Todos los acontecimientos del último mes tras el asesinato de Charlie Kirk —la transformación de un provocador fascista en mártir del movimiento MAGA, la movilización de la Guardia Nacional contra el supuesto “enemigo interno” y los preparativos abiertos para invocar la Ley de Insurrección— han demostrado sin lugar a duda que está en marcha una conspiración sistemática del gobierno de Trump para establecer una dictadura. Las vendas caen de los ojos. Cada vez más estadounidenses dicen: “Ya no reconozco este país”. La tierra de Lincoln está siendo transformada por Trump y sus arrogantes sátrapas en la tierra de un aspirante a Führer.
Esta conspiración entró en una nueva y escalofriante etapa el miércoles, cuando el presidente Trump convocó una reunión en la Casa Blanca presentada como una “mesa redonda sobre antifa”. En realidad, fue una reunión de maníacos políticos de extrema derecha: neonazis, nacionalistas cristianos, racistas y admiradores de Hitler. Trump los reunió con una intención evidente: señalar una guerra total contra la oposición política. Un ambiente de amenaza y violencia inminente impregnó toda la “discusión”.
Nunca ha ocurrido algo así en la historia de Estados Unidos. La Casa Blanca se ha transformado en la sede de una conspiración para legitimar el fascismo, definir el antifascismo como “terrorismo” y movilizar el aparato represivo del Estado contra la población.
Junto a altos funcionarios gubernamentales—la secretaria de Seguridad Nacional Kristi Noem, la fiscal general Pam Bondi, el fiscal general adjunto Todd Blanche y el asesor principal Stephen Miller—se sentaron varios agitadores neonazis que fingen ser “periodistas”. El más repulsivo de estos aspirantes a verdugos fue Jack Posobiec, un neonazi que el Southern Poverty Law Center ha descrito como alguien que “ha colaborado durante años con supremacistas blancos, neofascistas y antisemitas”.
En la reunión de la Casa Blanca, Trump declaró que “nos deshicimos de la libertad de expresión” y denunció las protestas que involucran a millones de personas, incluidas las manifestaciones “Sin Reyes” del 18 de octubre, como “operaciones pagadas” dirigidas por una vasta “red de terror de izquierda”. Las diversas personalidades fascistas identificaron a los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés), CODEPINK y otros grupos como cómplices de “antifa”. Trump acusó a gobernadores y alcaldes demócratas de actuar “ilegalmente”, pidió su arresto y los amenazó, al estilo de un jefe mafioso, con “tener mucho cuidado”.
Noem alegó que la supuesta “red antifa” es “tan sofisticada como Estado Islámico o Hezboláh”, mientras que la fiscal general Pam Bondi prometió “desmantelarla ladrillo por ladrillo”, “destruir toda la organización de arriba abajo”. Todos los presentes en la Casa Blanca coincidieron en la necesidad de designar a “antifa” como una “organización terrorista extranjera”. Esto legalizaría la represión política y la violencia, hasta incluso el asesinato y el asesinato masivo.
Pero “antifa” no es una organización en absoluto. No tiene liderazgo central, ni registros de miembros, ni estructura organizativa. Cuando el gobierno de Trump declara la guerra contra “antifa”, lo dice literalmente: es una guerra contra el antifascismo mismo, una criminalización de toda oposición a la dictadura y la represión.
Durante la discusión sobre si tildar a “antifa” como una “organización terrorista extranjera”, Trump se dirigió directamente a Posobiec y le preguntó: “¿Te gustaría que lo hiciéramos?”. El propagandista fascista, que desempeñó un papel clave en el intento de golpe del 6 de enero, respondió entusiasmado que sí.
En su libro Unhumans: The Secret History of Communist Revolutions (and How to Crush Them) —con un prólogo de Steve Bannon y una mención del vicepresidente JD Vance— Posobiec retrata todos los movimientos revolucionarios de los últimos 250 años como obra de monstruos subhumanos.
“Los izquierdistas actúan desde la envidia”, escribe Posobiec. “No se puede razonar con quienes manipulan a los desposeídos en masa para saquear y disparar”. Si es imposible razonar con los “no humanos”, hay que lidiar con ellos por otros medios. “La democracia nunca ha funcionado para proteger a los inocentes de los no humanos”, escribió, “es hora de dejar de jugar según reglas que ellos no respetan”.
Esto es un llamado abierto a la violencia contra los opositores de Trump. El lenguaje de Posobiec está tomado directamente del vocabulario de los nazis. Sus “no humanos” son una traducción del término nazi Untermenschen (“subhumanos”), utilizado para justificar el genocidio de judíos, eslavos y otros pueblos. En 1942, el líder de las SS Heinrich Himmler supervisó la publicación de un panfleto titulado Der Untermensch, que afirmaba que ciertas poblaciones eran “criaturas biológicas” que eran “solo parcialmente humanas”.
