En la semana transcurrida desde el asesinato de Charlie Kirk, el Gobierno de Trump ha intensificado su conspiración para establecer una dictadura presidencial.
La política del régimen de Trump fue explicada claramente por el estratega fascista Stephen Bannon, uno de los aliados políticos más cercanos de Trump. “Si vamos a ir a la guerra”, declaró, “vamos a la guerra”. La Administración de Trump está librando una guerra contra la población, contra los derechos democráticos, contra el gobierno constitucional.
Esta guerra se lleva a cabo en el marco de la deificación pública de Kirk. Durante la última semana, la Casa Blanca ha encabezado una campaña para prohibir todas las críticas Gobierno de Trump. Los trabajadores, incluidos maestros, personal de aerolíneas y otros, han sido despedidos por publicaciones críticas sobre Kirk en las redes sociales.
El miércoles, ABC/Disney anunció que suspendía Jimmy Kimmel Live!, después de que Kimmel hiciera comentarios moderados y verdaderos el lunes sobre el aprovechamiento político del asesinato de Kirk. La decisión siguió a una directiva explícita de la Casa Blanca y sus operadores. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, amenazó a las cableras: “Podemos hacer esto de la manera fácil o de la manera difícil”. Nexstar y Disney, desesperados por proteger sus fusiones y ganancias multimillonarias, se apresuraron a cumplir.
En entrevistas el jueves, Carr declaró que la suspensión de Kimmel no sería el “último zapato en caer”, pidiendo un “cambio masivo en el ecosistema de los medios”. El mismo día, el propio Trump declaró que los reguladores deberían revocar las licencias de las cableras que mantengan una “cobertura negativa” de él.
La pregunta crítica ahora es: ¿qué se debe hacer para detener este impulso hacia la dictadura? Para responder a esta pregunta, es necesario identificar el contexto político del intento de Trump de derrocar la Constitución, los intereses de clase y económicos que subyacen a las acciones del Gobierno, la fuerza social que tiene el poder de defender los derechos democráticos y la estrategia y el programa políticos en los que debe basarse la lucha contra Trump.
En primer lugar, es necesario dejar de lado cualquier autoengaño de que lo que se está desarrollando es algo menos que un impulso para establecer una dictadura presidencial, basada en el ejército, la policía, las fuerzas paramilitares y pandillas fascistas. El propósito esencial de la glorificación de Charlie Kirk ha sido proporcionar un mártir que movilice las fuerzas más reaccionarias del país.
Como ha advertido el World Socialist Web Site, los admiradores de Hitler en el círculo íntimo de Trump, como el vicepresidente JD Vance y el subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, están siguiendo el libro de jugadas de los nazis. Kirk es el “Horst Wessel” del régimen de Trump (el nombre de un soldado de choque asesinado) y el asesinato es su equivalente al infame incendio del Reichstag, la quema del edificio del Parlamento alemán, que fue aprovechado por Hitler para reclamar el poder absoluto en marzo de 1933.
La cancelación del programa de Jimmy Kimmel es otra acción más basada en las tácticas del régimen nazi. Cualquier forma de expresión, incluidas las bromas, que se considerara insultante para el honor y la dignidad de Hitler se trataba como un delito penal que merecía un castigo drástico. El saludo “Heil Hitler” se convirtió en una forma obligatoria de saludo, incluso entre amigos.
En segundo lugar, Trump no está actuando por su cuenta. Por grotescas que sean sus cualidades individuales, representa los intereses de la oligarquía corporativa y financiera. Una vez más, los paralelismos con la Alemania nazi son escalofriantes. Es un hecho histórico que el ascenso de Hitler al poder no habría sido posible sin los recursos proporcionados al movimiento nazi por los principales capitalistas alemanes. Una vez en el cargo, el brutal régimen de Hitler sirvió a los intereses de los bancos y corporaciones alemanas, y apoyaron su dictadura.
En todo caso, la alianza de Trump y la oligarquía financiero-corporativa actual es aún más intensa que la que prevaleció en la Alemania nazi. Se puede describir, sin exagerar, como una historia de amor. En medio del asalto de Trump a los derechos democráticos, fue cortejado la semana pasada en una cena en la Casa Blanca, donde una pandilla de megamillonarios y multimillonarios lo alabaron. Esta semana se organizó un espectáculo aún más obsceno en el Castillo de Windsor en Reino Unido. Sentado junto al rey Carlos III, Trump fue agasajado en un banquete estatal por un séquito de oligarcas, incluidos Tim Cook de Apple, Sam Altman de OpenAI, Satya Nadella de Microsoft, Ruth Porat de Alphabet, los financieros Steve Schwarzman de Blackstone, Jane Fraser de Citigroup, Larry Fink de BlackRock y Brian Moynihan de Bank of America.
