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Perspectiva

Trump transforma el homenaje de Kirk en una campaña para una dictadura teocrática-fascista

El presidente Donald Trump durante el homenaje al activista fascista Charlie Kirk, 21 de septiembre de 2025, estadio State Farm, Glendale, Arizona [AP Photo/Julia Demaree Nikhinson]

Hace tres días, el Partido Socialista por la Igualdad escribió, en una declaración pidiendo la movilización de la clase trabajadora contra la administración Trump:

En primer lugar, es necesario dejar de lado cualquier autoengaño de que lo que se está desarrollando es algo menos que un impulso para establecer una dictadura presidencial, basada en el ejército, la policía, las fuerzas paramilitares y pandillas fascistas. El propósito esencial de la glorificación de Charlie Kirk ha sido proporcionar un mártir que movilice las fuerzas más reaccionarias del país.

Este hecho se puso de manifiesto en el homenaje fúnebre celebrado para Kirk en Glendale, Arizona, el domingo. Lo que se desarrolló fue algo sin precedentes en la historia de Estados Unidos, una movilización de la derecha fascista, orquestada desde los más altos niveles de la Casa Blanca.

El festival de reacción política culminó con los comentarios de Trump. En el transcurso de una diatriba violenta, Trump proclamó: “Odio a mis enemigos”, una declaración extraordinaria de un presidente estadounidense sobre sus oponentes políticos internos. Esta observación es particularmente ominosa viniendo de un presidente cuya lista de enemigos incluye a cualquiera en el país que rechace sus políticas.

Trump afirmó que las últimas palabras de Kirk fueron un llamamiento para enviar a los militares a Chicago, con el pretexto de “salvar” a la ciudad del crimen, y prometió hacerlo. Se comprometió a intensificar su campaña de violencia militar contra el pueblo estadounidense, centrada en las principales ciudades, mientras repetía la mentira de que “la violencia proviene en gran medida de la izquierda”.

El día después del funeral, Trump firmó una orden oficial declarando a “Antifa” una organización “terrorista nacional”. Dado que “Antifa” no es, de hecho, una organización real, la orden sienta las bases para que los opositores de izquierda del fascismo sean perseguidos utilizando los métodos de la “guerra contra el terrorismo”. 

Trump finalizó su discurso con la promesa de “traer de vuelta la religión a Estados Unidos, porque sin fronteras, ley, orden y religión, realmente ya no tienes un país”. La consigna de la Italia fascista era más concisa: Dio, Patria, Famiglia.

Cualquier pretensión de una separación de iglesia y Estado fue completamente borrada en el mitin de Arizona. Las referencias a Kirk como un Jesucristo moderno eran omnipresentes. El secretario de guerra Pete Hegseth declaró: “Solo Cristo es rey”. El secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. hizo el paralelo más terminante: “Cristo murió a los 33 años. Pero cambió la trayectoria de la historia. Charlie murió a los 31 años, pero... ahora también ha cambiado la trayectoria de la historia”.

El podcastero fascista Benny Johnson hizo un llamado abierto a una teocracia cristiana, apuntando a los funcionarios presentes y declarando: “Dios los ha instituido. Dios les ha dado poder sobre nuestra nación y nuestra tierra”.

Esto se combinó con llamados a la venganza. Quizás la declaración más estridente vino de Stephen Miller, el subjefe de Gabinete de la Casa Blanca y figura principal detrás de la construcción de una dictadura presidencial. La versión trumpista de Josef Goebbels gritó a los opositores de la Administración: “¿Qué tienen? No tienen nada. No son nada. Son maldad, son celos, son odio. No son nada No pueden construir nada. No pueden crear nada. Nosotros somos quienes construimos. Somos los que creamos. Somos los que elevamos a la humanidad”.

Miller parafraseó un tributo dado por Goebbels en 1932 al soldado de asalto nazi Horst Wessel, titulado “La tormenta se acerca”. Miller declaró: “Somos la tormenta. Y nuestros enemigos no pueden comprender nuestra fuerza”.

Aquí, Miller está dando voz al autoengaño de la oligarquía financiera capitalista, los multimillonarios que imaginan que ellos, y no la clase trabajadora, son la fuerza motriz del progreso humano. Pero es el trabajo humano, armado con la ciencia y la tecnología, lo que crea la posibilidad de un nuevo mundo de libertad y prosperidad para todos. La clase capitalista que busca ganancias solo ofrece a la humanidad una miseria cada vez más profunda, una dictadura y una guerra mundial.