Los “no humanos” de Posobiec, como los Untermenschen de Himmler, son aquellos marcados para la aniquilación. “Lo que necesitamos son listas”, escribió—listas de enemigos, junto con “hombres y mujeres de acción” que persigan a opositores en los medios, la educación y la economía: “Que tiemblen los marxistas culturales…” En la convención de CPAC del año pasado, compartiendo escenario con Bannon, Posobiec declaró: “Bienvenidos al fin de la democracia. Estamos aquí para derrocarla por completo. No llegamos del todo el 6 de enero, pero nos esforzaremos por eliminarla”.
Posobiec también le dijo a Trump durante el evento en la Casa Blanca que “antifa” ha existido desde “la República de Weimar en Alemania”, es decir, desde la oposición al ascenso de Hitler. Esta es una tesis promovida por otros asistentes, incluyendo a Andy Ngo, quien en su libro Unmasked se quejó de que “mientras los camisas pardas son bien recordados en la sociedad occidental contemporánea, la historia de las milicias paramilitares de extrema izquierda durante la Alemania de entreguerras ha caído en el olvido”.
Horas después de la reunión fascista, Mark Bray, historiador de la Universidad de Rutgers y autor de Antifa: The Anti-Fascist Handbook (el manual antifascista), fue impedido de abordar un vuelo de Newark a España la noche del miércoles. Bray, quien ya había recibido amenazas de muerte por parte de activistas de Turning Point USA y fue calificado de “profesor terrorista doméstico” por Posobiec, intentaba salir del país con su familia.
Después de pasar por seguridad, Bray fue informado en la puerta de embarque que sus reservas habían sido “canceladas”. Escribió: “‘Alguien’ canceló el vuelo de mi familia en el último segundo. Ya teníamos nuestras tarjetas de embarque. Entregamos nuestro equipaje. Pasamos por seguridad. Y en la puerta, nuestra reserva ‘desapareció’”.
La única explicación posible para esta cancelación es que alguien dentro o cerca del gobierno intentó impedir que Bray abandonara Estados Unidos y escapara de amenazas contra su vida, enviando también un mensaje de que está siendo vigilado y perseguido.
Podría suponerse que la invitación de fascistas a la Casa Blanca —donde el presidente respaldó sus llamados a la supresión política y al derribo violento de derechos constitucionales— habría generado una ola de protestas. Pero no fue así. El abierto respaldo a fascistas en la Casa Blanca fue recibido con una indiferencia casi total por parte del establ ishment político y mediático. Ningún líder demócrata —notablemente el líder de la minoría en la Cámara de Representantes Hakeem Jeffries, el líder de la minoría en el Senado Chuck Schumer, o el senador Bernie Sanders— emitió una sola declaración sobre la reunión de neonazis y supremacistas blancos en la mansión ejecutiva.
Los noticieros televisivos más importantes no mencionaron nada. El Washington Post, principal diario de la capital del país, no publicó nada en la portada de su sitio web. El New York Times, principal portavoz mediático del Partido Demócrata, solo publicó un informe superficial centrado en la afirmación de Trump de haber “eliminado la libertad de expresión”, omitiendo cualquier referencia a las amenazas y declaraciones fascistas de los participantes.
El silencio se extiende también a las distintas organizaciones relacionadas con el Partido Demócrata. La revista Jacobin, publicación vinculada a los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA), no ha publicado nada sobre la reunión fascista en la Casa Blanca, la invocación de la Ley de Insurrección ni las amenazas contra Bray y la cancelación de su vuelo.
El DSA, que fue explícitamente amenazado en la reunión sobre “antifa”, publicó una breve declaración proforma el jueves por la tarde: “El DSA reafirma nuestro derecho fundamental a la libertad de expresión y de reunión. No seremos intimidados por los lacayos del gobierno de Trump y continuaremos nuestra lucha por la democracia hasta el final”.
El DSA dice que “no será intimidado”, pero si eso es todo lo que tiene para decir ante una amenaza directa desde la Casa Blanca, claramente sí ha sido intimidado. Además, el problema no es solo los “derechos fundamentales” del DSA, sino el derrocamiento de la Constitución y la instauración de una dictadura. En ningún lugar la organización explica cómo llevará a cabo su proclamada “lucha por la democracia”, ya que para el DSA la respuesta siempre es la misma: subordinar la oposición al Partido Demócrata, el cual, a través de su silencio e inacción, está permitiendo el golpe de Trump.
Existe una enorme oposición popular al programa dictatorial de Trump. Millones se están preparando para participar en las próximas manifestaciones “Sin Reyes” del 18 de octubre, con más de 2.100 protestas ya programadas en ciudades y pueblos de todo el país. Las amenazas del gobierno, el despliegue de tropas en ciudades estadounidenses y los planes para invocar la Ley de Insurrección son movimientos preventivos contra el incipiente movimiento de la clase trabajadora y la juventud.