En tercer lugar, la reverencia pública ante Trump se basa en cálculos económicos y políticos a sangre fría. La asombrosa concentración de riqueza en un segmento infinitesimal de la población no es compatible con las formas democráticas de gobierno. Los ricos están convencidos de que la defensa de su riqueza y su explotación sin restricciones de la clase trabajadora es incompatible con la democracia. La dictadura es su forma preferida de régimen político.
Sin embargo, las razones de la oligarquía para apoyar el derrocamiento de lo que queda de la democracia estadounidense van más allá de su deseo incontenible de aún más dinero y riqueza personal. La clase dominante estadounidense está muy consciente y aterrorizada por la crisis existencial del sistema capitalista. Es consciente de que la deuda nacional, que ahora se acerca a los $40 billones, es insostenible.
Los oligarcas están convencidos de que es necesario un asalto masivo a los niveles de vida e incluso a las vidas de la clase trabajadora. Todas las reformas sociales que se remontan a la era progresista de las dos primeras décadas del siglo XX, el Nuevo Trato de la década de 1930 y la Gran Sociedad de la década de 1960 deben terminar. Los programas críticos como el Seguro Social, Medicare y Medicaid deben eliminarse por completo. La guerra contra la medicina, hasta el punto de poner fin a las vacunas contra el COVID, el sarampión, las paperas, la poliomielitis, la tos ferina y otras enfermedades mortales, tiene como objetivo aumentar sustancialmente la mortalidad infantil y reducir la esperanza de vida.
La eliminación de las regulaciones que proporcionaban cualquier tipo de protección contra lesiones y muertes en fábricas, minas, depósitos, astilleros y otros lugares de trabajo es un objetivo importante.
Otro factor en los cálculos políticos de las élites capitalistas es la crisis geopolítica que enfrenta el imperialismo estadounidense. El prolongado deterioro de la posición económica y estratégica global de Estados Unidos ha alcanzado dimensiones críticas. El ascenso de China y el desarrollo de una alianza de Estados que desafían la hegemonía estadounidense no ha de ser detenido sino a través de la guerra. La militarización de los Estados Unidos exige gastos cada vez mayores, lo que, a su vez, intensifica la presión para recortar los gastos sociales y salarios. Además, la preparación y el lanzamiento de guerras requiere la supresión violenta de la oposición política interna.
Estos son los factores objetivos que subyacen al colapso de la democracia estadounidense. Las políticas de Trump son las de la clase dominante. Esto no es para ignorar las características patológicas específicas de su personalidad y la de su camarilla MAGA que imparten a este régimen su carácter particularmente degenerado. Pero incluso si los actuarios eliminaran repentinamente a Trump de la ecuación, no detendría el impulso hacia la dictadura. La guerra contra la democracia y la clase trabajadora continuaría.
Esta causa objetiva de la ruptura de la democracia se verifica por el hecho de que se están manifestando procesos paralelos en todos los principales países capitalistas. En toda Europa, los partidos neofascistas están ganando fuerza. El impulso hacia la dictadura es un fenómeno global.
En cuarto lugar, la identificación correcta de la fuente de la guerra de Trump contra la clase trabajadora conduce a conclusiones políticas críticas. El punto de partida de cualquier lucha seria contra la dictadura es una ruptura con el Partido Demócrata. Confiar en el Partido Demócrata para oponerse a Trump es garantizar la derrota.
Los demócratas son, como los republicanos, un partido de Wall Street, el Pentágono y la oligarquía corporativo-financiera. Lo que temen sobre todo no es el ascenso del fascismo, sino el estallido de un movimiento de masas desde abajo que amenace los cimientos mismos del dominio capitalista. Esto explica la cobarde capitulación del Partido Demócrata ante la glorificación fascista de Kirk y su cobarde respuesta a la suspensión de Jimmy Kimmel y todos los decretos dictatoriales anteriores emitidos por Trump.
