencial para su riqueza. De ahí las denuncias cada vez más histéricas de la “izquierda radical”, del marxismo y del socialismo.

A pesar de la propaganda implacable, la elevación del anticomunismo a una religión estatal y la exclusión sistemática de la política socialista de la vida oficial y los medios de comunicación, casi el 40 por ciento de la población expresa una visión favorable del socialismo, según una encuesta reciente de Gallup. El apoyo al capitalismo ha caído bruscamente, del 60 por ciento en 2021 a solo el 54 por ciento en la actualidad. La desafección se concentra sobre todo entre los jóvenes, que se están radicalizando por las experiencias por las que están pasando.

La clase trabajadora, como señaló el Partido Socialista por la Igualdad en su declaración del 15 de septiembre, es “la mayor fuerza en los Estados Unidos e internacionalmente”. En las últimas cuatro décadas, la vasta expansión de la industria y la tecnología globales ha expandido las filas de los trabajadores asalariados en más de 2 mil millones. La humanidad está ahora más urbanizada que nunca, con la mayoría de las personas viviendo en ciudades.

Esto no hace que las acciones de Trump y sus aliados sean menos peligrosas. La oligarquía tiene a su disposición inmensos recursos, y busca sacar partido del alto nivel de atraso social y político que persiste en la sociedad estadounidense. Los fascistas en el Gobierno, actuando en nombre de esta clase dominante, están absolutamente decididos a emplear la violencia y cualquier medio necesario para defender su riqueza y poder.

Su principal ventaja radica en la bancarrota y complicidad política del Partido Demócrata. El regreso al poder del gánster político, Trump, y la implementación de su conspiración dictatorial dependen enteramente de la colaboración de este partido de Wall Street y el Pentágono.

Los demócratas subordinan todas las expresiones de oposición popular a la demanda de “bipartidismo”, incluso cuando Trump y sus aliados planean una guerra civil. No temen nada más que la movilización independiente de la clase trabajadora, que amenazaría no solo a Trump sino a todo el orden capitalista que defienden.

El Partido Socialista por la Igualdad (SEP, por sus siglas en inglés) insiste en que la tarea decisiva es construir dentro de la clase trabajadora un movimiento político consciente que rompa la camisa de fuerza de la política oficial. En los Estados Unidos, esto significa una ruptura con el Partido Demócrata y todas aquellas organizaciones que existen para mantener el dominio del Partido Demócrata. Además, el aparato de los sindicatos corporativistas funciona como un bloque sofocante para la lucha de la clase trabajadora, desviando a los trabajadores hacia el apoyo a los demócratas o hacia el veneno nacionalista de la demagógica guerra comercial de Trump. 

El SEP lucha por la construcción de comités de base en todos los lugares de trabajo, independientes de la burocracia sindical, para servir como centros de organización no solo para la defensa de los empleos, salarios y condiciones de los trabajadores, sino también para la defensa de los derechos democráticos más básicos.

Esto debe estar conectado a un programa revolucionario que apunte directamente a la base social del fascismo y la dictadura: la oligarquía capitalista. El SEP lucha por la expropiación de la riqueza de los multimillonarios, la transformación de las corporaciones gigantes en servicios públicos y el control de los trabajadores sobre la producción. Solo a través de tales medidas se puede reorganizar la sociedad para satisfacer las necesidades humanas, no el lucro privado. El inmenso poder social de la clase trabajadora, movilizado sobre esta base, proporciona la única base real para la defensa de la democracia y la garantía de un futuro para la humanidad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de septiembre de 2025)

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