Hay todas las razones para creer que el gobierno de Trump buscará incitar incidentes violentos para justificar la represión. Todos los que planean participar en las protestas, pensadas como pacíficas, deben estar en alerta y evitar caer en las trampas tendidas por los provocadores.
Sin embargo, las protestas, motivadas por una profunda determinación de defender los derechos democráticos, deben enfrentar verdades políticas y estratégicas fundamentales.
En primer lugar, el ataque a los derechos democráticos está dirigido contra la clase trabajadora. En última instancia, Trump busca crear un sistema político en el que los trabajadores sean privados de todos los medios para defender sus intereses sociales más básicos. El programa de su gobierno se está implementando con el cierre del gobierno, que ya entra en su segunda semana.
Trump se jacta de explotar esta oportunidad para destruir cientos de miles de empleos, desmantelar programas sociales y eliminar la atención médica, la vivienda y las prestaciones de jubilación de millones. El mismo gobierno que despliega tropas en las ciudades estadounidenses encabeza una contrarrevolución social contra todas las conquistas ganadas por la clase trabajadora.
En segundo lugar, Trump no actúa como un individuo aislado. Él habla y actúa en nombre de la oligarquía capitalista estadounidense, que ha llegado a la conclusión de que su riqueza y poder ya no pueden mantenerse por medios democráticos. Los oligarcas corporativos y financieros que cenaron el mes pasado en la Casa Blanca y colmaron de elogios a Trump están motivados por los mismos intereses que llevaron a los sectores más despiadados de la clase dominante alemana a elevar a Hitler al poder en 1933 y apoyar su dictadura.
Los megamillonarios están convencidos de que el sistema capitalista requiere una reducción masiva de los programas sociales y los niveles de vida de la clase trabajadora. Además, quieren eliminar todas las restricciones al uso del poder militar para asegurar sus intereses económicos globales. Trump ha sido colocado en la Casa Blanca para implementar este programa fascistoide.
Tercero, el Partido Demócrata no hará nada para oponerse a esta ofensiva. A pesar de las diferencias tácticas que pueda tener, también es un instrumento de la oligarquía financiero-corporativa y del aparato militar-inteligencia, y comparte los objetivos fundamentales de Trump: la defensa de la riqueza capitalista, el desarrollo de la guerra y la represión de cualquier movimiento desde abajo. Su silencio y complicidad expresan su carácter de clase. Lo que más teme es un movimiento masivo de la clase trabajadora que amenace los fundamentos mismos del dominio capitalista.
De este reconocimiento de la situación se desprende:
Cuarto, la defensa de los derechos democráticos requiere la movilización política independiente de la clase trabajadora, la única fuerza social capaz de detener el descenso hacia la dictadura. Sus filas se cuentan por cientos de millones, desempeña el papel decisivo en el proceso económico de producción y tiene el poder potencial para poner de rodillas a los oligarcas y forzar una redistribución masiva y democrática del poder y la riqueza.
Además, la vasta clase trabajadora estadounidense forma parte de una clase trabajadora internacional que hace posible librar la lucha contra el capitalismo a escala mundial.
Las protestas del 18 de octubre deben marcar el inicio de una contraofensiva contra la ofensiva dictatorial y fascista de Trump.
El Partido Socialista por la Igualdad (PSI) exhorta a que en cada lugar de trabajo, fábrica, barrio y escuela, los trabajadores y los jóvenes estudiantes comiencen a discutir y organizar la resistencia contra el ataque a los derechos democráticos. Debe detenerse el ataque brutal contra los trabajadores inmigrantes y sus familias. Además, deben ser defendidas todas las organizaciones políticas y personas atacadas por el régimen de Trump. Por su parte, el PSI defenderá a todas las víctimas de los ataques del Estado, más allá de las diferencias sobre programa y estrategia.
Deben formarse comités de base para coordinar esta lucha en todos los sectores e internacionalmente. El PSI ha tomado la iniciativa de desarrollar esta lucha mediante la formación de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB). La lucha por esta estrategia y programa entre los jóvenes está siendo impulsada por los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (JEIIS o IYSSE en inglés).
La lucha contra la dictadura es inseparable de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo. Para defender la democracia, la clase trabajadora debe tomar el poder en sus propias manos, expropiar a la oligarquía financiera y reorganizar la vida económica sobre la base de las necesidades humanas, no del lucro privado. Solo así podrá frenarse el descenso al fascismo y la dictadura.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de octubre de 2025)
Leer más
- La verdadera cuestión del cierre del Gobierno: ¡movilicen a la clase trabajadora contra la dictadura de Trump!
- Trump prepara la ley marcial ordenando las invasiones de Portland y Chicago
- El silencio de los demócratas facilita la dictadura de Trump
- La operación dictadura: Trump decidido a invocar la Ley de Insurrecciones