La postración del Partido Demócrata quedó expuesta cuando el Senado de los Estados Unidos aprobó por unanimidad una resolución que marca el 14 de octubre, el cumpleaños de Kirk, como un “Día Nacional de Conmemoración de Charlie Kirk”. Ningún demócrata, incluido el senador de Vermont Bernie Sanders, tuvo el coraje de objetar. Hubiera sido suficiente, y políticamente correcto, oponerse al asesinato por motivos de principio, es decir, que el asesinato de una u otra figura despreciable no sirve absolutamente a ningún interés progresista, que siembra confusión entre los trabajadores y los jóvenes y que hace el juego a los reaccionarios.
Pero permitir la transformación de Kirk, un hombre cuyo historial de racismo, antisemitismo, oposición a los derechos civiles y promoción de la violencia autoritaria está bien documentado, como un héroe nacional es obsceno. Sin embargo, Sanders y los demócratas se unieron a esta santificación.
Al día siguiente, 90 demócratas, incluso los líderes del partido, votaron junto a los republicanos en la Cámara de Representantes para aprobar una resolución “Honrando la vida y el legado de Charles Kirk”, elogiando al provocador fascista como un mártir de la “libertad” y el “discurso civil”, y un “feroz defensor” de “la vida, la libertad, el Gobierno limitado y la responsabilidad individual”.
En quinto lugar, el desarrollo de la lucha para derrotar a Trump debe basarse en la movilización de los millones de trabajadores, la fuerza social que tiene el poder, si se moviliza sobre la base de una estrategia política correcta, para derrotar a Trump y expulsarlo de su cargo.
Los tres principales elementos de dicha estrategia son:
1) La completa independencia política y organizativa de la clase trabajadora con respecto al Partido Demócrata y sus colaboradores y apologistas, es decir, el DSA, Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y la miríada de organizaciones e individuos de clase media que creen que gritar obscenidades en varias plataformas de redes sociales detendrá a Trump. Estos son los métodos de los liberales frustrados que esperan que su retórica histérica inste al Partido Demócrata a luchar contra Trump.
2) La construcción de una nueva forma de organización que pueda unificar a la clase trabajadora y movilizar su vasto poder industrial y económico contra el régimen de Trump. Esta nueva forma de organización propuesta por el Partido Socialista por la Igualdad consiste en comités de base. Deben establecerse en cada fábrica, lugar de trabajo, escuela y vecindario para organizar la resistencia a la dictadura de Trump. Estos comités deben convertirse en centros de resistencia, uniendo a todos los sectores de la clase trabajadora (en la industria, la logística, el transporte, los restaurantes y la comida rápida, los servicios sociales, la defensa legal, la educación, las artes y la cultura, el entretenimiento, la medicina, la atención médica, las ciencias, la tecnología informática, la programación y otras profesiones altamente especializadas) y la juventud estudiantil contra el régimen fascista de Trump, la complicidad de los demócratas y el asalto más amplio a los derechos democráticos y los niveles de vida.
La construcción de comités de base es esencial para romper el dominio de las burocracias sindicales, que funcionan como una policía industrial al servicio de las corporaciones y utilizan su poder para bloquear toda forma de resistencia de la clase trabajadora. El poder debe transferirse de las oficinas de los parásitos burocráticos a los trabajadores de base en los lugares de trabajo, donde las decisiones sobre todos los asuntos de estrategia, política y acción pueden ser tomadas democráticamente por la clase trabajadora.
Estos comités de base, que se extenderán por todos los lugares de trabajo, crearán nuevos centros de poder social coordinado en los que se puede basar la defensa de la democracia en todo el país. La clase obrera movilizada podrá inspirar con confianza y unificar todos los elementos de protesta ahora dispares en un movimiento social masivo contra el odiado gobierno dirigido y controlado por la oligarquía capitalista.
3) Este movimiento, liderado por la clase trabajadora, requiere un programa que refleje con precisión las realidades socioeconómicas y corresponda a los intereses de la abrumadora mayoría de la población. La oligarquía capitalista ha declarado la guerra a la clase trabajadora. La respuesta necesaria es la declaración de guerra de la clase trabajadora contra el capitalismo, que debe resultar en la reorganización socialista de la sociedad. Esto implica el establecimiento de la propiedad pública y el control democrático por parte de la clase trabajadora de las principales industrias, bancos, servicios públicos y recursos naturales. Además, los obscenos niveles de riqueza concentrados en las manos de los aproximadamente 900 milmillonarios deben ser expropiados. Solo los 400 estadounidenses más ricos tienen una riqueza combinada de $6.6 billones, lo que representa un crecimiento de más de $1 billón con respecto al año anterior. La concentración de tanto dinero y poder es un cáncer social maligno que mata la democracia.