La afirmación de que el fascismo llegará a Estados Unidos “envuelto en la bandera estadounidense y llevando una cruz” se ha atribuido con frecuencia a Sinclair Lewis, aunque no usó esas palabras exactas en su gran novela distópica, Eso no puede pasar aquí. El mitin fúnebre de Kirk mostró la presciencia de la descripción de Lewis del ascenso de un hombre fuerte fascista estadounidense que combina invocaciones religiosas y promesas de siglos de dominación estadounidense del mundo. Lo que Trump, Vance, Miller & Co. ofrecen es el “Reich de mil años” de Hitler, abanderado por el rojo, blanco y azul.

Por extraordinaria que haya sido el evento en sí, quizás haya sido aún más significativa la respuesta, o la falta de respuesta, de los medios de comunicación y del Partido Demócrata. La prensa estadounidense ha tratado el espectáculo del domingo como si fuera un evento político rutinario. En su cobertura, se evitan cuidadosamente palabras como fascista, racista o antisemita, no solo al describir a Charlie Kirk, sino también a la fila de fascistas, racistas y antisemitas que hablaron en su honor. Más de 24 horas después, ni el New York Times ni el Washington Post habían publicado editoriales sobre el mitin.

Ante cuatro horas de diatribas inspiradas por los nazis, ningún líder demócrata, incluidos Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, pudo reunir incluso una crítica superficial. “Los demócratas guardan silencio mientras los republicanos ganan fuerza tras el homenaje a Charlie Kirk”, tituló The Guardian en un artículo publicado ayer.

Explicando este silencio, The Guardian comentó: “Los demócratas actuaron con cuidado ante el servicio conmemorativo, conscientes de que cualquier indicio de crítica podría ser malinterpretado y explotado”. El periódico citó comentarios del historiador Jon Meacham de que los demócratas corrían el riesgo de ser acusados de estar “fuera de contacto con el corazón cristiano de Estados Unidos”, como dijo el periódico. 

Es decir, los demócratas racionalizan su silencio escondiéndose detrás de la ficción de que exponer el intento de erigir una dictadura teocrático-fascista sería impopular. En realidad, la gran mayoría de la población se opone a la agenda presentada en Arizona.

Hay un elemento significativo de cobardía en la falta de respuesta al evento en Arizona, junto con la decisión previa de los demócratas de respaldar la resolución que honra al fascista Kirk. Pero la cuestión más fundamental es que a los demócratas les aterroriza la posibilidad de un movimiento desde abajo, porque cualquier movimiento de este tipo inevitablemente plantearía la cuestión de quién debería gobernar la sociedad: ¿la oligarquía capitalista o la amplia masa de trabajadores?

El giro hacia el autoritarismo se está produciendo en condiciones en las que la posición social de los trabajadores se está deteriorando rápidamente: los salarios se ven erosionados por la inflación, las familias están ahogadas en deudas, la salud pública y educación han sido desmanteladas y una ola interminable de muertes se produce en los lugares de trabajo. La élite gobernante, aterrorizada ante cualquier resistencia de las masas, se está preparando para aplastarla por adelantado.

Esta no es una crisis exclusiva de Estados Unidos. Las mismas condiciones existen, en un grado u otro, en todos los principales países capitalistas. En Francia, por ejemplo, una modesta propuesta de un impuesto al patrimonio del 2 por ciento sobre las fortunas que superen los €100 millones ha provocado aullidos de indignación por parte de multimillonarios como Bernard Arnault de LVMH, quien lo denunció como “loco” y “comunista”.

Los capitalistas franceses, al igual que sus homólogos estadounidenses, ven incluso la más mínima afectación a su propiedad como una amenaza existencial. La misma dinámica está en juego en los Estados Unidos: una vez que se desarrolle una oposición de masas, el conflicto no permanecerá dentro de los límites del debate parlamentario, sino que amenazará inmediatamente la riqueza y el poder de la élite gobernante. Es el sistema capitalista, no la personalidad de Donald Trump, la fuerza impulsora en el esfuerzo por crear un régimen autoritario.

La única pregunta seria en la política estadounidense de hoy es cómo se puede detener este impulso hacia la dictadura. No se producirá a través del Partido Demócrata, el Congreso ni los tribunales, todas las instituciones que ya han demostrado su impotencia y complicidad. La respuesta necesaria es el surgimiento de un movimiento de masas de la clase trabajadora, movilizado independientemente, consciente de la magnitud de la amenaza y preparado para luchar no solo contra Trump, sino contra el sistema capitalista que lo ha engendrado.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de septiembre de 2025)

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