4) El elemento más importante de esta estrategia, del que depende la implementación y realización de todos los elementos anteriores, es el internacionalismo. Los trabajadores en los Estados Unidos no pueden librar una lucha efectiva a menos que sus acciones estén coordinadas y alineadas con las luchas de la clase obrera mundial. La amenaza del fascismo es un fenómeno internacional. La clase dominante capitalista de cada país tiene su propia versión de Trump e incluso de Hitler. Los trabajadores estadounidenses deben repudiar la ideología reaccionaria, anticuada y contraproducente del nacionalismo, que es el mal primordial que instiga el racismo y los odios étnicos utilizados por el fascismo. No es una coincidencia que Trump lanzara su campaña dictatorial desatando un ataque salvaje contra los inmigrantes. La privación de sus derechos democráticos fue solo la primera etapa en el derrocamiento de la Constitución. Los agentes enmascarados de ICE que merodean por las ciudades son la vanguardia del paramilitarismo fascista que Trump planea desatar contra todos los sectores de la clase trabajadora.
Un corolario inseparable de la lucha por la unidad internacional de los trabajadores estadounidenses con sus hermanos y hermanas de clase más allá de las fronteras de los Estados Unidos es la oposición irreconciliable al imperialismo, el militarismo y la guerra estadounidenses. El genocidio de Gaza llevado a cabo por el régimen sionista, que en gran medida se ha llevado a cabo con armas proporcionadas por los Estados Unidos, demuestra la barbarie de la que es capaz el capitalismo. El asesinato masivo de palestinos sancionado por todas las potencias imperialistas es una anticipación de lo que los oligarcas capitalistas están dispuestos a infligir contra los trabajadores en sus “propios” países.
De esta estrategia internacionalista se desprende que los derechos de los inmigrantes deben ser defendidos contra la política criminal e inhumana de deportación. El principio de la ciudadanía por derecho de nacimiento, inscrito en la Constitución, debe defenderse sin concesiones. Además, todo trabajador con conciencia de clase rechaza la distinción insidiosa y cruel entre el “nacional” y el “nacido en el extranjero”. Además, hay que oponerse a las sanciones y aranceles impuestos por el Gobierno de Trump. La clase trabajadora no puede defender sus empleos e intereses apoyando el nacionalismo económico, que es completamente reaccionario en una era de integración global de la producción. La clase obrera solo puede promover sus intereses exigiendo la destrucción de las fronteras nacionales, que no solo estrangulan el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que también llevan a la humanidad por el terrible camino de la guerra mundial nuclear.
Incluso antes de que Trump comenzara su segundo mandato y lanzara su campaña por la dictadura, el Partido Socialista por la Igualdad hizo un llamado a la formación de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB). Esta iniciativa no solo ha sido reivindicada. Su desarrollo ha adquirido una gran urgencia.
5) La estrategia, la organización y la acción necesarias para derrotar a Trump, defender los derechos democráticos y prevenir el fascismo y la guerra no surgirán espontáneamente. Hay que luchar por este programa. Pero la determinación que se requiere para asumir y librar esta lucha es incompatible con el pesimismo y la desmoralización. Estos estados de ánimo paralizan. Además, el pesimismo está invariablemente conectado a una evaluación superficial y falsa de la realidad. Los demócratas, los sindicatos y los medios de comunicación promueven el mito de un Gobierno todopoderoso mientras insisten en que no se puede hacer nada. Eso es falso. Lo que falta no es una oposición de masas sino, más bien, una estrategia política para guiar y organizar la lucha contra el asalto de Trump a los derechos democráticos.
El Partido Socialista por la Igualdad promueve este programa como base para la lucha contra Trump y la oligarquía degenerada que representa. Nuestro programa no es para los pesimistas, los escépticos ni los desmoralizados, sino para los luchadores entre trabajadores, estudiantes, jóvenes, profesionales, artistas e intelectuales. No hay tiempo que perder.
Llamamos a todos los trabajadores y jóvenes que estén de acuerdo con esta perspectiva a unirse al Partido Socialista por la Igualdad, movilizar el poder de la clase trabajadora, derrotar la conspiración de los oligarcas y luchar por un futuro socialista sin fascismo, genocidio y guerra.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de septiembre de 2025)